sábado, 25 de octubre de 2008

A las cinco

A veces el trabajo es duro. Tanto es así que no levanté la vista hacia las ventanas de los edificios del frente durante varios días. Pero hoy el insconciente me dice que alguien me llama. Me asomo y ahí estás. Los días siguen primaverales y veo que has agregado un elemento adicional a tú posición de descanso. Ahora lees sentada en el borde. En estos días que no estuve asomado ¿Se acordó de mi? Se lo preguntaré. Bueno, cuando la conozca. De pronto bajas el libro y me miras. Glup. Te ríes. Pero no de algo que he hecho, sino que de cortesía. Que tierna. Ahora me haces señas. Levantas tú mano derecha y mueves abriendo y cerrando tus deditos. Es un hola a la antigua. ¡Hola! Te respondo con el mismo gesto. ¿Cómo lo haces para estar cada día más bella? Digo como si me escucharas. Tu rostro brilla y te veo mas joven. ¿O estaré yo envejeciendo muy rápido? Tú pelo castaño vive. Tiene ondas que acompañan al vaivén de tus movimientos. Estás como contenta e irradias felicidad. Me haces señas. Un poco aturdido te respondo de nuevo. ¡Hola! No, no es eso. Te llevas la mano derecha empuñada a la cara, cerca de la boca. Algo me quiere decir. Frunzo el ceño para mirar mejor. No logro descifrar. Se ríe. Mueve la cabeza negativamente como diciendo ¿no me entiendes? Levanto ambos brazos, como diciendo me rindo, no entiendo. De nuevo te llevas la mano empuñada a la cara, cerca de la boca, en la mejilla, cerca del oído. Haces con el dedo como que revuelves la taza del te. No entiendo. Musito. Arrugo aun más el ceño. Y yo hago lo mismo: muevo el dedo índice como revolviendo la taza y diciendo ¡que es eso! Si. Hace señas entusiasmada. Si. De nuevo te llevas la mano empuñada a la cara y mueves la cabeza con un notorio gesto positivo. O sea me estas diciendo si ¡Pero SI de qué! Y de nuevo imaginariamente metes el dedo en la taza, como revolviendo, como si estuvieras marcando un teléfono antiguo. La verdad es que no entiendo. Te cruzas de brazos. No. No te rindas. Vamos dale. Te hago señas con las manos. Dale, sigue, continua. Ya, me dices. En la misma ventana y como si estuviera en la pizarra comienza a gesticular, como jugando “adivina el nombre de la película” me muestras ambas manos limpias, ha magia, digo, luego tomas imaginariamente un aparato en tú mano izquierda, con la derecha haces gestos elocuentes que estás apretando teclas sobre el artefacto, luego la mano empuñada la llevas al oído. Y haces mímica ¿adivinaste? Y yo pregunto, haciendo gestos, revolviendo con el dedo la taza de té, ¿Y, que pasó con la taza de té? Se rinde. Se entró. ¿Qué me estará tratando de decir? Ahí se asomó de nuevo. Trae su celular en la mano. Lo muestra y se lo lleva al oído. Y me dice, algo así como ¿entendiste ahora? Ha, digo, a lo mejor me quiere decir por teléfono que significa eso de revolver la taza. TELEFONO. ¡Que vergüenza! Me estuvo diciendo todo el rato que la llame por teléfono. Ahora entendí. Muy bien. Le muestro un cerito con los dedos. Ella aplaude. Tomo mi celular y busco su número mientras se me pasa el bochorno. Marco y espero su respuesta. No alcanza a sonar, escucho un Hola nítido, estaba atenta. ¿Cómo te llamas? Raúl. Y Tú. Paulina. Hola Raúl, costo comunicarnos. - Si - Raúl rápido, que viene un paciente. Mis compañeras van a celebrar mi cumpleaños y quiero invitarte. Hoy a las cinco en el casino que está en el primer piso – Encantado, ahí estaré - En el casino, no faltes. Chao. Cortó y se entró. Quedé de una pieza. A las cinco, repetía en voz alta, mientras caminaba como sonámbulo por el pasillo. Siento que la sangre se me hiela y comienzan a castañearme los dientes. Me invade esa nostálgica emoción que sólo se vive cuando uno es adolescente. Después no debería y si aparecen es porque son sueños inconclusos que quedaron de esos tiempos. Si es así uno desea volver a sentirlos más si yo nunca cerré los ciclos. Son cuentos inconclusos. Y son cuentos que de todas maneras deben ser terminados para cerrar los capítulos. A las cinco entonces.


sábado, 11 de octubre de 2008

Ya verás

Fin del horario de invierno. Son fome y tristes los días en que se oscurece temprano. No me gustan esos días grises donde los vientos enfrían el ambiente y las hojas se esparcen por las calles. Esos días en que la gente corre por las avenidas evitando que la lluvia los pille de improviso. Todos vuelven temprano a sus hogares, a refugiarse, a domesticarse. Hablar de las 10 de la noche ya es tarde. Para muchos es hora de acostarse. Solo salen los valientes.
En esta última semana laboral los días han sido entretenidos, ya que has estados sentada en el borde de la ventada tomando sol. Mira que sorpresa, has vuelto interesante mi costumbre de asomarme a la ventana a buscar temas para escribir. Es grato verte ahí pero lamentablemente no alcanzo a apreciar si estás mirando hacia mi ventana. No tengo los largavistas. Un patudo de la oficina del lado entró de improviso y me vio mirando para el frente, vio la consulta y sacó conclusiones. Me vi obligado hacerlo cómplice. “Toma, te los presto” le dije apurado. Así que él los tiene ahora. Es una pena no poder apreciar sus bellos ojos. Se veían tan lindos de cerca. ¿Pensarás en mí? ¿Me estarás viendo? Ya. No puedo más. La voy a llamar. Fui a buscar el celular al escritorio pero en lo que me demoré en buscar el número y subir la vista y ya no estaba. ¿Te habrás entrado porque me retiré de la ventana? ¿O llegó un paciente? ¿La llamo o no? Parecía que estaba inventando excusa. Apuesto que estoy deseando que su teléfono esté apagado. ¿Lo intento igual? ¿Aunque no esté en la ventana? Voy a esperar que se asome, quiero verla cuando conteste. - ¡No, ya, está decidido, la llamo! - Un escalofrío recorre mi cuerpo. Cuando era adolescente y me tocaba vivir algo similar de puro miedo me castañeaban los dientes. No era de cobardía, sino de nervios, de ansias. Ahora no me suenan los dientes pero siento que por el cuerpo me corre sangre helada. Ahí voy. Tengo la sensación que viene algo grande. Llamo. Acerco el celular a mi oído. Está marcando. Una vez. Dos veces. Ya. A la quinta lo corto. Calma. Calma. Ya, va a contestar. Dejó de sonar. Espero su voz suave…. Ba. No contesta. Suena ruido ambiental pero no contesta. Ha, debe estar con un paciente. ¿Y si sabe que soy yo y no me quiere contestar? Si, si sabe. Quedó grabado cuando la llamé la otra vez. ¿Y qué nombre puso si no me conoce? Qué gran incógnita. Habrá puesto papito, rico, huachón, o puso mirón, sapo, narigón. Ya. Ahí está. Se acercó a la ventana. Apareció sonriendo. Sabe que soy yo. Me está mirando. Tiene el celular en la mano pero el brazo caído. ¿Me veré ridículo con el celular en el oído esperando que me responda? Si, parece. Contesta, no me dejes esperando. Musito entre dientes. Pero sigue sonriendo. Pone ambos brazos en la cintura y ladeas un poco tú cabeza. ¿Qué pretendes? Eso me tratas de decir. Le hago señas ¿No vas a contestar? Poniendo cara de incógnita. Uf, que ridículo me siento, esto no lo esperaba. Levanta el celular y yo ansioso pensando que me vas a contestar lo llevo a mi oído, pero no se lo lleva al oído, si no que apunta hacia mi, como si fuera un control remoto y lo apaga. Luego mueve el dedo índice con un continuo no, no, no, no, no.
Guerra. Quiere guerra. Me encantan cuando me declaran la guerra y mas me gusta cuando después me piden “ya, basta, no quiero más guerra” Le hice señas con la palma de la mano, que esperara. “Te ríes satisfecha, he” Me saqué la corbata y me la anude en la frente. Luego fui al baño y busqué el lustrín en el mueble. Abrí el betún negro y con el dedo me dibujé dos líneas en cada mejilla, bien gruesas, y otras dos líneas en la frente, me saqué la camisa del pantalón, tomé la escoba y me planté en la ventana. Empecé a bailar en círculos a la usanza de los indios. En cada vuelta le mostraba el celular, como si fuera el hacha de guerra, seguía bailando. Estabas con ambas manos en la boca, al estilo Cecilia Bolocco, No lo crees, ya verás de qué soy capaz.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Día 22

Una de las jefas de proyectos, porque aquí todos somos jefe de proyectos, me tiene que entregar información importante. Es campeón mundial para no cumplir lo que promete. Cada vez una excusa diferente. Este mes se mostró despectiva y no encontró nada mejor que inventar que todo este mes estaría ocupada, que no le hablara hasta después del día 22. ¿Pero por qué? Pregunté yo, pensando lo exagerada para aplazar el compromiso. Es que el día 10 tengo que entregar esto, y el 12 esto otro, después el 15 los anticipos, luego el 22 el informe mensual, así que después de ese día hablamos. Muy bien, dije, pero esta vez le advertí que no se saldría con la suya. Por ahí por el 15 le hablé y no con buenas palabras me recordó que el 22. Era en serio.

