viernes, 15 de febrero de 2008

Así no mas fue

Gabriela. Han pasado casi dos meses y la recuerdo como si fuera ayer. Son los amores de verano que me dejan maltrecho por un buen tiempo. Cuando fui joven hacía cosas de adulto. Tomaba osadas y peligrosas decisiones. Y ahora que soy adulto, reposado, manso, me comporto como joven casi con espinillas. Me enredo en complicadas situaciones donde rara vez salgo airoso, pero insisto y vuelvo a caer. Fui invitado al paseo de fin de años en la empresa donde doy mis servicios de asesor. La cita era en un famoso recinto deportivo en las afueras de Santiago. Fui. Total en la semana entre navidad y año nuevo no se trabaja como uno quiere aunque uno quiera. El entorno fue bastante familiar. Los conocidos de siempre, las niñas, las no tan niñas, nosotros los no tan jóvenes, en fin, pero como es usual, las miradas estaban en las niñas de las otras empresas que también celebraban su paseo de fin de año. Y al agua. Me uní a Alfredo. Nos ordenamos y comenzamos a nadar a lo largo de la piscina, al unísono, unas veinte vueltas. Luego nos estacionamos en la orilla y nos dedicamos a observar a los otros nadadores. En especial otra niña, atlética, de bikini blanco de otra empresa que nadaba de lado a lado sin mostrarse cansada. La silueta de una mujer que practica natación es sugerente. Los movimientos de piernas dan cuenta de lo ágil que puede ser para todo tipo de deportes. Las múltiples formas de sumergirse dejando su trasero bronceado por sobre la línea del agua, para luego salir a flote con medio cuerpo afuera llena de energía, seguido de un leve y fino movimiento que ordena su pelo estilando y de espalda continua nadando contrasta totalmente con la imagen de nuestras colegas que están de a cuatro abrazadas en el agua y que en cada salida a flote aparecen con todo el pelo enredado golpeando el agua mientras gritan que les falta el aire, hasta que una de sus compañera le dice que tiene una de sus pechugas totalmente afuera. La de bikini blanco se acercó a nosotros comentando nuestra técnica para nadar. Su nombre: Gabriela. Ella también se había fijado en nosotros. ¿Qué opinará? Conversamos trivialidades hasta que nos separamos para el almuerzo. Habíamos varios que no pertenecíamos a nada, curiosamente nos sentamos juntos. Insólito, cuando nos encontramos en el trabajo, hablamos del calor, de libros, de televisión, de cosas mundanas y cuando estamos en medio de un ambiente campestre, piscina, asado, hablamos de trabajo, balance del año que termina y ya por ahí por el postre pronóstico de cómo nos a ir el próximo año. Patético. Luego fui hacia la piscina instalándome en una de las sillas a tomar sol, ansioso de conversar con Gabriela, la niña de bikini blanco, que en ese instante no estaba pero al ratito se acercó, y parece que los comentarios fueron positivos porque de a poco aparecieron sus amigas. Alfredo y otro más se incorporaron. Luego llegó la hora del retorno. La mayoría tuvo que irse en los buses, después que estuvieron haciendo pucheritos toda la tarde porque se querían ir, ahora se querían quedar. Y era que no, había todo un ambiente acogedor, romántico, música ambiental, sonido del agua de la piscina, unas mesas, bebidas, bar, en fin. Negociamos quedarnos con el grupo de las cinco niñas de la otra empresa con la promesa de ir a dejarlas. Sus edades promedio no superaban los treinta años. Estábamos mas que entusiasmados, ya medios locos. El tema principal era “por qué las niñas se sienten ganadoras cuando dejan plantado a los hombres”. Como eran más, nos confabulamos para encontrarles la razón. Les hacíamos creer que efectivamente ganaban, sobre todo cuando en las fiestas les pedíamos bailar, nos decían no, y nos teníamos que ir con la cola entre las piernas. Huy, cómo ganaban. Pequeñas discusiones. Pero entretenidas, ya estaba rondando el deseo. Con Gabriela nos cruzábamos miradas constantemente y el momento culminante fue cuando me convidó hielo de su vaso. Ahora me conocerás. Me dijo, a pesar que disimuladamente la miraba estando con su bikini. ¿Qué faltaba por conocerle?

