domingo, 27 de septiembre de 2015

He pasado.....

He pasado todo este tiempo leyendo cuentos. Nada he escrito. Solo apuntes que se pierden. Me gusta seguir historia. Mejor dicho, no la historia misma sino quien las escribe. Cuando pasan los años se tiene un capital que no vale nada pero pesa. Uno se pone mas curioso, al menos yo, mas intruso, mas insolente. Me habría gustado ser mas insolente cuando joven, a terminar las historias. Cuantas historias quedaron inconclusas por no ser mas insolente. Recordarlo casi me duele.O mejor dicho me pica. Me arde. Y mi problema es que sigo dejando historias a medias. Es un problema. Lo confieso. Me complica tener que resolverlo. Y nuevamente queda otra historia inconclusa.
Pero en fin. El dejar una historia pendiente al menos da pie para continuarla. Como ejemplo esta es una. Es un ejercicio para la memoria.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Segundo tiempo.



Me había alejado de escribir en este blog pensando que ya había cumplido un ciclo. Que lejos estaba de la mas cruda realidad. Lo que en realidad hice fue fingir que comenzaba una nueva etapa y comenzaba a florecer esa naturaleza sabia que dícese tener los adultos que se aprontan a la tercera edad. Pero me di cuenta que lo que ocurrió es uno de mis fantasma que llevo a cuesta, dejo a media lo que con tanto entusiasmo había comenzado. A medida que se va teniendo control de los espacios y principalmente los tiempos, también se va agudizando la sensación de no malgastar el tiempo y procurar de tomar el camino correcto en vez de dar un rodeo.
Pero la mecánica de seguir escribiendo aun estaba en la rutina diaria. Lo hacía en los diversos medios que uno tiene al alcance: los mail, los cuadernos, los archivos word que se pierden cuando uno se cambia de equipo. Ahí me di cuenta que de algo servía el blog: un archivo permamente de fácil acceso. Volví a releerlos y recordé muchas cosas, no solo asociados con los post sino las circunstancias en las cuales me encontraba mientras los escribía. Ahí sentí lo que siempre se habla mientas existimos, dejar huellas. A pesar que es solo un medio por el cual uno deja huellas, digamos las escritas, existen varias otras, pero esta, creo yo, es válida, y perfectamente puede catalogar.
Desde aquí puedo plasmar historias, al estilo de como a mi me gusta, y al mismo tiempo puedo mirar el pasado, tranquilo, sin ningún apuro. Es una escritura que siempre está activa, presente, debidamente catalogada. Puedo acceder cuando lo desee y corregir, mostrar, incluso eliminar si no da el ancho.
Me doy la bienvenida entonces.

jueves, 20 de enero de 2011

El Finiquito


-        Pero ¡Qué hiciste! Negociaste tu finiquito.
-        Necesito dinero.
-        Vas a terminar vendiendo hasta los muebles.
-        Ya empezaste a molestarme de nuevo.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Que bochorno

No podía acordarme de su nombre. Que lamentable. Me paré frente al curso, había una pequeña tarima que producía el efecto contrario, me disminuía en vez de enaltecerme. Pero proseguí con el protocolo. Era el día de la entrega final y por ende se sabría quien aprobaba o reprobaba. Los llamaría de a uno y le iría entregando la carpeta con sus proyectos. La nota estaba en la tapa de la carpeta.