Llegó ese día lunes 22 la llamé y su teléfono estaba ocupado. Dejé recado. Me pasee delante de ella y nada. Luego el martes y así. Nada. Una mujer cara dura. Llegó la reunión de directorio del viernes y me preparé. Cuando llegó mi turno me puse de pie, todos expectante porque advertí mi situación y el porque del atraso. Tome mi hoja manuscrita y comencé: “Esos días 22 que nacieron para dividirme el mes en dos. Desesperado espero con ansias ese día. Fija un antes y un después. Antes del 22 y después del 22. ¿Cuando llegará? Miro el calendario y me hace morisqueta. Tres días. Dos días. Maldigo. Es una eternidad. El calendario que tantas veces fue mi principal aliado, hoy es mi peor enemigo. ¿Quién habrá inventado ese maldito día 22? No es día de pago. Tampoco es el día que llega el buque, dichosa la esposa del marinero, o el día que bajan los mineros, a tocar mujeres con manos llenas de polvitos de oro. Tampoco es el día de inicio de vacaciones, esperando con los bolsos listos, el auto mecánicamente a punto, con agua en el radiador y los CD de música en la guantera. Alucinando ¿Y si rompo el calendario? Solo bastaría con sacar la hoja del mes. Pero no puedo. Qué culpan tienen los otros días. El 15 por ejemplo. Que amaneció con un lindo sol recordándome el día en que mi vecino, que quizá que intenciones tenía con mi mamá, me regaló un cuaderno, aunque usado tenía más de la mitad de las hojas libres. Y pude así escribir ahí mi primer cuento. Era un cuento que no mencionaba el calendario. Que feliz era en ese entonces. No sabía de días de visita ni de pago. Si alguien me hubiera dicho: escribe sobre el día 22, habría sido un Jesús para mí. En vez de escribir sobre la naturaleza o quizá que disparate, habría escrito sobre la importancia del día 22, y hoy sería un hombre totalmente distinto, renovado, preparado totalmente para la dureza que ya adulto viviría. Afrontaría con entereza lo que hoy me resulta tedioso. Hay dios, hay Edipo, Otero, Mostesco y la cacha de la espada, que historia de amor se escriben. Será esta la primera, no, y creo que tampoco será la última historia. Hablaré con mi hijo y junto con enseñarle las trivialidades de la vida, le enseñaré sobre el día 22. Dos números que caminan juntos como una marcha fúnebre. Así se cumplen lo plazos. No hay plazo que no se cumpla y deuda que no se pague. Viva el 22. Viva.”

He dicho, muchas gracias.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Necesito Vacaciones

Vacaciones. Necesito vacaciones. Desde mi oficina me entretengo mirando el edificio del otro lado de la calle. Me recuerda la película La Ventana Indiscreta. Cada una de las oficinas es un mundo distinto. Se divisan abogados, consultas médicas, oficinas de contabilidades y otras donde vive gente. Tengo un prismático (larga vista) que me permite introducirme en sus espacios. Lo digo con mucha seriedad, como si estuviera describiendo un museo o el mismísimo Palacio Causiño, pero la realidad es muy diferente. Hay una consulta ginecológica donde el doctor descuidadamente deja las persianas con un poco de luz. Cuando ya es de noche se preocupa de cerrarlas bien, pero de día sólo la baja dejando las rejillas entreabiertas. A simple vista no se ve nada pero con mis larga vistas se ve todo. Me entretengo desde que las damiselas esperan en la recepción con sus faldas un poco largas. Desduzco que van sin nada debajo. Luego pasan a la consulta donde las atiende el doctor. Conversan un rato con el escritorio de por medio. Luego las invita a pasar atrás del biombo a prepararse mientras él se coloca sus guantes. Ni medio segundo se demoran en sacarse los calzones. Y las de faldas pasan por el biombo pero no se sacan nada. Obvio, van sin nada. Solitas se tienden en la camilla y solitas se suben la falda. Otras se las sacan para no arrugarla. El doctor primero se hace el tierno y se instala a un costado. Les sonríe, ellas entregadas también sonríen, se mueven las manos de ambos, seguramente ella le indica sus molestias y el doctor toca el abdomen, el bajo vientre, los senos. Luego se acomoda e introduce sus dedos, buscando el punto G, supongo. Conversan otro poco. No escucho nada pero leo los labios. ¿Y aquí duele? No, ahí no, tampoco, ahí si. cooperando en la búsqueda. Luego el doctor se instala entre las piernas, con sus pies arrastra el piso, sin tocar nada, ya que está con guantes quirúrgicos, se sienta a boca de lobo y comienza a escruñidar. Tanto cuidado y precauciones y pensar que quizás que pelafustán mete ahí sus dedos cochinos. Las piernas están levantadas. Que cuadro. Llevo mis estadísticas: el doctor se demora más con las mujeres jóvenes y buenas mozas. Terminan y siguen sonriéndose. Que vínculos aquellos. La mujer satisfecha, digo atendida se despide, se viste y se retira. Inmediatamente después aparece el doctor en la recepción y le pregunta a su secretaria, -yo solo leo los labios- ¿Pagó en efectivo? - Si - Entonces, por favor, vaya de inmediato a pagar los gastos comunes que nos van a cortar el agua. Que singular. La exibición y tocación de sus partes íntimas sirven para pagar alguna cuenta. En fin. Las veo salir del edificio. Las sigo con la vista largo rato, vitrinean, caminan lento, entran y salen de los negocios, como contentas. Veo otras ventanas. Es curioso, en los departamentos donde vive gente, los moradores aparecen como a las siete de la tarde, se duchan, se cambian ropa y vuelven a salir. En cambio en las oficinas, llegan temprano y están todo el día. La mayoría son secretarias, algunas doctoras, sin pausa se asoman cada cierto tiempo a mirar por la ventana. Algunas se quedan largo rato mirando hacia la calle, taciturnas, tristes, asimilando quizás que tragedia, otras hiper ventiladas se asoman, miran el entorno y siguen trabajando. Con el tiempo las tengo a todas identificadas. Conozco sus recorridos habituales. Sus horas de llegada, sus hábitos de mediodía y su hora de salida. Amén de todos los movimientos diarios. La chica del sexto piso, yo estoy en el tercero, se ve bien simpática. Es técnico dental y se luce con su delantal blanco enseñando a los pacientes como se deben lavar los dientes. Con un tremendo cepillo, bien didáctico, lo mueve de arriba hacia abajo y viceversa. En la mañana le da el sol así que en los ratos libres se sienta en el borde de la ventana a leer. Cuando el sol le daba de lleno, usa el borde de la ventana de respaldo y se broncea. - No se vaya a caer – Le decía mirando con el larga vista, ya que así la tenía a medio metro. Su compañera de consulta se acercaba y las dos se asomaban a la ventana haciendo señas a alguien del edificio mío. Miraban al frente, quizás al mismo sexto piso. “Que a que hora sales, que ahora, que bajes. Etc.” No entendía nada. Y parece que entre ellos tampoco, porque empezó a hacerle señas para que la llamen por teléfono. Le mostraba los dedos, nueve, cinco, tres, #####. Lo anoté. Ella tomó el teléfono y esperaba el llamado. Marqué. Si, le decía a su interlocutor moviendo su cabeza, está sonando. Se llevó el teléfono al oído y escuché. - Aló. Hola. - Hola respondí, con mi voz ronca. Cortante. - Te preguntaba a qué hora vas a bajar, para almorzar juntos. – me dijo, y yo respondía. ¿Y dónde quieres ir? - Ha pesado, donde mismo - Y parece que justo en ese instante vio a su par que le hacía señas que no estaba hablando. – ¿Quién es? – preguntó de golpe. Yo corté. Ya sabía su número así que esperaría a que esté mas tranquila para llamarla. Tomé de nuevo los larga vistas y seguí contemplándola. No supuse que era tan astuta. De inmediato advirtió que algo raro sucedía y mirando recorrió todas las ventanas hasta que pasó por la mía. Con los larga vista pude advertir que sus ojos daban de lleno en mi ventana. Ella seguramente veía sólo una silueta, pero yo tenía su rostro en la mira. Solté los larga vista. Indicó mi ventana a su amiga y se entraron, quizás molestas. Contemplé como atendía a otros pacientes y también noté como a cada rato miraba mi ventana. Yo permanecí ahí en mi escritorio frente al computador. Escribiendo. Seguramente ella no me veía. De vez en cuando tomaba los prismáticos y la contemplaba más de cerca. Miraba al paciente, le sonreía, le daba instrucciones y cuando éste se concentraba en lo suyo, ella de reojo miraba hacia mi ventana, sin que su gesto así lo delatara, como si siguiera en lo suyo. Que buenos son estos prismático. Incluso caben en el bolsillo. De vez en cuando me asomaba a la ventana, para darle a entender mí interés. Nos cruzamos la vista por unos segundos y seguíamos cada uno en lo suyo. Como era de esperar quedó sin paciente y se asomó a la ventana. Yo hice lo mismo. Relajado tomé los prismáticos y la contemplé con más detalle. El sol daba de lleno en su rostro y su pelo castaño brillaba. Ella miraba y no miraba, mientras se acomodaba los aros, el cuello de su camisa, el pelo. Como yo notaba la dirección de sus ojos, cada vez que ella me miraba, yo le hacía una pequeña seña con la mano izquierda. De inmediato miraba para otro lado. Y de a poco iba doblando la vista y cuando nuevamente me miraba, yo le hacía señas. Así estuvimos largo rato, jugando al gato y al ratón, pero sucumbió y en una de las miradas esbozó una sonrisa, apreciable sólo con los largavistas. Respiré hondo. Es el momento de llamarla. Tomé el celular, marqué el número y me lo llevé al oído. Ella tenía el celular en su bolsillo, lo sacó, miró el visor y se lo llevó al oído. Estábamos esta vez comunicados y al mismo tiempo la estaba viendo. Hola, - Hola - dijo, Ahora puedes hablar, dije sin preámbulos. – Si - Su voz sonaba alegre y sonreía, pues la estaba viendo. ¿Te preguntaba dónde quieres ir a almorzar? – No. hoy no puedo, tengo otro compromiso – Si, tiene razón, pensaba, es muy pronto, el jugueteo por la ventana era más entretenido. – Te corto, viene un paciente. Chao. – Se fue. Satisfecho me senté en el escritorio pensando lo entretenido que es salir de caza, mientras silbaba la mítica canción de los años ochenta “y va a caer, y va caer”.