Ya eran las ocho y media y había que partir, La elección fue por comuna. Como yo iba para La Reina, llevé a tres que vivían por esos lados. Entre ellas estaba Gabriela. Una pareja para la Florida y otra para Maipú. Partimos. Yo pensaba, al igual como antaño, que la que se sentaba al lado del chofer era la supuesta pareja, pero Gabriela se sentó atrás. ¿Habrá quedado enganchada con el tema anterior y sentándose atrás se sintió ganadora? Lo concreto que sus amigas se fueron bajando y finalmente quedó sola. Entonces, para salvar la situación, le pedí que se cambiara al asiento delantero, que yo no era su chofer. Sin salirnos del tema de por qué las niñas dejan plantados a los hombres, fui alternando sus argumentos con preguntas más directas, hasta que llegué a plantearle por qué no usaba la misma energía para conquistar a un hombre y no para plantarlo. Nos detuvimos a dos cuadras de su casa, cerca de la Plaza de Ñuñoa. No podía despedirse y bajarse así no más porque el desafío estaba y se suponía que no debía dar la imagen de estar escapando, que también podía entablar una conversación, no era una fiesta precisamente, tampoco la terraza de la piscina, era el auto, estaba oscuro y yo había estacionado bajo la copa de un árbol que tapaba el farol del poste, por lo tanto quedarse un rato daba pie a un poco de audacia, y se quedó para demostrar que podía ser audaz. Recalco que no hay nada más placentero que dejar de manejar cuando al lado va una mujer inclinada levemente hacia mi lado. Hasta la música suena distinta. Seguimos con el tema, más sugerente, más directo. Esa osadía que ella pensó cuando decidió quedarse estaba llegando a límites extraordinarios. El tiempo pasaba, ambos conversábamos mirándonos a los ojos, inclinados y muy cerca, como si nos contáramos secretos, las manos gesticulaban y a veces se rozaban, cuando ella reía se apoyaba en mí, cuando yo recordaba algo, le tocaba su bronceado hombro, para llamar su atención, en fin. De pronto quedamos muy cerca, de frente, casi rozándonos, petrificados por largos segundos. Lo lógico era besarla, era la solución ideal al momento. ¿Qué pasaba si no la besaba? ¿Qué le diría después? Rocé su mejilla con mis dedos, ella recibió la caricia con un leve gesto aprobatorio, pero sentí que debía darle una segunda oportunidad, no podía ser tan directo, puse mis dedos en sus labios y fue ahí cuando dijo No. Si hubiera puesto mis labios no habría dicho No, No de que, si el beso ya estaba, pero como puse mis dedos dijo No. Repitió No. Le tomé sus manos y besé sus dedos lentamente, uno por uno. Aun estaba a distancia para besarla en su boca, pero le dije, “quiero besarte, pero no lo voy a hacer, se que no es lo usual, pero esperaré que tú lo hagas” Sus ojos se abrieron un poquito, me quedó mirando incrédula y muy astutamente dijo: cierra los ojos, los cerré, sentí un beso en la punta de mi nariz, un beso con los labios entreabiertos, húmedos, de largos dos o tres segundos. Ella no se apartó “no es un problema de timidez, simplemente no debo hacerlo, soy una mujer casada”. No había pensado en eso. Sonreí. Baje los brazos. Ya estaba manso nuevamente. Dije, “Ya se porque no me besas, porque tú te conoces y no respondes de ti”. Con un arrebato de franqueza agregó, “Si no fuera casada. Claro, de todas maneras”. “¿Y también me tocarías?” Pregunté. Quedó un rato en silencio y dijo, “si, pero ahí si después que tú me toques. No lo haría primero”. “Que pena” dije “Debes de tener una piel muy suave. Que ganas de tocarte”. “Si, lo se” me dijo “Cómo me mirabas en la piscina” “Ha, te diste cuenta” Reímos. No fue necesario mas, tomo la iniciativa y dijo me voy. Me miró unos segundos a los ojos y después se recostó en mi hombro. Por un instante pensé estar enamorado, sabiendo que no la vería más. ¿Estaría ella pensando lo mismo? Al final, respirando hondo, le dije, “ya, es tarde, es hora que te vayas. A las doce me transformo y me pongo a dar besos como loco”. “Que tentador” me dijo. Nos dio ataque de risa y ambos sentimos que nos conocíamos de siempre. “Chao, pensaré en ti” recibí un beso en la mejilla. De nuevo la oportunidad de besarnos, pero no, “chao” y se fue. Cruzó a la vereda del lado del conductor y caminó hacia la esquina. La observé mientras se alejaba. Cuando ya llevaba media cuadra y su silueta se perdía en la oscuridad, arranqué el auto y avancé hacia ella estacionando a su lado. Ella se detuvo y se acercó a la ventanilla, dando a entender que ninguno de los dos quería irse. “No quiero irme” le dije. Me acarició. “Tenías razón”, le dije, “Has ganado, no me diste ningún beso y ganaste”. Así juegan las mujeres. “No” me dijo, “no gané, esta vez perdí yo. Chao”. Caminó otro par de metros, y antes de doblar la esquina hacia su casa, señal que sería la última vez que la vería, nuevamente avance y me estacioné a su lado. Se acercó y nos quedamos mirando, sin decirnos nada. No se me ocurrió otra cosa que decirle, “esta noche pensaré en ti, toda la noche, y tú también pensarás en mí. Cuando sean las doce de la noche dirás, ¿Qué tonta, pensar que a esta hora me estaría besando como loco” Esta vez no hubo risas. Me acarició nuevamente, musitando “Eres tierno, Sí, pensaré en ti. Adiós” Mientras se alejaba, miró tres veces hacia atrás.