sábado, 10 de abril de 2010

De novia


Lucy era la contadora y jefa administrativa  de la empresa Toda información pasaba por sus manos, mejor dicho por su mente, o ambas cosas. Era el brazo derecho del dueño. El anterior brazo derecho se fue a trabajar a un casino, de estos de juegos de azar. Pudo más el ruido de los tragamonedas que las buenas intenciones del patrón, en convencerlo, digo, porque a lo mejor no le pagaba mucho, que se yo. Lucy cada cierto tiempo me llamaba por teléfono y me entretenía con largas conversaciones de su trabajo revueltos con situaciones de su vida diaria. ¿Qué obligación tenia de contarme todo?  Ninguna. A veces la visitaba, cuando el problema en los sistemas era mayor. Era una mujer tierna, menudita, que siempre vestía oscuro, mas delgada lucía todavía. Recientemente había cruzado la curva de los treinta años, y le costaba decidirse a servirme café, presionada porque yo llegaba con varios sobres comprados en el negocio de la esquina. Pero mi mirada fija a sus ojos, sin rogarle ni suplicando, sino que negociando, porque mal que mal le estaba solucionando un problema que de no ser así a ella le tomaría sus buenas horas resolverlo, obtenía resultados. Era astuta. Eso ella lo sabía. Por eso que después de la petición de servirme café, y ante mi mirada fija ella permanecía impávida, largos segundos de forcejeo mental, - 0 me sirves café o…! - ¿O qué, dígame, pues, O qué? - Finalmente aparecía con dos tazones de café, uno para mí y uno para ella. Las veces que la visité pasaba lo mismo. Este mes decidí ir de nuevo. Habían pasado seis meses y era hora ya de visitarla. Llegué mientras ella almorzaba en el casino así que discutí algunos temas con el dueño, planificando actividades para el año que siempre parte cuando termina marzo. - Lucy se nos casa. – Me dijo, como si el también lo sintiera. Está de novia. Apenas terminó la reunión partí a su oficina. Ahí estaba de pie buscando algo en la repisa, dando la espalda a la puerta  - Así que te casas, Lucy – dije mientras avanzaba hacia ella. Ella giró asustada y sin que reaccionara la tomé de la cintura rodeándola fuerte, la levanté y giré con ella abrazada  a mi cuello mientras sentía su risa en mi oído. – Si, estoy feliz – La dejé suavemente en el suelo y sin soltarla ella me mostró su mano con el anillo de compromiso. Sentía su cintura frágil. - Esta vez no te voy a pedir que me sirvas café, sino que voy a ofrecerte un regalo – Ella se puso seria, algo presentía, mas aun si todavía la tenía abrazada de la cintura pegada a mi – Voy a regalarte una despedida de soltera, solo tú y yo – ya, lo dije y su respuesta vino de la misma forma que cuando le pedía café: Estuvimos largos segundos mirándonos fijamente a los ojos ejerciendo el mismo forcejeo mental.

jueves, 1 de abril de 2010

QUE PLANCHA

Tenía dieciocho años y mi primo me llamó
Había invitado a dos niñas que querían conocer Santiago en plenas fiestas patrias,
A medio día nos juntamos y las llevamos al parque O´higgins, a conocer las fondas.
Grueso error. Eran muy finas estas niñitas.
El gentío las abrumaba. Comer anticuchos y empanadas era de rotos. Cerveza menos.
Caminábamos por entre las fondas pendientes de no usar palabras feas,
que nadie les toque sus blancos vestidos.
Al final pasamos frente a una fonda y enmudecimos,
sin cruzar palabras nos retiramos
nos despedimos sin ni siquiera mirarnos a las caras.

Recordábamos después la cumbia que tocaba la fonda que causó el disgusto:

"Un pajarito de metió
adentro de un convento
y las monjas oraban
con el pajarito adentro"

domingo, 21 de febrero de 2010

Viaje de negocios


-          No te preocupes Rodrigo. Sin falta estoy a las 16 horas en Rengo.