domingo, 24 de agosto de 2008

Reunión

En la oficina somos como veinte jefes de proyectos y nos repartimos los proyectos sin ningún criterio, a lo mas por orden de aparición. Los dueños de la empresa idearon un esquema bastante entretenido para organizar grupos de trabajos. Asignan un jefe de proyectos y este mismo aprueba o rechaza a su compañero asignado convenciendo al directorio con argumentos válidos. El directorio no acepta argumentos técnicos ya que para ellos todos son competentes.
Me tocó como compañera a Florencia.
Estaba molesto con ella porque en un proyecto anterior, cuando fue jefa de proyecto, me rechazó como compañero, diciendo en la reunión de directorio que yo era muy machista y siempre hacía comentarios fuera de lugar con respecto a las mujeres. Quedé fuera de ese proyecto y perdí un bono importante. Lo curioso es que nunca pensó que tarde o temprano me iba a tocar a mí.
¿Qué argumento daría para rechazarla ahora? Trataba de encontrar algo negativo en ella para argumentar. No solo es una dama, sino que lo parece, gana mas que todos, feliz en su matrimonio, usa desodorante, tiene buen aliento, saluda cuando llega y se despide cuando se retira, es medianamente bien informada, no aburre. Ya me estaba dando por vencido. Pero en una de las conversaciones sonó su celular y la llamó su hijo mayor.
- ¿Cómo, tienes otro hijo?
- Si, es mi hijo mayor, de mi primer matrimonio. Tiene dieciocho años.
- Y el menor tiene 4. O sea conoces a Roberto, hace cuatro años.
- No, lo conocí exactamente hace 8 años. Estamos el viernes de aniversario. Lo celebro en grande con mis amigos......
Alcanzó a notar que estaba hablando mas de la cuenta así que se retiró.
En la reunión del lunes, frente al directorio daba mi argumento para rechazar o aprobar la asignación de Florencia como mi compañera de proyecto.
Le pregunté:
- ¿Tú tienes un hijo de cuatro años, verdad?
- Si, ¿Y?
- Y tú conociste a Roberto hace 8 años.
- Si ¿Y?
- Y según se sabe, tú fuiste a la inauguración del nuevo edificio con tú primer esposo y eso fue hace exactamente 6 años.
- Si ¿Y? - Ya se estaba tostando, se veía en su rostro. - Te aclaro de inmediato. Después de esa fiesta me separé oficialmente y al año me fui a vivir con Roberto. O sea vivo con Roberto hace cinco años. ¿Que tiene de malo?

- Señores del directorio: ella dice que vivió con su primer esposo hasta hace 6 años. Y por otro lado dice que conoció a Roberto hace 8 años. Por lo tanto ella le puso los cuernos a su primer esposo durante dos años. Yo la rechazo como compañera de proyecto por ser poco confiable, si le hace eso a su esposo, que se puede esperar de un simple compañero de trabajo. No me arriesgo.

El directorio, morboso e igual de machista que yo, aprobaron el rechazo.

sábado, 2 de agosto de 2008

Mi secretaria

Decidí escribir sobre mi secretaria.

Así que temprano en la mañana lo conversé con mi socio para que me ayudase a escribir sobre nuestra secretaria. Encontraba que había suficiente material para escribir un breve pero contundente relato sobre ella. Es una verdadera caja de sorpresas. Una de las cosas que más nos divertía era adivinar en qué condiciones física o anímica llegaría en la mañana del día siguiente. Sobria o con resaca y llevando a cuesta un desafortunado mal humor. Se diría que no era nada de señorita cuando la veíamos aparecer por el umbral de la puerta con una cara de amargura de tener que presentarse en el trabajo en vez de irse a dormir a su casa. Su apariencia era elocuente para darnos a entender que tipo de juerga era la que vivió la noche anterior. Si pudiéramos definir cual es la condición que más representaba su entorno, era los Lunes.

Y la forma, por dios, cuando se le atravesaba un cliente en la cabeza, no existía ser en la tierra para hacerla entender que eso no era prudente, que el cliente siempre tiene la razón. Pero para ella era una gracia. Pero debíamos soportarla, al menos por un tiempo, porque ese fue el compromiso con un cliente que cobró un sentimiento resentido y tuvimos que contratarla.

Habíamos decidido tenerla un tiempo más y pactar con ella un retiro programado, con mucha suavidad, porque si lo hacíamos con brusquedad, lo más probable es que antes de irse decida vengarse con sus propias manos y rompa cuanto papel importante crea que existe en la oficina. Ya nos había contado que lo había hecho antes, entonces no existía ni la menor duda que así sería.

Esa mañana llegué decidido. Me senté frente al computador y rápidamente comencé a escribir sobre ella. Pero y si lo lee comenté.

- Pero si escribes es para que lo lean. – comentó mi socio.

- Si, bueno, esa es la idea.

- No te lo recomiendo, me dijo, se vengará.

- Pero no tengo porque decir que es ella. Le agrego un par de cosas que no corresponde a ella y ya está.

- Cómo que cosa.

- Bueno, cuento que es desconfiada.

- Oye, pero si ella lo es. No confía ni en su madre.

- Entonces cuento que es alcohólica y que llega borracha a la oficina.

- Y, ¿que le falta?

- Entonces que cometió un robo de proporciones.

- ¡Y cuando fingió un autorobo y se quedó con la plata de los sueldos?

- Entonces que está obsesionada de celos con su marido y el marido no la pesca.

- .... "Gestos"

- Entonces que le pega a todas las amigas porque el marido les coquetea.

- Que pelea todos los días con el guardia porque filtrean con la mamá cuando viene a verla.

- Que es despistada, que viene en el auto del papá y se va de vuelta en metro.

- Que tiene cómo treinta años y todavía usa el pase escolar.

- Que cuando finge el robo, argumenta que por misericordia no le robaron el anillo de oro pero sí las chucherías de lata.

- Que va de vacaciones a la casa de los familiares de las amigas sin que la inviten.

- Que en los almuerzos, coludiendo con los garzones, come de los restos de otras mesas.

Me quedé un buen rato frente al escritorio sin saber que hacer. Me di cuenta el calibre de secretaria que tenía así que decidí no hacer ni un intento de escribir sobre ella.

Decidí escribir sobre mi gatito regalón.

sábado, 21 de junio de 2008

Obra de teatro

En el mes de aniversario de la empresa nos preparábamos para mostrar al directorio y a los dueños la tradicional obra de teatro con algunas circunstancias que hayan ocurrido en la empresa y que sea divertida. Pero todo partió mal. El libreto contemplaba dejar en evidencia algunas torpezas incurridas por las secretarias y los administrativos en sus labores cotidianas. Cual error. Estas saltaron como pulga al perro cuando se vieron menoscabada. – No. Nunca cometemos errores – dijo Carmen Gloria.