miércoles, 13 de febrero de 2008

Reencuentro

Había empezado a escribir situaciones mas cotidianas, pero ocurrió algo que no logro asimilar. La situación es la siguiente: era un compañero de universidad de los llamado puta madre. Nunca estudiaba y encontraba feas a todas las compañeras y a todas las minas en general. Y eso que eran minas de la universidad católica. Llegaba con el mismo gamulán a la pruebas en esos gélidos días de inviernos, los días sábado. Ocho treinta. Su barba creciente, pelo revuelto, ojeras y fumando. Nosotros con el mismo aspecto, nos habíamos quedado en la casa de un compañero pero estudiando, pero este no había estudiado, venía del salón de pool. Toda la noche entre mesa y mesa y copa y copa. Hablaba sólo de mesas, juegos y apuestas. Su único lenguaje. Esa vez había perdido la calculadora y el reloj. Siempre perdía y siempre terminaba peleando. Antes quebraba los palos o rajaba el paño y por ende se trenzaba en discuciones con el dueño, hasta que un día este último salió y con un fierro le quebró el vidrio trasero al auto. Estoy pagado le dijo. Pese a la resaca le iba bien en las pruebas. Nosotros estudiabamos y él no. Cuantas veces lo vimos con su mano enyesada, ¿Qué te pasó?, Le pegué a un pelotudo, era su respuesta. La mamá tenía las canas verdes y el papá su úlcera reventada. Tenía un concepto errado de la amistad, el pololeo, la jerarquía. A todos por igual le corría combo. No le tenía miedo a nada ni a nadie. No podríamos decir que era mas malo que pegarle a la mamá, porque capaz que ya lo haya hecho. Manejando tomaba la botella y desde la ventanilla del chofer la lanzaba contra los paraderos con paletas luminosas. Estas reventaban con un gran estruendo sin importar si habían pasajeros esperando.
Recién egresado de la Universidad iba de pasajero en un auto y el chofer igual de malvado y alcohólico chocó contra un árbol, este amigo salió disparado por el parabrisa quedando desparramado en la acera. No fue un triste final porque por desgracia no murió, así pensabamos, porque en el estado que quedó era lo mejor que pudo pasarle. Quedó en coma como treinta días.
Yo lo vi en la casa, tendido en su cama irreconocible. No existía milimetro en su cara sin puntos. Era una gran cicatriz, dura, como cáscara de naranja, producto de los múltiples cirujías esteticas, al parecer atendido por FONASA porque de estéticas no tenían nada.
Su mamá nos comentaba que este muchacho estuvo en el umbra, en el otro lado. Apenas despertó preguntó por la abuela, muerta hacia seis años. que habían conversado mientras contemplaban su propio cuerpo, que lucía como una calavera. Pensamos que la mamá con la impresión, el susto y la pena quedó chiflada.
Esta semana visité una empresa y mientras conversaba con la dueña, negociando, especulando, apareció un joven adulto, flaco, no parecía adulto, pero tampoco parecía joven, que era, no se, quizá un robot, tenía los bigotitos como dibujado. La hermana, la dueña le decía que ayer le dijo, que anotara si se le olvida, pero también se le olvidaba anotar. Aunque aprecié que se desenvolvía bien, dio su opinión, bromeo, ella comentó que su hermano olvidaba todo. Ahora estaba en terapia donde le comentaban un texto y el de inmediato lo olvidaba. Que habían descubierto otro tumor que le presionaba no se que parte del cerebro. En la última operación le encontraron un vidrio milimétrico entre los tejidos. Y ya han pasado veinte años desde aquel accidente. Y de paso me comentó que después del accidente cambió. Se casó, tiene una esposa preciosa, la vi, era una vendedora de la empresa, no estaba mal. Si hermano ahora es un pan de dios. Es amable, protector, nos quiere a todas, a su mamá, a mi, quiere los animales.
Era mi compañero. No recuerda absolutamente nada. Nada de nada. A nadie. No dije nada. Me retire.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Alergia en verano