Le tuve que jurar de rodillas que no le fallaría. Es que Rodrigo es poco creíble e impredecible. Promete y dice cosas que posteriormente no se ajusta en nada a la realidad. Capaz que llegando a Rengo me diga que recién está presentando el proyecto  y que no me recibirán por ahora a su tan anunciada reunión. Cuantas veces ocurrió lo mismo: diálogos como estos los tengo grabado en mi memoria: “No se preocupe, si esta vez va en serio”. “El negocio está listo”, ”Lo están esperando para la instalación”,  “Pago al contado” y después resulta que ni siquiera había hablado con los dueños, eran puras buenas intenciones.  Pero esta vez va en serio me dijo, no me falle.
Es verano, así que decidí ir en tren. El bus es una lata. Capaz que me vaya durmiendo. En cambio el tren es amplio, los asientos van de frente y la gente habla fuerte. Más aun, iría de pantalones cortos, sandalias, libro para leer, cuaderno para anotar, el celular en un bolsillo y los documentos en el bolsillo de atrás, abrochado con botón. Nada más. “Mis armas” le llamo yo.
Llegué a la estación repleta de gente al filo de las 14 horas, se escuchaba por los altavoces el anuncio que el tren partía, así que raudo compré el pasaje, caminé por el andén y apenas me subí a un carro cualquiera la puerta se cerró. Ya estaba arriba. Miré para ambos lado buscando un asiento libre, mientras disfrutaba el aire acondicionado que estaba a todo dar. Muchas mochilas en  los pasillos, veraneantes que iban a casa de sus familiares, al campo, porque este tren no iba a la playa precisamente. A lo lejos divisé un par de asientos libre una a cada lado del pasillo. Caminé hacia allá mientras analizaba en cual de los asientos me sentaría. En ambos casos tendría al frente a una dama, de las cuales una era evidentemente más joven. Cinco años atrás no habría dudado en elegir a la de menos edad como compañera de viaje, pero esta vez elegí a la dama adulta, de lentes oscuros y abanicándose rítmicamente mientras miraba ida por el pasillo. Para mi estaba frío el ambiente y como iba de cortos, me senté en el lado  que daba el sol. Eso pensé para apoyar la decisión, pero lo cierto que la dama se veía más interesante que la mujer joven.
¿Está ocupado, o este asiento me está esperando? Dije, inclinándome y hablando bajo, para no asustarla. Me miró durante largos tres segundos y respondió: así es, lo estábamos esperando. Hablo fuerte y claro, con la seguridad y el desplante que dan los años, mientras retiraba una pequeña maleta del asiento libre. Las otras dos personas sentadas al rincón rieron fuerte, celebrando un poco la respuesta de la mujer. Eso me amargó ya que supuse que eran sus acompañantes y por un instante evalué que había errado en la elección por lo que resignado me senté frente a ella, tomé el libro, me puse los lentes y comencé a leer.