El jefe administrativo quiso calmar la situación aludiendo que en la obra también estaba incluido el chofer, el informático, el bodeguero – si, pero nosotros las mujeres somos más inteligentes que los hombres – Silencio, quién se atrevía a llevarle la contraria. María Teresa la apoyo – Si, podemos hacer más de una cosa a la vez – En cambio los hombres apenas una, si es que – Pero bien hecha - contestó Javier, el bodeguero - por eso las mujeres no compiten, porque para ganar hay que concentrarse en una sola cosa, a la mujer solo le gusta participar, sabe que se va a diluir en otra cosa – Mentira - decían. Lo concreto es que se armó la grande. El informático opinó, - yo como matemático puedo decir que siempre podemos encontrar uno más tonto que otro. Y eso incluye las mujeres. Para qué creerse más inteligente, si así como hay hombres tontos, rematados, brutos, también hay mujeres que son tontas, brutas, rematadas, brujas – ha, dijo María Teresa, agregaste bruja. No me importa, yo no me creo inteligente, yo soy inteligente -. Pedro, el Bibliotecario agregó - o sea te crees mas inteligente que Carmen Gloria, - no, dijo, tragando saliva, soy más inteligente que los hombres – Ja, dijo Pablo, el Chofer, - absurdo, no puede ser que todas las mujeres sean igual de inteligentes, se están pisando la cola, se contradicen -. Carmen Gloria, alterada, - las estadísticas lo comprueban, conducimos mejor que los hombres – Pedro dijo - pero ese es un problema cultural, si la mujer es menos osada y se emborracha menos - y el informático agregó – mal ejemplo, si conducir es un problema sicomotor, hasta el más tarado y mínimo de los hombres puede manejar, también lo puede hacer hasta la mas tonta de las mujeres. Para mi hombres y mujeres son iguales. Yo opino que el 10% de los hombres son inteligentes, el resto son una plaga de pelotudos que no leen, no se superan, pasan del útero al sepulcro sin darse cuenta. No conozco cual es la estadística de las mujeres. Eso lo sabrán ustedes. – Ninguna - decía Carmen Gloria.

- Sigamos con la obra de teatro -

En el libreto existe un tonto, ¿quién quiere ser tonto? - cualquiera de los hombres – dijo Carmen Gloria – Pablo dijo - yo me hago el tonto -. No te va a costar nada – dijo María Teresa - ¿qué tengo que hacer? - Te vas a sentar frente al computador y haces algo varias veces, debes olvidarte de lo que estás haciendo y repetirlo, para borrar colocas tinta blanca en la pantalla, envía un mail en un sobre, y cosas así – Fácil, es cosa de imitar a Carmen Gloria, dijo Pablo – Chistosito, exclamo Carmen Gloria.

¿Quién quiere ser directora?

Yo - dijo Carmen Gloria, siempre quise ser directora. ¿Qué tengo que hacer?
- Bueno,
ser esposa, abuela, madre, suegra, autodidacta, lectora, saber armar grupos de trabajos, anteponerse a los problemas, tener visión de futuro, seleccionar al personal adecuado, ser lider, creíble, excelente vocabulario, buen trato, saber de arte, escribir libros, formular proyectos ...

- Y como se hace eso – Dijo, con cara de susto.

El informático dijo, es fácil decirle a una persona inteligente que se haga el tonto, pero como se le dice a una tonta que actúe como inteligente.

Esto mismo que acabo de narrar fue el libreto de la obra de teatro.

martes, 10 de junio de 2008

Los mitómanos

Carlos y Joaquín fueron invitados por la empresa a una reunión de trabajo de 3 días a Mendoza, Argentina. Decidí encargarles algunas cosas ya que irán al templo del cuero. Pero me advirtieron no hacerlo porque estos tipos eran mentirosos ¿Carlos también? Pregunté incrédulo. Peor. Te van a decir SI a todo lo que le digas, simulan que te escuchan, pero al final van hacer los que ellos quieran y para justificarse te van a mentir hasta cansarte. - Recuerda el informe del departamento de personal: "tienen respuesta para todo, aunque ello suponga mentir (tienen habilidad) y aunque sus embustes contradigan lo anterior. Si caen en contradicción, no se amilanan y no tardan en encontrar explicación del porque se mintió la vez anterior y ahora es cuando dicen la verdad. Con tal coherencia y congruencia que confunden hasta el mejor. Son muy inteligentes." - Ha, muy simple. Le doy instrucciones simples. No falla. Además Carlitos viste bien y el sabe de ropa, así que no tendrá motivos para equivocarse.
Llamé a Carlitos a mi oficina. - Mira, te voy a pedir unos encargos. Te voy a abrir una tarjeta Visa adicional con dos mil dólares a tú nombre para que compres. Vamos a ir después al cajero para confirmar la palabra clave y practiques sacando dinero. Vas a comprarme un par de botas número 42, y un sombrero tipo vaquero. Imponentes. El sombrero te lo pruebas, pero no te fíes en el número de las botas. Quiero que las midas con tus zapatos. Tiene que ser un número más porque me gusta usarlas con calcetines gruesos. Grandes, largas, con tacones. Y chaquetas de cuero. Tú sabes como me gustan a mí. Tienes que probártela. Si tienes dudas me llamas por teléfono, me dices en que página de Internet están y yo te digo cual comprar.
Por favor no me dejes de lado. No compres a última hora. No te desconcentres, ojala sólo, para que no te dejes influir por Joaquín. Sin apuro. No te preocupes en el cambio de moneda porque de todas maneras son mas baratas. Solo tienes que buscar las mejores. De los 2.000 dólares te presto quinientos dólares para que compres lo que quieras. Después me lo devuelves. Acuérdate que tienes que elegir muy bien porque no hay posibilidad de cambiarlas. – Si jefe, no vamos a ir de nuevo a puro cambiarlas - Jefe, mañana vamos a cambiar a pesos argentinos ¿Cuánto vamos a llevar? No. Entiéndeme, para eso te doy la tarjeta Visa, para que la uses. Si, por eso digo, esa es la idea. Como voy a ir con tanto dinero en efectivo. ¿Y los zapatos los quiere con cordones o hebilla? No, Carlitos, entiéndeme, concéntrate en lo que te digo. Quiero el mejor par de botas, que combine con el sombrero y las chaquetas de cuero. - Si, así tiene que ser, como digo, tipo vaquero -
Quedé agotado. Se fueron, no llamaron en los tres días y al cuarto los fui a buscar al Terminal de buses. En la oficina cargamos sus fotos en el computador. En Mendoza se encontraron con unos amigos así que en todas las fotos aparecieron comiendo parrilladas en algún lugar. Mi sombrero de vaquero apareció en todas las fotos, se veía realmente imponente. Luego llegó la hora de mostrar los encargos, primero un mate, Joaquín su billetera de cuero, después mi sombrero vaquero y quedé expectante esperando como serían mis botas. Carlitos mostró su compra, un par de botas de gamuza, que mas parecían botines. Y luego sacó otro par de botas, de niños, cortitas. Sus botas, me dijo. Exhibiéndolas a la concurrencia. - Pero como - exclamé. - Tan chiquititas - No, me dijo, si son 42. - Pero mídelas con las tuyas - exclamé, enojado. Las puso al lado de las suyas y eran 10 cm. más pequeña, mucho más angosta y cortitas. Puso cara de sorpresa, como si fuera primera vez que las medía, pero arremetió. – No, está equivocado, son iguales. - Pero por favor Carlitos, mídelas, insistí perdiendo la paciencia, - lo que pasa es que están nueva pero el cuero da. Así que después de unos días le van a quedar bien - Y cambió el tema para no medirlas nuevamente evitando que nadie se de cuenta y continuó afirmando que los precios de las botas eran los mismos que aquí así que apenas gastó cincuenta dólares de mi tarjeta visa. ¡Los mismos precios¡ pensé, ¿dónde estuvo entonces? Está loco.
Callé. No miré mas las botas. Luego, ya resignado pregunté por las chaquetas. No, respondió muy seguro y categórico. No había ningún negocio de chaquetas. No le creí, pero no dije nada, pelotudo mentiroso.
Al otro día fuimos a comprar artículos de oficina al mall. Nos detuvimos en una de las dos grandes tiendas de calzado. Para mi sorpresa Carlitos se quedó mirando la vitrina, estupefacto. Yo entré y encontré mis botas en la sección de mujeres. Lo llamé, sin enojarme, y se las mostré - Tus botas – exclamó sin inmutarse. Si, y les mostré el número. 38. Ninguna reacción. Y caminamos hacia la repisa con las botas 42. Casi el doble más imponentes. - Ha, pero estas son muy grandes, no creo que le gusten. - Carlitos, pero si de este modelo te pedí. Y este es mi número. - No, son muy grandes - insistió, dio vuelta y caminó hacia otro lado. Casi le tiré las botas por la espalda.
Luego, de vuelta en el auto, notó mi preocupación y comentó que con Joaquín era difícil comprar, anduvo siempre conmigo y metía sus narices en todo lo que estaba haciendo. - Ha, dije, o sea que él te ayudo a elegir - No, como se le ocurre, si el siempre anduvo por otro lado – Y como las compraste entonces - Lo que pasa es que pasamos por un pequeño negocio y era el único tipo de botas que había, así que pedí número 42, las envolvieron y las pagué - O sea no las mediste como te lo pedí - Si, evidente, las medí por todos lados, - y Joaquín de por medio - insistí. - No, si era un tremendo negocio, inmenso, zapatos y botas por todos lados, hasta chaquetas habían, él estaba en la otra punta mirando botas de vaquero, grandes, con tremendo taco - Aceleré con intenciones de abrir la puerta y botarlo en el camino. Luego bajó la vista y comentó. - Estoy arrepentido. Estuve mirando los precios y aquí las botas cuestan el doble. Y no son de la misma calidad que las de Mendoza. - Pero Carlitos, si por algo te las encargué. – No sabía si decirle hueoncito o Carlitos - Es que estuvimos sacando cuentas con Joaquín y concluimos que los precios eran los mismos. - Pero si te dije que no calcules el cambio. Que de todas maneras van a ser mas baratas. Y te recalqué que no converses esas cosas con Joaquín, que tiene fama de ser mentiroso – Si jefe, siempre lo tuve claro. No se que me pasó. Jefe. Estábamos en la ciudad del cuero, había botas y chaquetas por todos lados y no traje nada. Frenaba y aceleraba, pensando mierda, mierda, mierda.
Llegamos. Luego lo llamé a mi oficina. Como confirmé que era un mentiroso igual que Joaquín, le dije, - dime Carlitos, sin pensar la respuesta, por favor, ¿Por qué cuando llegaste me dijiste que no había chaquetas? Me quedó mirando, pasaron los segundos, no respondía, procesando la próxima mentira, hasta que dijo, - es que en realidad era una sola chaqueta que estaba en una vitrina. Y Joaquín me dijo que era chica y no entré. – Pero si dijiste que habían botas y chaquetas por todos lados - Lo veía acorralado. - Si, fuimos a varios otros locales, chaquetas largas, cortas, con corte por todos lados, en la espalda, bolsillos grandes, chicos, forradas, café, negras, - a esa altura ya lo ahorcaba - y, y, le decía yo, ¿qué pasó? ¿Por qué no compraste? de pronto sacó una respuesta de lujo, - es que en el negocio donde encontré la chaqueta adecuada, no tenía tarjeta visa – y por qué no sacaste del cajero, - es que como me dijo que evitara sacar del cajero porque había un recargo, - pero por qué no me llamaste - te habría encargado varias, y te habrías comprado tú también. Si tenías 2000 dólares para comprar. Recalqué, ya gritando -2000 DOLARES- Y sacó su última respuesta. – Jefe, entiéndame, si le compré esas botas de juguete, agradezca entonces que no le compré chaquetas, porque sino la porquería que le hubiese traído. - Se dio media vuelta y se fue. Caí de espalda en mi asiento. Me superó. Exclamaba -Toda es una mentira-.
En la tarde llegó con un calendario y me dijo, Jefe, esta otra semana el jueves es feriado, podríamos irnos el miércoles a Mendoza y volvemos el domingo, vamos con su tarjeta visa y ahí si compramos lo que queramos.

