domingo, 21 de febrero de 2010

Viaje de negocios


-          No te preocupes Rodrigo. Sin falta estoy a las 16 horas en Rengo.

Le tuve que jurar de rodillas que no le fallaría. Es que Rodrigo es poco creíble e impredecible. Promete y dice cosas que posteriormente no se ajusta en nada a la realidad. Capaz que llegando a Rengo me diga que recién está presentando el proyecto  y que no me recibirán por ahora a su tan anunciada reunión. Cuantas veces ocurrió lo mismo: diálogos como estos los tengo grabado en mi memoria: “No se preocupe, si esta vez va en serio”. “El negocio está listo”, ”Lo están esperando para la instalación”,  “Pago al contado” y después resulta que ni siquiera había hablado con los dueños, eran puras buenas intenciones.  Pero esta vez va en serio me dijo, no me falle.
Es verano, así que decidí ir en tren. El bus es una lata. Capaz que me vaya durmiendo. En cambio el tren es amplio, los asientos van de frente y la gente habla fuerte. Más aun, iría de pantalones cortos, sandalias, libro para leer, cuaderno para anotar, el celular en un bolsillo y los documentos en el bolsillo de atrás, abrochado con botón. Nada más. “Mis armas” le llamo yo.
Llegué a la estación repleta de gente al filo de las 14 horas, se escuchaba por los altavoces el anuncio que el tren partía, así que raudo compré el pasaje, caminé por el andén y apenas me subí a un carro cualquiera la puerta se cerró. Ya estaba arriba. Miré para ambos lado buscando un asiento libre, mientras disfrutaba el aire acondicionado que estaba a todo dar. Muchas mochilas en  los pasillos, veraneantes que iban a casa de sus familiares, al campo, porque este tren no iba a la playa precisamente. A lo lejos divisé un par de asientos libre una a cada lado del pasillo. Caminé hacia allá mientras analizaba en cual de los asientos me sentaría. En ambos casos tendría al frente a una dama, de las cuales una era evidentemente más joven. Cinco años atrás no habría dudado en elegir a la de menos edad como compañera de viaje, pero esta vez elegí a la dama adulta, de lentes oscuros y abanicándose rítmicamente mientras miraba ida por el pasillo. Para mi estaba frío el ambiente y como iba de cortos, me senté en el lado  que daba el sol. Eso pensé para apoyar la decisión, pero lo cierto que la dama se veía más interesante que la mujer joven.
¿Está ocupado, o este asiento me está esperando? Dije, inclinándome y hablando bajo, para no asustarla. Me miró durante largos tres segundos y respondió: así es, lo estábamos esperando. Hablo fuerte y claro, con la seguridad y el desplante que dan los años, mientras retiraba una pequeña maleta del asiento libre. Las otras dos personas sentadas al rincón rieron fuerte, celebrando un poco la respuesta de la mujer. Eso me amargó ya que supuse que eran sus acompañantes y por un instante evalué que había errado en la elección por lo que resignado me senté frente a ella, tomé el libro, me puse los lentes y comencé a leer.
Cada tantos kilómetros levantaba la vista y recorría a las personas que estaban alrededor. La joven del otro lado del pasillo parecía 20 años menor y la dama del frente quizás 10 años mayor. Entre ellas 30 años de diferencia. Pudo haber sido madre e hija. La joven se veía llamativa, juguetona, extrovertida. A su lado estaba su madre. Si me hubiera sentado al frente de ellas, es probable que ya estuviésemos conversando. Reparé que dicha madre no era atractiva y concluí que lamentable ese sería el futuro de aquella hija. Las comparaciones son odiosas, decirlas es peor aun, pero la mujer que tenía al frente reflejaba un pasado interesante, se veía espléndida y atractiva.    
Al detenernos en Buin, a medio camino, bajaron los compañeros de asientos. Tomé mi celular y llamé Rodrigo. Le comuniqué que estaría en Rancagua en una hora más y le pedí datos como llegar a Rengo. Al cortar la señora amablemente me dijo que si hubiera tomado el tren a San Fernando, ese si me dejaba en Rengo. Respondí que salía después y más me atrasaba. Me preguntó a que iba y que hacía. Cuando comienzan esas preguntas tan personales y descriptivas, la conversación se torna fluida y nunca se sabe dónde y en qué terminará.
Me contó que iba Graneros, a su casa que tenía con su hermana, únicas descendientes y administradora de unas cuantas hectáreas de campo puro, tal cual cómo lo muestran las postales. Trabajaba en Santiago y que las vacaciones y los fines de semana largo de inmediato armaba su maleta y al campo los pasajes. Me hablaba de sus animales, sus gallinas, huevos frescos, leche al desayuno, árboles frutales, chacras. En estos viajes subo como tres kilos. Hacemos pastel de choclos, humitas, cazuela, pan amasado, empanadas, asados. En realidad mi hermana, yo solo ayudo, me fui hace treinta años a trabajar a Santiago. Administro un asilo de anciano. Miré sus manos y no cabía duda que no tenía huellas de pelar papas, picar cebolla o lavar ollas. Al contrario, lucían bien cuidadas y distinguidas. Después me tocó hablar a mí. Solo alcancé a decir que sabía lo que era campo porque cuando niño iba a Valdivia. Sabía lo que era comer queso fresco, leche recién ordeñada, chicha de manzana, dulce de leche, de mora, mosqueta. Pero salí del colegio y nunca más visité el campo. Por eso miro y escucho con mucha nostalgia. No se que daría por leer bajo un sauce llorón. Tengo muy buenos recuerdos. Ella prosiguió. Mi casa es grande. Antigua. Con pasillos y piezas por los lados,  noria y jardines. Ubicada en medio de los cultivos. Me encanta caminar entre los árboles frutales. Te cuento que pasa un riachuelo y hay varios sauces. Yo se que te encantaría, me dijo.
Hablamos media hora más. Jugábamos con los paisajes que ella describía. Le comentaba que sería muy encantador caminar juntos por entre los árboles. Sentir que el tiempo se detiene. Sin celular, por cierto. Si, me dijo, además te invitaría a recorrer el campo a caballo, manejaríamos un tractor, nos sacaríamos miles de fotos, te encantaría, insistió.
El tren se estaba deteniendo en San Francisco. Ella preparó sus maletas y comentó que seguramente no la están esperando. No avisé la hora en que llegaría. Tendré que caminar. Pero no es mucho. ¿Y nadie te ayudará con las maletas? No, ahora si tú quieres me acompañas. Te invito.

-          Aló, Rodrigo, yo de nuevo, mira, surgió un problema, debemos posponer la reunión hasta nuevo aviso, yo te llamo.