Cada tantos kilómetros levantaba la vista y recorría a las personas que estaban alrededor. La joven del otro lado del pasillo parecía 20 años menor y la dama del frente quizás 10 años mayor. Entre ellas 30 años de diferencia. Pudo haber sido madre e hija. La joven se veía llamativa, juguetona, extrovertida. A su lado estaba su madre. Si me hubiera sentado al frente de ellas, es probable que ya estuviésemos conversando. Reparé que dicha madre no era atractiva y concluí que lamentable ese sería el futuro de aquella hija. Las comparaciones son odiosas, decirlas es peor aun, pero la mujer que tenía al frente reflejaba un pasado interesante, se veía espléndida y atractiva.    
Al detenernos en Buin, a medio camino, bajaron los compañeros de asientos. Tomé mi celular y llamé Rodrigo. Le comuniqué que estaría en Rancagua en una hora más y le pedí datos como llegar a Rengo. Al cortar la señora amablemente me dijo que si hubiera tomado el tren a San Fernando, ese si me dejaba en Rengo. Respondí que salía después y más me atrasaba. Me preguntó a que iba y que hacía. Cuando comienzan esas preguntas tan personales y descriptivas, la conversación se torna fluida y nunca se sabe dónde y en qué terminará.
Me contó que iba Graneros, a su casa que tenía con su hermana, únicas descendientes y administradora de unas cuantas hectáreas de campo puro, tal cual cómo lo muestran las postales. Trabajaba en Santiago y que las vacaciones y los fines de semana largo de inmediato armaba su maleta y al campo los pasajes. Me hablaba de sus animales, sus gallinas, huevos frescos, leche al desayuno, árboles frutales, chacras. En estos viajes subo como tres kilos. Hacemos pastel de choclos, humitas, cazuela, pan amasado, empanadas, asados. En realidad mi hermana, yo solo ayudo, me fui hace treinta años a trabajar a Santiago. Administro un asilo de anciano. Miré sus manos y no cabía duda que no tenía huellas de pelar papas, picar cebolla o lavar ollas. Al contrario, lucían bien cuidadas y distinguidas. Después me tocó hablar a mí. Solo alcancé a decir que sabía lo que era campo porque cuando niño iba a Valdivia. Sabía lo que era comer queso fresco, leche recién ordeñada, chicha de manzana, dulce de leche, de mora, mosqueta. Pero salí del colegio y nunca más visité el campo. Por eso miro y escucho con mucha nostalgia. No se que daría por leer bajo un sauce llorón. Tengo muy buenos recuerdos. Ella prosiguió. Mi casa es grande. Antigua. Con pasillos y piezas por los lados,  noria y jardines. Ubicada en medio de los cultivos. Me encanta caminar entre los árboles frutales. Te cuento que pasa un riachuelo y hay varios sauces. Yo se que te encantaría, me dijo.
Hablamos media hora más. Jugábamos con los paisajes que ella describía. Le comentaba que sería muy encantador caminar juntos por entre los árboles. Sentir que el tiempo se detiene. Sin celular, por cierto. Si, me dijo, además te invitaría a recorrer el campo a caballo, manejaríamos un tractor, nos sacaríamos miles de fotos, te encantaría, insistió.
El tren se estaba deteniendo en San Francisco. Ella preparó sus maletas y comentó que seguramente no la están esperando. No avisé la hora en que llegaría. Tendré que caminar. Pero no es mucho. ¿Y nadie te ayudará con las maletas? No, ahora si tú quieres me acompañas. Te invito.