Exclamé - FUERA DE AQUÍ -

viernes, 6 de junio de 2008

Medio siglo

Cuando cumplí los 45 pensaba que con suerte podía llegar a los noventa años. Creía estar viviendo entonces la mitad de mi vida y así, con mucho optimismo, iniciaba los siguientes 45. Muchos pensaban así, así que porque yo no podía pensar igual. 40 o 45, la mitad de mi vida, lo dice hasta el más escéptico. Miraba a mis hijos y pensaba que tenía para verlos muchos años mas. ¿Cuántos proyectos se tejen y se construyen a los 45? Cuando la madurez y la experiencia ganada hacen la vida un poco más fácil, al menos en el plano de las ideas, de las decisiones, de los miedos y otras yerbas. Miraba hacia atrás, desde el comienzo, lejos, cuando era un niño prácticamente sin ningún futuro esplendor y desde ahí recorría las distintas imágenes, como una película en cámara rápida, como iba pasando el tiempo, y ahí si, sentía el peso de la historia, de los años vivido. Son bastante, creo yo. Concluía que no había sido fácil. Pero aun así me había mantenido vigente en cada una de mis actividades. Incluso con algunos juegos de piernas y manos cada cierto tiempo me enganchaba mujeres que recién pasaban los treinta, aunque las mejores las encontraba por sobre los cuarenta. Nunca había ido al médico, nunca conocí una enfermera, al menos ella de pie y yo en una camilla. Si a la inversa. Pero si conocí otros males. Conocí abogados, traté con contadores, corredores de propiedades y estuve muy cerca de los políticos y los militares. No se lo doy ni a mi peor enemigo. Aprendí que la felicidad existe, pero solo segundos, como relámpagos que iluminan una noche tormentosa. Me reservaré para mas adelante muchas otras observaciones, pero lo que quiero decir ahora, que inmediatamente después que cumplí los tan vividos 45, los años se instalaron en mi cuerpo y asoman sus cabezas por todas partes. Hoy, ya en los cincuenta, noto que esta década ha sido la mas corta en comparación a las otras. Y eso responde a una situación de números, ya que la sensación de vivir estos últimos 10 años equivalen a un quinto de mi vida, y para un joven que cumple los veinte, la última década es nada menos que la mitad de su vida. Eso responde por qué cada año es mas corto. Lo negativo de todo esto, es que ya el cuerpo, no por lo cansado, sino que por el cúmulo de experiencias y emociones, que conviven con cada uno de los seres vivientes que tengo dentro del cuerpo y asoman sus cabezas por todas partes, me la están haciendo difícil. Al punto que ya no tengo la sensación de vivir otros 45 años, como irónicamente me parecía a los 45, sino que a duras penas siento que voy a vivir hasta los sesenta y de ahí en adelante los años de gracia. Solo podré ver a mi hijo menor, que tiene apenas 18 años, sólo hasta los 28, a mi nieta que tiene 8, podré verla hasta los 18. Mirado desde este punto de vista la situación y las expectativas son simplemente y sencillamente delirantes. Ya solo me engancho a mujeres sobre cuarenta, pero mejor que nunca. Y la memoria esta viva, y mientras este viva quiero escribir cada una de las situaciones vividas y tal cual como se sintieron en su momento. ¿Será divertido? No lo se. Pero siento que es importante que lo haga. Hay ciertos mensajes que tengo almacenados en mi mente, que están apretados y tienen deseos de salir, seguramente quedaron estancados y no evolucionaron, y es necesario descifrarlos. La mente sana se encarga de olvidar los malos momentos y mantienen a las personas equilibradas solo con sus recuerdos felices, de ahí su esperanza en la vida, en las personas, en el amor, pero yo tengo un revoltijo de situaciones inconclusas y cosas sin resolver, contradicciones básicas entre lo que esperaba de la vida y lo que recibí finalmente, un misterio de preguntas sin respuestas que están alojadas y espero, como dije anteriormente, pueda identificar y botar al papelero. Es necesario sacarlas, meten demasiado ruido y producen jaqueca. Deseo, y lo digo de corazón, una vez escritos pueda olvidar esos momentos la mayoría amargos, y pueda vivir estos últimos años con la tranquilidad sicológica que necesita creo yo, cualquier ser humano.

martes, 27 de mayo de 2008

¿Amigas?

