sábado, 26 de diciembre de 2009

Que vergüenza

La noche de año nuevo me lleva a recordar sino la peor y bochornosa vergüenza que me ha tocado vivir.
A pocos días de haber llegado a nuestra nueva casa, con apenas dieciocho años, y mientras lavaba con esponja y jabón el auto estacionado en el antejardín de la casa, la vi pasar en reiteradas ocasiones. Inmediatamente reparé en ella. Su figura y su porte me generaban esa sensación de contemplar, sin duda, algo inusual. Bastaron pocos cruces de miradas y ya me parecía conocerla de años. Pero lo mejor vino en la tarde. Sonó el timbre y vi a una de mis vecinas que me hacía señas. Una vez que abrí la reja y salí a la vereda observé que a su lado estaba Teresa, la niña que no se cansó de pasar en la mañana por el costado de mi reja. El motivo de la visita era que se estaba consiguiendo un compás. Necesitaba terminar un trabajo este fin de semana y su compás se le rompió. Por supuesto. Disponía del mejor compás existente en el mercado, lo había comprado al principio de año para el curso de Geometría Descriptiva así que estaba todavía con el olor a nuevo. Sin embargo, no era el compás lo que quería. Proponía coquetamente que yo le hiciera la tarea. Ya en el campus San Joaquín de la Universidad Católica había aprendido a detectar y rechazar dichas prácticas que al ritmo de las caderas uno termina haciéndoles la tarea completa.
Si las cosas estaban así de directas, pregunté cual era su panorama para esta noche, agregando que para qué perder más tiempos en conversaciones tan protocolares y rápidamente acordamos que ya entrada la noche nos juntaríamos a conversar más tranquilamente. La vecina y amiga en común se deleitaba con tantas insinuaciones y coqueteos descarados, así que para prevenir que ella aprendiese, más que mal encontraba que correspondía un derecho de autor, que se la cobraría posteriormente, quedamos hasta ahí.
Fuimos a bailar y creímos iniciar un romance. Sin embargo con el tiempo pocas veces la vi. Los estudios me mantuvieron alerta y esporádicamente cuando la veía pasar conversaba un rato con ella y sólo a veces salíamos en la noche. La verdad que siempre fue indecisa, contradictoria, a veces ella me recriminaba mi falta de entusiasmo y otras veces se mostraba distante.
Pasó el año y nunca la entendí. Tan cerca a veces y tan distante otras. Así llegó la noche de año nuevo y fui invitado por terceros a una fiesta que se realizaría en casa de la mismísima Teresa después de los abrazos.
Fui. La fiesta estaba que ardía. Había preocupación en los detalles, luces locas de colores, un personaje a cargo de la música, si hasta humo que se teñía con las luces salía desde un rincón. Al principio todos bailábamos con una botella de champagne en la mano, gorros y serpentinas. Con la música estridente, nadie hablaba con nadie y gritábamos al ritmo de la música. Teresa, como dueña de casa, pasaba para allá y para acá. En algunas pasadas me convidaba un trago, me daba besos, me abrazaba, “que bueno que viniste” y otras veces distante, apenas un apretón de manos. Escurridiza.
Ya tipo cinco de la mañana estaba tan mareado que veía todo doble. Me parecía que ya estaba perdiendo la razón porque Teresa me decía ya vuelvo y aparecía por el otro lado del pasillo. Después conversaba con sus amigas y aparecía bailando en medio de la pista. A la hora de la música lenta decidí acercarme medio mareado y aclarar si éramos pareja o qué. Mas aun, apenas se cruzó la tomé de la mano y en medio de protestas la saqué al patio. A tirones cruzamos hasta el fondo y ya con la seguridad que estábamos solos comencé a besarla. Pero aun así no respondía plenamente a mis besos. La miré a los ojos y dije, muy calmadamente, fingiendo que no estaba ebrio ¿Teresa, qué significa esto? No soy Teresa, me dijo, Soy Angélica, su hermana gemela. Vestimos iguales. No puede ser. Quedé de una pieza, anonadado y avergonzado. Pero ella fue más astuta y lo tomó con mucho humor. No dio pie a que me disculpara ni nada de eso. - Que horror, toda la noche equivocado tomándote a ti pensando que eras Teresa - Es mas, me dijo, durante estos meses varias veces me interceptaste y me hablaste. Muchas veces me besaste a la fuerza. ¿Y porque no me dijiste? le increpé. No, porque a mi no me afecta. Mientras ella no sepa. Además yo te pedí el compás. No, es mentira, esa fue Teresa. Pero si una vez hasta salimos con tú amigo Pedro y su pareja y ni cuenta te diste.
Que va a pasar ahora. Debo enojarme o que. Nos quedamos en silencio. No hagas nada, me dijo y yo no diré nada. Ahora si nos besamos.
Pude notar que Angélica era distinta a Teresa.
Los detalles: Continuará.