-          Aló, Rodrigo, yo de nuevo, mira, surgió un problema, debemos posponer la reunión hasta nuevo aviso, yo te llamo.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Que vergüenza

La noche de año nuevo me lleva a recordar sino la peor y bochornosa vergüenza que me ha tocado vivir.
A pocos días de haber llegado a nuestra nueva casa, con apenas dieciocho años, y mientras lavaba con esponja y jabón el auto estacionado en el antejardín de la casa, la vi pasar en reiteradas ocasiones. Inmediatamente reparé en ella. Su figura y su porte me generaban esa sensación de contemplar, sin duda, algo inusual. Bastaron pocos cruces de miradas y ya me parecía conocerla de años. Pero lo mejor vino en la tarde. Sonó el timbre y vi a una de mis vecinas que me hacía señas. Una vez que abrí la reja y salí a la vereda observé que a su lado estaba Teresa, la niña que no se cansó de pasar en la mañana por el costado de mi reja. El motivo de la visita era que se estaba consiguiendo un compás. Necesitaba terminar un trabajo este fin de semana y su compás se le rompió. Por supuesto. Disponía del mejor compás existente en el mercado, lo había comprado al principio de año para el curso de Geometría Descriptiva así que estaba todavía con el olor a nuevo. Sin embargo, no era el compás lo que quería. Proponía coquetamente que yo le hiciera la tarea. Ya en el campus San Joaquín de la Universidad Católica había aprendido a detectar y rechazar dichas prácticas que al ritmo de las caderas uno termina haciéndoles la tarea completa.
Si las cosas estaban así de directas, pregunté cual era su panorama para esta noche, agregando que para qué perder más tiempos en conversaciones tan protocolares y rápidamente acordamos que ya entrada la noche nos juntaríamos a conversar más tranquilamente. La vecina y amiga en común se deleitaba con tantas insinuaciones y coqueteos descarados, así que para prevenir que ella aprendiese, más que mal encontraba que correspondía un derecho de autor, que se la cobraría posteriormente, quedamos hasta ahí.
Fuimos a bailar y creímos iniciar un romance. Sin embargo con el tiempo pocas veces la vi. Los estudios me mantuvieron alerta y esporádicamente cuando la veía pasar conversaba un rato con ella y sólo a veces salíamos en la noche. La verdad que siempre fue indecisa, contradictoria, a veces ella me recriminaba mi falta de entusiasmo y otras veces se mostraba distante.
Pasó el año y nunca la entendí. Tan cerca a veces y tan distante otras. Así llegó la noche de año nuevo y fui invitado por terceros a una fiesta que se realizaría en casa de la mismísima Teresa después de los abrazos.
Fui. La fiesta estaba que ardía. Había preocupación en los detalles, luces locas de colores, un personaje a cargo de la música, si hasta humo que se teñía con las luces salía desde un rincón. Al principio todos bailábamos con una botella de champagne en la mano, gorros y serpentinas. Con la música estridente, nadie hablaba con nadie y gritábamos al ritmo de la música. Teresa, como dueña de casa, pasaba para allá y para acá. En algunas pasadas me convidaba un trago, me daba besos, me abrazaba, “que bueno que viniste” y otras veces distante, apenas un apretón de manos. Escurridiza.
Ya tipo cinco de la mañana estaba tan mareado que veía todo doble. Me parecía que ya estaba perdiendo la razón porque Teresa me decía ya vuelvo y aparecía por el otro lado del pasillo. Después conversaba con sus amigas y aparecía bailando en medio de la pista. A la hora de la música lenta decidí acercarme medio mareado y aclarar si éramos pareja o qué. Mas aun, apenas se cruzó la tomé de la mano y en medio de protestas la saqué al patio. A tirones cruzamos hasta el fondo y ya con la seguridad que estábamos solos comencé a besarla. Pero aun así no respondía plenamente a mis besos. La miré a los ojos y dije, muy calmadamente, fingiendo que no estaba ebrio ¿Teresa, qué significa esto? No soy Teresa, me dijo, Soy Angélica, su hermana gemela. Vestimos iguales. No puede ser. Quedé de una pieza, anonadado y avergonzado. Pero ella fue más astuta y lo tomó con mucho humor. No dio pie a que me disculpara ni nada de eso. - Que horror, toda la noche equivocado tomándote a ti pensando que eras Teresa - Es mas, me dijo, durante estos meses varias veces me interceptaste y me hablaste. Muchas veces me besaste a la fuerza. ¿Y porque no me dijiste? le increpé. No, porque a mi no me afecta. Mientras ella no sepa. Además yo te pedí el compás. No, es mentira, esa fue Teresa. Pero si una vez hasta salimos con tú amigo Pedro y su pareja y ni cuenta te diste.
Que va a pasar ahora. Debo enojarme o que. Nos quedamos en silencio. No hagas nada, me dijo y yo no diré nada. Ahora si nos besamos.
Pude notar que Angélica era distinta a Teresa.
Los detalles: Continuará.