Escuché el siguiente diálogo entre dos amigas que no se habían visto ya hace 25 años. Después del saludo y la ineludible competencia de a quien le ha ido mejor una le preguntó a la otra por Patricio. Respondió que hace 10 años lo dejó. Era flojo, nunca se fue de la casa de la mamá, puros trabajos esporádicos y nunca uno estable, con sueldo fijo, como me gusta a mi. ¿Y tú? le preguntó cambiando el tema, ¿trabajas? No, jamás, ni loca. Yo sigo casada y soy consumista a rabiar. - Ha, entonces a tú marido le ha ido bien. - ¿Por qué dices eso? respondió la aludida. Si mi marido también es técnico, sin título igual que el tuyo. Lo que pasa es que no lo presionaste. Yo lo presioné desde el principio y a todo lo que ganaba me anticipaba y ya lo tenía gastado. Y así trabajaba el doble. Y cuando quedaba sin trabajo lo trataba de perdedor, flojo, reventado, último, sin ninguna contemplación, y con el orgullo herido trabajaba en cualquier cosa. Te faltó empuje, querida amiga, por eso se te puso flojo. Yo jamás lo dejé respirar. Al final todo el dinero pasaba por mis manos. Y cuando comenzaba a gastar en él o ahorrar rápidamente me anticipaba y me endeudaba a propósito. O cuando le pagaban adelantado para comprar materiales se lo sacaba y lo gastaba. Endeudado y enojado más trabajaba. Yo tranquila total todas las deudas estaban a su nombre. Para la familia, los bancos, el colegio de los niños, era el moroso incumplidor, estafador. - Oye, pero como lo hacías para gastar el dinero que él tenía para su trabajo, preguntaba asombrada, – Muy simple. Cuando me pedía cuentas me hacía la que no entendía, mentía. Le cambiaba el tema, daba vuelta las cosas y terminaba culpándolo a él. Soy experta en eso. Ese es el truco. Nunca una cuenta. Eso me condenaba. Cuando íbamos al supermercado gastaba el doble, y cuando me pedía explicaciones, cualquier excusa era válida, que no te escuché, que pensé otra cosa, que no calculé bien. El enojo le duraba un ratito porque el trabajo y las deudas lo tenían cortito. El fin ya estaba cumplido. El tiene la obligación de darme. Mi madre, mi suegra, la mayoría de las mujeres que conozco funcionan así. Además hay una situación de fondo en todo esto. Mi hermano se casó con una mujer que le gastó todo lo que tenía ahorrado. Lo dejó absolutamente seco, triste y abatido. Ella inventa negocio, él los financia y lo pierden todo. Y considerando que ganan mas plata que nosotros no tienen nada. Como no puedo meterme en sus asuntos, sigo la ley de la vida. Yo aprieto a otro hombre. Así mi hermano queda vengado. Si me dan a elegir entre mi hermano y mi cuñada, prefiero ser como mi cuñada. Lo único malo es que es buena para el trago y le pone los cuernos. Ni siquiera es discreta. Mi hermano es mi hermano, en cambio a mi esposo lo conocí de repente. Pudo a ver sido cualquiera. ¿Por qué tengo que ser especial con alguien que apareció en mi vida por casualidad? Oye, insistió la separada, pero y el amor, la compresión, el apoyo, la lealtad, y todo eso. –Y eso que tiene que ver. Uno no se casa con el príncipe azul, por lo tanto uno tiene que ser la diferente, la que tiene que saber hacer las cosas. Uno tiene que tener los objetivos claros y ser calculadora, la que lo manipula, le gasta todo, no le deja espacio. En la casa no entra ni a la cocina ni me ocupa los muebles. Ese es mi mérito. Cuando se me enoja yo lo amenazo diciendo que me voy y lo dejo con todas las deudas y ahí recapacita y se da cuenta que es pelea perdida. - Y cuando me pilla en la mentira o en el robo, doy vuelta la situación, lo culpo de cualquier cosa, me ofendo y me voy llorando al dormitorio y ahí me quedo. Y él se va a trabajar pensando que él es culpable y así se le pasa, y es una técnica para subir y ver televisión. Ni tonta para sufrir por tan poco. Veo televisión y me la paso en Internet todo el día. Y por último, si se va, la noche se hizo para dormir, y dormir sola o dormir acompañada igual es para dormir y durante el día igual no está así que da lo mismo. Además dormir con él es una lata. Por algo se inventó la jaqueca y existe el período. Y si me quiere dejar lo amenazo que manosea a los niños, total como a mis hijos los tengo convencido que es un perdedor van a estar de mi lado y con eso basta. Está perdido por todo lados.
Después de una pausa, prosiguió. Además he tenido mala suerte, porque si encuentro otro mejor, lo dejo y me voy con el otro. Y así le saco a otro mas. Todos los hombres son iguales pero si te fijas la diferencia es su mujer. Además yo lo tengo convencido que mi capacidad para gastar plata, no tener las cuentas clara y cambiar el tema, improvisar, el robo diario, la manipulación, la jaqueca, la poca consideración a su persona, la mentira, la negación, todo eso es pura inteligencia emocional. Y esa inteligencia emocional tú no la tienes. Por eso estas sola y tienes que trabajar. Te fijas.

sábado, 22 de marzo de 2008

Mi barba

Recuerdo mi entrada a la Universidad Católica. Tres décadas atrás. Allá por el lejano año 1978. Tenía apenas 20 años pero me sentía infinitamente más viejo en relación a mis compañeros que sólo tenían 18. Además que cooperaba con mi aspecto de hombre maduro luciendo barba. Quería ser viejo parece, porque apenas salí de cuarto medio nunca mas me afeité. Durante el verano inmediatamente siguiente la barba creció lentamente, en cuarto medio no era de afeitarme todo los días, quizás una vez a la semana, así que los pelos salieron como pelo de guagua. Eran suaves, delgados, dóciles, brillantes, una mezcla de pelos negros, café moro, castaño, café claro y rubio, que fueron el primer aviso de canas. Me pasaba jugando con los pelos de la barba, me hacía remolinos, usaba los dedos para enrollarlos, en los de la pera metía un lápiz y me hacía rulitos, los bigotes nacían ordenados dejando los labios descubierto. Era una barba simétrica, bien hecha, nunca en ese tiempo tuve que recortarla, no tenía que afeitar dibujando un borde en la cara, sino que siempre natural. En la ducha, tomaba el champú y me pasaba largos minutos haciendo espuma, enjuagando una y otra vez, desenredando con los dedos, masajeando, enjuagaba y mas champú. Y nunca me secaba. Nunca los aplastaba secando con toalla. Quedaban mojados y así se secaban. Después usaba los dedos para peinarme. Era como acariciar el cuello de un gatito. Bueno, eso me decían. Pero a veces los desarmaba y los mordía. Me pasaba largas horas con los pelos en la boca, chupándolos, mientras pensaba, en las pruebas, mientras leía. Cuando tenía que hablar los ordenaba nuevamente. Metía los dedos en los pelos del cuello y desde ahí peinaba hacia arriba, le daba volumen. Siempre me aseguraba que los dedos nunca se enredaban en la barba. Siempre estaba peinada con los dedos. A veces andaba con una peineta, de esas de cuatro dientes, especial para pelos crespos, y la metía de lleno en los pelos y peinaba. Hacia todos lados, sin dirección. Era un tick.
El primer día caminé por todos los rincones del campus San Joaquín, divirtiéndome como embarraban a los novatos. Obviamente a mi no me iban a confundir con un novato, pero tampoco tenía el ánimo de aprovecharme y meterme entre los antiguos para perseguir novatos.
Solo miraba, riéndome, mientras me desenredaba los pelos de la barba y chupaba los bigotes.

viernes, 15 de febrero de 2008

Así no mas fue

Gabriela. Han pasado casi dos meses y la recuerdo como si fuera ayer. Son los amores de verano que me dejan maltrecho por un buen tiempo. Cuando fui joven hacía cosas de adulto. Tomaba osadas y peligrosas decisiones. Y ahora que soy adulto, reposado, manso, me comporto como joven casi con espinillas. Me enredo en complicadas situaciones donde rara vez salgo airoso, pero insisto y vuelvo a caer. Fui invitado al paseo de fin de años en la empresa donde doy mis servicios de asesor. La cita era en un famoso recinto deportivo en las afueras de Santiago. Fui. Total en la semana entre navidad y año nuevo no se trabaja como uno quiere aunque uno quiera. El entorno fue bastante familiar. Los conocidos de siempre, las niñas, las no tan niñas, nosotros los no tan jóvenes, en fin, pero como es usual, las miradas estaban en las niñas de las otras empresas que también celebraban su paseo de fin de año. Y al agua. Me uní a Alfredo. Nos ordenamos y comenzamos a nadar a lo largo de la piscina, al unísono, unas veinte vueltas. Luego nos estacionamos en la orilla y nos dedicamos a observar a los otros nadadores. En especial otra niña, atlética, de bikini blanco de otra empresa que nadaba de lado a lado sin mostrarse cansada. La silueta de una mujer que practica natación es sugerente. Los movimientos de piernas dan cuenta de lo ágil que puede ser para todo tipo de deportes. Las múltiples formas de sumergirse dejando su trasero bronceado por sobre la línea del agua, para luego salir a flote con medio cuerpo afuera llena de energía, seguido de un leve y fino movimiento que ordena su pelo estilando y de espalda continua nadando contrasta totalmente con la imagen de nuestras colegas que están de a cuatro abrazadas en el agua y que en cada salida a flote aparecen con todo el pelo enredado golpeando el agua mientras gritan que les falta el aire, hasta que una de sus compañera le dice que tiene una de sus pechugas totalmente afuera. La de bikini blanco se acercó a nosotros comentando nuestra técnica para nadar. Su nombre: Gabriela. Ella también se había fijado en nosotros. ¿Qué opinará? Conversamos trivialidades hasta que nos separamos para el almuerzo. Habíamos varios que no pertenecíamos a nada, curiosamente nos sentamos juntos. Insólito, cuando nos encontramos en el trabajo, hablamos del calor, de libros, de televisión, de cosas mundanas y cuando estamos en medio de un ambiente campestre, piscina, asado, hablamos de trabajo, balance del año que termina y ya por ahí por el postre pronóstico de cómo nos a ir el próximo año. Patético. Luego fui hacia la piscina instalándome en una de las sillas a tomar sol, ansioso de conversar con Gabriela, la niña de bikini blanco, que en ese instante no estaba pero al ratito se acercó, y parece que los comentarios fueron positivos porque de a poco aparecieron sus amigas. Alfredo y otro más se incorporaron. Luego llegó la hora del retorno. La mayoría tuvo que irse en los buses, después que estuvieron haciendo pucheritos toda la tarde porque se querían ir, ahora se querían quedar. Y era que no, había todo un ambiente acogedor, romántico, música ambiental, sonido del agua de la piscina, unas mesas, bebidas, bar, en fin. Negociamos quedarnos con el grupo de las cinco niñas de la otra empresa con la promesa de ir a dejarlas. Sus edades promedio no superaban los treinta años. Estábamos mas que entusiasmados, ya medios locos. El tema principal era “por qué las niñas se sienten ganadoras cuando dejan plantado a los hombres”. Como eran más, nos confabulamos para encontrarles la razón. Les hacíamos creer que efectivamente ganaban, sobre todo cuando en las fiestas les pedíamos bailar, nos decían no, y nos teníamos que ir con la cola entre las piernas. Huy, cómo ganaban. Pequeñas discusiones. Pero entretenidas, ya estaba rondando el deseo. Con Gabriela nos cruzábamos miradas constantemente y el momento culminante fue cuando me convidó hielo de su vaso. Ahora me conocerás. Me dijo, a pesar que disimuladamente la miraba estando con su bikini. ¿Qué faltaba por conocerle?