El verano es la temporada que evoca mis recuerdos. Principalmente porque la alergia que de adulto ya no me afecta tanto, me azotaba los años de mi juventud con una inusitada violencia. Recuerdo esos meses ocultándome del día, no podía mirar al sol, caminando por la sombra. Los cambios de clima eran fatales. Si me levantaba mas tarde de lo normal, estaba todo el día resfriado. Resfriado me duchaba con agua helada, se me quitaba la alergia, si el champú era muy aromático, aparecía un resfriado. Pienso que el origen fue un resfriado mal cuidado que perduró por meses y que se transformó en sinusitis cuando mi padre me compró la moto. A los 18 años. El frió se instaló en mi frente al punto que permanecía con un dolor constante todas las horas del día, sentía crujidos al interior de las fosas nasales. Por ende viví resfriado por años, hasta que vendí la moto. Así fue como apareció un asma producto de lo mismo. Sentía que la garganta se cerraba y se apagaba el aire. Eso si que fue atroz. Que te falte el aire es una angustia muy difícil de definir. Mientras fui alumno de la UC, los médicos experimentaban para descubrir el origen de la alergia. Me pinchaban ambos brazos con alfileres, agarraban el cuerito levantándolo hasta romperlo, produciendo una minúscula herida. Después untaban con diferentes líquidos en cada una de las grietas. Cada gota era un extracto de algo, plumas, polvo, polen, etc. Si la herida se transformaba en roncha había alergia. La medían y anotaban. Estamos hablando de veinte pinchazos por brazos al día. En uno de esos laboratorios me atendió una joven doctora, que viajaba todos los días de Viña a Santiago, estudiando y escribiendo sobre este tema. En la sala de espera nos encontrábamos los alérgicos. Dicha doctora fue mi primer amor platónico. Mientras iban desapareciendo los otros pacientes porque se les descubría su alergia y se les enviaba a los doctores respectivo, esta dama continuaba conmigo porque no descubría cual era mi enfermedad. Yo estaba totalmente entregado. Iba todos los días. Y todos los días lo mismo. Buscando el origen de la alergia. Estábamos toda la tarde juntos. Enamorarse de la doctora no es un tema trivial. Ella me tocaba a su entera disposición, sin camisa, auscultando el pecho, me hacía respirar profundo para ver como crecía mi caja torácica, mientras me apretaba las costillas, con sus preciosos dedos, jugaba conmigo respirando y botando el aire, lo hacia conmigo, siempre con sus manos presionando sobre mi pecho. Para escuchar no usaba ningún aparato. Ponía directamente su oído sobre mi pecho. Buscando un crujido, un ruido, a lo mejor escuchaba mi corazón enamoradizo. Uf, qué recuerdos. Pero no todo era fácil. Además de los miles de pinchazos con los alfileres, fue terrible también la respiración de vapores con sustancias impropias. Yo reclamaba. Ese vapor ahoga a cualquiera, le decía. Ella se acercaba a mi, mejilla con mejilla, y nos metíamos los dos en la misma mascarilla. Soltaba el vapor. Yo terminaba ahogado y ella no. Su piel suave aun la recuerdo. Yo ya usaba barba. Algunos vapores me dejaban aturdido. La idea era soportar el máximo de tiempo la mascarilla puesta y el vapor a todo dar. Ella registraba los tiempos. Vamos, aguanta, aspira y aguanta, se cerraba mi garganta hasta que sucumbía tendido en el sillón. Me provocaba un ataque de asma. No era similar a estar bajo el agua, porque ahí uno empieza a dar manotazos, aquí iba perdiendo poco a poco el conocimiento. Me iba. Cuando ya sucumbía, quizá ya con un semblante morado, ella cambiaba la mascarilla por una con gas con anti alérgico, que sensación mas agradable, recuperaba la conciencia mientras ella me abrazaba, ponía su rostro sobre mi desnudo y peludo pecho y decía, ya pasó, ya pasó. Reía. ¿Por qué reía, si yo sufría? Anotaba algunas cosas, seguramente aun indecisa con el diagnóstico preguntaba, ¿lo hacemos de nuevo? Tan enamorado estaba que lo hacíamos tres, cuatro veces. Cuatro ataques de asma diarios, no es fácil. Así fue mi primer amor platónico. Luego de varias veladas ella definitivamente no pudo viajar más. Creo que lloré. Me presentó a su reemplazante. Un pelotudo mamerto con cara de mateo así que no fui mas.
Dicen que la alergia pasa con los años.