martes, 8 de diciembre de 2009

Lo cuento o no lo cuento


Cansado de ir y venir me disponía bajar al metro Tobalaba cuando divise entre la multitud una niña espectacular. Pocas veces uno se encuentra con algo tan especial. La vista de todos los concurrentes, tanto varones como damas, y principalmente las jóvenes detenían su vista en dicha belleza. Ella lucía indiferente, pero no tanto, porque se sabía observada. Yo me detuve frente a los titulares del vespertino  La Segunda, y de reojo contemplaba ese monumento a la belleza. Ella no miraba a nadie, siempre miraba al infinito. Daba la impresión que esperaba a alguien, pero ese alguien no llegaba. A veces miraba hacia un lado, y suavemente, sin movimientos bruscos, miraba hacia al otro lado. A veces hacía un recorrido por las personas alrededor, pero no detenía su vista en nadie. Su ropa totalmente ceñida a su cuerpo. Obviamente no le sobraba ni le faltaba nada. Yo fascinado. Mi imaginación empezó a vagar. ¿Qué  hacía allí? ¿Me estará esperando? Y si me estuviese esperando: ¿Dónde la llevaría? ¿Qué le hablaría a una niña de no mas de 25 años?  ¿Qué haría con ella? De pronto, esa casualidad: ella pasó su vista por mí y se detuvo. Sentí esa sensación juvenil, que hacía mucho tiempo no sentía: que el mundo me pertenecía y que era el hombre más atractivo del planeta. Que ella no se resistiría y caería a mis pies. Pero solo fue un segundo. Volvió la mirada hacia los lados. Pero yo ya era un ser distinto. Me había mirado. Sabía que yo existía. Ya los bocinazos no se sentían, el grito del tipo del periódico  tampoco, el bullicio se enmudeció. La melodía de LoveStory se sentía de fondo. La miraba enternecidamente. Sabía que mi mirada la sentiría y terminaría rindiéndose a mis pies. Este último pensamiento lo había leído en alguna parte. Ya no me importaba que la gente pasase a mi lado, no disimulaba, la miraba fijamente. De pronto, otra vez su vista se detuvo en mi, ya no recorriendo y desprevenida, sino que directamente. No lo creía. Eso de la mirada fija, resulta, pensaba. Fue un segundo, no mas, pero no pude contenerme y miré hacia otro lado. Carecía de la fuerza suficiente para sostener la mirada. La volví a mirar. Ella ya había girado. Con paciencia y seguridad esperé a que ocurriese nuevamente. En efecto, realizó un nuevo recorrido con su mirada y se fijó en mí. Ya era hora. Me acercaría y le hablaría. Avancé un paso. Su belleza se perfeccionaba. Quería resistirme a que sus miradas fueron producto de una coincidencia. No podía ser de otra forma, como dice mi amigo: “las mujeres se derriten por mi, es tan solo un problema de propuesta”. Yo por mi cuenta pocas veces lo había intentado. Avancé otro paso. Ya no me mira pero presiente que avanzo hacia ella. Otro paso. Me mira nuevamente, esta vez dos o tres segundos, logro ver sus ojos, de color claro, noto a su vez que es mas alta, es por los tacos, me consuelo, pero es alta. Sus ojos son cristalinos y reflejan los avisos luminosos del fondo. Los contemplo, de una belleza extraordinaria y singular, y para mi, muy difícil de describir. Ya estaba a un par de metros. Esperaba una sonrisa que aprobara mi acercamiento, así es más fácil. Opté por detenerme a un metro. Ya no era yo el que mantenía fijos los ojos, sino que ella también los mantenía. Como un juego.