Ya eran las ocho y media y había que partir, La elección fue por comuna. Como yo iba para La Reina, llevé a tres que vivían por esos lados. Entre ellas estaba Gabriela. Una pareja para la Florida y otra para Maipú. Partimos. Yo pensaba, al igual como antaño, que la que se sentaba al lado del chofer era la supuesta pareja, pero Gabriela se sentó atrás. ¿Habrá quedado enganchada con el tema anterior y sentándose atrás se sintió ganadora? Lo concreto que sus amigas se fueron bajando y finalmente quedó sola. Entonces, para salvar la situación, le pedí que se cambiara al asiento delantero, que yo no era su chofer. Sin salirnos del tema de por qué las niñas dejan plantados a los hombres, fui alternando sus argumentos con preguntas más directas, hasta que llegué a plantearle por qué no usaba la misma energía para conquistar a un hombre y no para plantarlo. Nos detuvimos a dos cuadras de su casa, cerca de la Plaza de Ñuñoa. No podía despedirse y bajarse así no más porque el desafío estaba y se suponía que no debía dar la imagen de estar escapando, que también podía entablar una conversación, no era una fiesta precisamente, tampoco la terraza de la piscina, era el auto, estaba oscuro y yo había estacionado bajo la copa de un árbol que tapaba el farol del poste, por lo tanto quedarse un rato daba pie a un poco de audacia, y se quedó para demostrar que podía ser audaz. Recalco que no hay nada más placentero que dejar de manejar cuando al lado va una mujer inclinada levemente hacia mi lado. Hasta la música suena distinta. Seguimos con el tema, más sugerente, más directo. Esa osadía que ella pensó cuando decidió quedarse estaba llegando a límites extraordinarios. El tiempo pasaba, ambos conversábamos mirándonos a los ojos, inclinados y muy cerca, como si nos contáramos secretos, las manos gesticulaban y a veces se rozaban, cuando ella reía se apoyaba en mí, cuando yo recordaba algo, le tocaba su bronceado hombro, para llamar su atención, en fin. De pronto quedamos muy cerca, de frente, casi rozándonos, petrificados por largos segundos. Lo lógico era besarla, era la solución ideal al momento. ¿Qué pasaba si no la besaba? ¿Qué le diría después? Rocé su mejilla con mis dedos, ella recibió la caricia con un leve gesto aprobatorio, pero sentí que debía darle una segunda oportunidad, no podía ser tan directo, puse mis dedos en sus labios y fue ahí cuando dijo No. Si hubiera puesto mis labios no habría dicho No, No de que, si el beso ya estaba, pero como puse mis dedos dijo No. Repitió No. Le tomé sus manos y besé sus dedos lentamente, uno por uno. Aun estaba a distancia para besarla en su boca, pero le dije, “quiero besarte, pero no lo voy a hacer, se que no es lo usual, pero esperaré que tú lo hagas” Sus ojos se abrieron un poquito, me quedó mirando incrédula y muy astutamente dijo: cierra los ojos, los cerré, sentí un beso en la punta de mi nariz, un beso con los labios entreabiertos, húmedos, de largos dos o tres segundos. Ella no se apartó “no es un problema de timidez, simplemente no debo hacerlo, soy una mujer casada”. No había pensado en eso. Sonreí. Baje los brazos. Ya estaba manso nuevamente. Dije, “Ya se porque no me besas, porque tú te conoces y no respondes de ti”. Con un arrebato de franqueza agregó, “Si no fuera casada. Claro, de todas maneras”. “¿Y también me tocarías?” Pregunté. Quedó un rato en silencio y dijo, “si, pero ahí si después que tú me toques. No lo haría primero”. “Que pena” dije “Debes de tener una piel muy suave. Que ganas de tocarte”. “Si, lo se” me dijo “Cómo me mirabas en la piscina” “Ha, te diste cuenta” Reímos. No fue necesario mas, tomo la iniciativa y dijo me voy. Me miró unos segundos a los ojos y después se recostó en mi hombro. Por un instante pensé estar enamorado, sabiendo que no la vería más. ¿Estaría ella pensando lo mismo? Al final, respirando hondo, le dije, “ya, es tarde, es hora que te vayas. A las doce me transformo y me pongo a dar besos como loco”. “Que tentador” me dijo. Nos dio ataque de risa y ambos sentimos que nos conocíamos de siempre. “Chao, pensaré en ti” recibí un beso en la mejilla. De nuevo la oportunidad de besarnos, pero no, “chao” y se fue. Cruzó a la vereda del lado del conductor y caminó hacia la esquina. La observé mientras se alejaba. Cuando ya llevaba media cuadra y su silueta se perdía en la oscuridad, arranqué el auto y avancé hacia ella estacionando a su lado. Ella se detuvo y se acercó a la ventanilla, dando a entender que ninguno de los dos quería irse. “No quiero irme” le dije. Me acarició. “Tenías razón”, le dije, “Has ganado, no me diste ningún beso y ganaste”. Así juegan las mujeres. “No” me dijo, “no gané, esta vez perdí yo. Chao”. Caminó otro par de metros, y antes de doblar la esquina hacia su casa, señal que sería la última vez que la vería, nuevamente avance y me estacioné a su lado. Se acercó y nos quedamos mirando, sin decirnos nada. No se me ocurrió otra cosa que decirle, “esta noche pensaré en ti, toda la noche, y tú también pensarás en mí. Cuando sean las doce de la noche dirás, ¿Qué tonta, pensar que a esta hora me estaría besando como loco” Esta vez no hubo risas. Me acarició nuevamente, musitando “Eres tierno, Sí, pensaré en ti. Adiós” Mientras se alejaba, miró tres veces hacia atrás.


miércoles, 13 de febrero de 2008

Reencuentro

Había empezado a escribir situaciones mas cotidianas, pero ocurrió algo que no logro asimilar. La situación es la siguiente: era un compañero de universidad de los llamado puta madre. Nunca estudiaba y encontraba feas a todas las compañeras y a todas las minas en general. Y eso que eran minas de la universidad católica. Llegaba con el mismo gamulán a la pruebas en esos gélidos días de inviernos, los días sábado. Ocho treinta. Su barba creciente, pelo revuelto, ojeras y fumando. Nosotros con el mismo aspecto, nos habíamos quedado en la casa de un compañero pero estudiando, pero este no había estudiado, venía del salón de pool. Toda la noche entre mesa y mesa y copa y copa. Hablaba sólo de mesas, juegos y apuestas. Su único lenguaje. Esa vez había perdido la calculadora y el reloj. Siempre perdía y siempre terminaba peleando. Antes quebraba los palos o rajaba el paño y por ende se trenzaba en discuciones con el dueño, hasta que un día este último salió y con un fierro le quebró el vidrio trasero al auto. Estoy pagado le dijo. Pese a la resaca le iba bien en las pruebas. Nosotros estudiabamos y él no. Cuantas veces lo vimos con su mano enyesada, ¿Qué te pasó?, Le pegué a un pelotudo, era su respuesta. La mamá tenía las canas verdes y el papá su úlcera reventada. Tenía un concepto errado de la amistad, el pololeo, la jerarquía. A todos por igual le corría combo. No le tenía miedo a nada ni a nadie. No podríamos decir que era mas malo que pegarle a la mamá, porque capaz que ya lo haya hecho. Manejando tomaba la botella y desde la ventanilla del chofer la lanzaba contra los paraderos con paletas luminosas. Estas reventaban con un gran estruendo sin importar si habían pasajeros esperando.
Recién egresado de la Universidad iba de pasajero en un auto y el chofer igual de malvado y alcohólico chocó contra un árbol, este amigo salió disparado por el parabrisa quedando desparramado en la acera. No fue un triste final porque por desgracia no murió, así pensabamos, porque en el estado que quedó era lo mejor que pudo pasarle. Quedó en coma como treinta días.
Yo lo vi en la casa, tendido en su cama irreconocible. No existía milimetro en su cara sin puntos. Era una gran cicatriz, dura, como cáscara de naranja, producto de los múltiples cirujías esteticas, al parecer atendido por FONASA porque de estéticas no tenían nada.
Su mamá nos comentaba que este muchacho estuvo en el umbra, en el otro lado. Apenas despertó preguntó por la abuela, muerta hacia seis años. que habían conversado mientras contemplaban su propio cuerpo, que lucía como una calavera. Pensamos que la mamá con la impresión, el susto y la pena quedó chiflada.
Esta semana visité una empresa y mientras conversaba con la dueña, negociando, especulando, apareció un joven adulto, flaco, no parecía adulto, pero tampoco parecía joven, que era, no se, quizá un robot, tenía los bigotitos como dibujado. La hermana, la dueña le decía que ayer le dijo, que anotara si se le olvida, pero también se le olvidaba anotar. Aunque aprecié que se desenvolvía bien, dio su opinión, bromeo, ella comentó que su hermano olvidaba todo. Ahora estaba en terapia donde le comentaban un texto y el de inmediato lo olvidaba. Que habían descubierto otro tumor que le presionaba no se que parte del cerebro. En la última operación le encontraron un vidrio milimétrico entre los tejidos. Y ya han pasado veinte años desde aquel accidente. Y de paso me comentó que después del accidente cambió. Se casó, tiene una esposa preciosa, la vi, era una vendedora de la empresa, no estaba mal. Si hermano ahora es un pan de dios. Es amable, protector, nos quiere a todas, a su mamá, a mi, quiere los animales.
Era mi compañero. No recuerda absolutamente nada. Nada de nada. A nadie. No dije nada. Me retire.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Alergia en verano

El verano es la temporada que evoca mis recuerdos. Principalmente porque la alergia que de adulto ya no me afecta tanto, me azotaba los años de mi juventud con una inusitada violencia. Recuerdo esos meses ocultándome del día, no podía mirar al sol, caminando por la sombra. Los cambios de clima eran fatales. Si me levantaba mas tarde de lo normal, estaba todo el día resfriado. Resfriado me duchaba con agua helada, se me quitaba la alergia, si el champú era muy aromático, aparecía un resfriado. Pienso que el origen fue un resfriado mal cuidado que perduró por meses y que se transformó en sinusitis cuando mi padre me compró la moto. A los 18 años. El frió se instaló en mi frente al punto que permanecía con un dolor constante todas las horas del día, sentía crujidos al interior de las fosas nasales. Por ende viví resfriado por años, hasta que vendí la moto. Así fue como apareció un asma producto de lo mismo. Sentía que la garganta se cerraba y se apagaba el aire. Eso si que fue atroz. Que te falte el aire es una angustia muy difícil de definir. Mientras fui alumno de la UC, los médicos experimentaban para descubrir el origen de la alergia. Me pinchaban ambos brazos con alfileres, agarraban el cuerito levantándolo hasta romperlo, produciendo una minúscula herida. Después untaban con diferentes líquidos en cada una de las grietas. Cada gota era un extracto de algo, plumas, polvo, polen, etc. Si la herida se transformaba en roncha había alergia. La medían y anotaban. Estamos hablando de veinte pinchazos por brazos al día. En uno de esos laboratorios me atendió una joven doctora, que viajaba todos los días de Viña a Santiago, estudiando y escribiendo sobre este tema. En la sala de espera nos encontrábamos los alérgicos. Dicha doctora fue mi primer amor platónico. Mientras iban desapareciendo los otros pacientes porque se les descubría su alergia y se les enviaba a los doctores respectivo, esta dama continuaba conmigo porque no descubría cual era mi enfermedad. Yo estaba totalmente entregado. Iba todos los días. Y todos los días lo mismo. Buscando el origen de la alergia. Estábamos toda la tarde juntos. Enamorarse de la doctora no es un tema trivial. Ella me tocaba a su entera disposición, sin camisa, auscultando el pecho, me hacía respirar profundo para ver como crecía mi caja torácica, mientras me apretaba las costillas, con sus preciosos dedos, jugaba conmigo respirando y botando el aire, lo hacia conmigo, siempre con sus manos presionando sobre mi pecho. Para escuchar no usaba ningún aparato. Ponía directamente su oído sobre mi pecho. Buscando un crujido, un ruido, a lo mejor escuchaba mi corazón enamoradizo. Uf, qué recuerdos. Pero no todo era fácil. Además de los miles de pinchazos con los alfileres, fue terrible también la respiración de vapores con sustancias impropias. Yo reclamaba. Ese vapor ahoga a cualquiera, le decía. Ella se acercaba a mi, mejilla con mejilla, y nos metíamos los dos en la misma mascarilla. Soltaba el vapor. Yo terminaba ahogado y ella no. Su piel suave aun la recuerdo. Yo ya usaba barba. Algunos vapores me dejaban aturdido. La idea era soportar el máximo de tiempo la mascarilla puesta y el vapor a todo dar. Ella registraba los tiempos. Vamos, aguanta, aspira y aguanta, se cerraba mi garganta hasta que sucumbía tendido en el sillón. Me provocaba un ataque de asma. No era similar a estar bajo el agua, porque ahí uno empieza a dar manotazos, aquí iba perdiendo poco a poco el conocimiento. Me iba. Cuando ya sucumbía, quizá ya con un semblante morado, ella cambiaba la mascarilla por una con gas con anti alérgico, que sensación mas agradable, recuperaba la conciencia mientras ella me abrazaba, ponía su rostro sobre mi desnudo y peludo pecho y decía, ya pasó, ya pasó. Reía. ¿Por qué reía, si yo sufría? Anotaba algunas cosas, seguramente aun indecisa con el diagnóstico preguntaba, ¿lo hacemos de nuevo? Tan enamorado estaba que lo hacíamos tres, cuatro veces. Cuatro ataques de asma diarios, no es fácil. Así fue mi primer amor platónico. Luego de varias veladas ella definitivamente no pudo viajar más. Creo que lloré. Me presentó a su reemplazante. Un pelotudo mamerto con cara de mateo así que no fui mas.
Dicen que la alergia pasa con los años.

martes, 29 de enero de 2008

EL uno

Iba llegando a la combinación del metro. Me aprontaba a subir la escalera mecánica. Todo iba bien hasta que "de muestra un botón". Una persona se detuvo en el lado izquierdo. O sea la vía rápida. Ahí se detuvo todo. Seguimos siendo los mismos. Aproveché el momento para hacer un resumen de lo vivido en la oficina. O sea nada. No quería mirar hacia arriba, porque en los escalones superiores iban un par de piernas dibujadas a mano. Y si me inclinaba un poco, solo un poco, seguramente le vería el comienzo de las piernas. ¿Para qué ver mas?. En realidad no me interesó verle los calzones. ¿Qué gano?. Así que poniendo cara de pensando la mire sin mostrarme interesado. Yo pienso que si miro con la vista fija, como si estuviera en otra, nadie se daría cuenta, pero que equivocado estoy, las mujeres siempre piensan que de todas maneras las están mirando. Hasta las más desproporcionadas se creen el cuento. Así que cualquier efecto distractivo está de más. Mejor aplico la técnica de mirar directamente. Y cuando paso a su lado, le digo un piropo. Aunque me da lo mismo como lo recibió porque no me doy vuelta y no la veo mas. Si a fin de cuentas el piropo no era lo importante, lo importante fue mirarle las piernas.
Me dieron el dato de leer un par de blog. Antes leía noticias en internet, hasta que me dieron la dirección de un blog. Lo leí. Después leí sus linker. Y otros linker. Es decir, caí en la trampa, caí en la red. Hay de todo. Soy de la generación antigua. De esa que se educó sin celular. Donde era mal educación hablar por teléfono y solo se usaba para coordinar una reunión. Hoy en cambio si quieres ver a alguien para conversar algo, lo llamas y te dice "dime no mas", ahí mismo. No me desespero si suena el celular ni tampoco me interesa donde se ubica quien me habla, menos le digo donde estoy, no le puede importar menos. Siempre le digo, estoy en algarrobo, rascándome la guata al sol, o mirando las estrellas, y si es un hombre, agrego que con una mina al lado. Claro que soy hincha del aparato este. Lo uso para mi trabajo y parte de mis logros se lo debo a la oportunidad de tener un celular. No podría ser de otra forma. Lo mismo Internet. Pero jamás hablo por este aparato con amigos. El "como estay" no existe para mi.
Tengo como mala costumbre hablar mucho. Sin embargo soy un tipo observador. Soy de los que en las reuniones la paso callado, observando, lo mismo en las fiestas, carretes, veladas, eventos, reunión familiar. Me gusta estar con gente. Hablo mucho entonces cuando no corresponde. Como observo mucho, hago comentarios poco felices. Descubro cosas. Veo bajo el agua. Hablo solo. Soy nocturno. No me gusta dormir. Cuando pestañeo me tomo un café y se me quita el sueño. Litros de café durante el día. Lo mismo coca o pepsi light. Con harto hielo. Me gusta leer, escribir, escuchar música, es especial clásica, óperas, bañarme, lavarme las manos cuarenta veces al día. Me gusta tomar sopa. Caminar. Siempre con una bebida light de medio litro en la mano. Mirar fotografías que yo tomo. Con esto de la fotografía digital ahora ya no tengo miles, tengo millones. Cuando ocupo escritorios ajenos, abro los cajones.
Bueno. Ya me presente. Siempre hago lo mismo con las agendas o los manuales. O los otrora diarios de vida. La primera página es para presentarme. A mi mismo. Esta vez será público. ¿Será? ¿Tendré audiencia? Espero que si. Debe agregar una cuota de entretención. No será fácil entonces. Bienvenidos.