martes, 8 de diciembre de 2009

Lo cuento o no lo cuento


Cansado de ir y venir me disponía bajar al metro Tobalaba cuando divise entre la multitud una niña espectacular. Pocas veces uno se encuentra con algo tan especial. La vista de todos los concurrentes, tanto varones como damas, y principalmente las jóvenes detenían su vista en dicha belleza. Ella lucía indiferente, pero no tanto, porque se sabía observada. Yo me detuve frente a los titulares del vespertino  La Segunda, y de reojo contemplaba ese monumento a la belleza. Ella no miraba a nadie, siempre miraba al infinito. Daba la impresión que esperaba a alguien, pero ese alguien no llegaba. A veces miraba hacia un lado, y suavemente, sin movimientos bruscos, miraba hacia al otro lado. A veces hacía un recorrido por las personas alrededor, pero no detenía su vista en nadie. Su ropa totalmente ceñida a su cuerpo. Obviamente no le sobraba ni le faltaba nada. Yo fascinado. Mi imaginación empezó a vagar. ¿Qué  hacía allí? ¿Me estará esperando? Y si me estuviese esperando: ¿Dónde la llevaría? ¿Qué le hablaría a una niña de no mas de 25 años?  ¿Qué haría con ella? De pronto, esa casualidad: ella pasó su vista por mí y se detuvo. Sentí esa sensación juvenil, que hacía mucho tiempo no sentía: que el mundo me pertenecía y que era el hombre más atractivo del planeta. Que ella no se resistiría y caería a mis pies. Pero solo fue un segundo. Volvió la mirada hacia los lados. Pero yo ya era un ser distinto. Me había mirado. Sabía que yo existía. Ya los bocinazos no se sentían, el grito del tipo del periódico  tampoco, el bullicio se enmudeció. La melodía de LoveStory se sentía de fondo. La miraba enternecidamente. Sabía que mi mirada la sentiría y terminaría rindiéndose a mis pies. Este último pensamiento lo había leído en alguna parte. Ya no me importaba que la gente pasase a mi lado, no disimulaba, la miraba fijamente. De pronto, otra vez su vista se detuvo en mi, ya no recorriendo y desprevenida, sino que directamente. No lo creía. Eso de la mirada fija, resulta, pensaba. Fue un segundo, no mas, pero no pude contenerme y miré hacia otro lado. Carecía de la fuerza suficiente para sostener la mirada. La volví a mirar. Ella ya había girado. Con paciencia y seguridad esperé a que ocurriese nuevamente. En efecto, realizó un nuevo recorrido con su mirada y se fijó en mí. Ya era hora. Me acercaría y le hablaría. Avancé un paso. Su belleza se perfeccionaba. Quería resistirme a que sus miradas fueron producto de una coincidencia. No podía ser de otra forma, como dice mi amigo: “las mujeres se derriten por mi, es tan solo un problema de propuesta”. Yo por mi cuenta pocas veces lo había intentado. Avancé otro paso. Ya no me mira pero presiente que avanzo hacia ella. Otro paso. Me mira nuevamente, esta vez dos o tres segundos, logro ver sus ojos, de color claro, noto a su vez que es mas alta, es por los tacos, me consuelo, pero es alta. Sus ojos son cristalinos y reflejan los avisos luminosos del fondo. Los contemplo, de una belleza extraordinaria y singular, y para mi, muy difícil de describir. Ya estaba a un par de metros. Esperaba una sonrisa que aprobara mi acercamiento, así es más fácil. Opté por detenerme a un metro. Ya no era yo el que mantenía fijos los ojos, sino que ella también los mantenía. Como un juego.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Duelo

El 12 de octubre pasado, fin de semana largo, estaba enterrando a mi padre. Estuvo hospitalizado toda esa semana, pero me avisaron cuando ya estaba dentro del cajón. No pude verlo por última vez. No lo veía desde febrero.
Nadie se tomó la molestia de avisarme. Ni mi madre, mi hermana, mis primos, y algunas tías que por casualidad estaban en Stgo. Todos los visitaron en el hospital.
Ya no está. Siento una pena inmensa, porque creo que él no fue feliz.
Si tenía que pedirle perdón, ya no lo hice, si tenía cosas que decirme, no le di oportunidad.
Si sentía que me alejaba para no sufrir, ya no es necesario. Fuimos dos personas errantes. Equivocadas.
Yo no se que corresponde ahora.
Esperaré un tiempo y escribiré sobre mi vida. Donde mi padre tuvo un rol importante.
Estoy de duelo.

domingo, 21 de junio de 2009

Día del padre

Es el día del padre. ¿Qué escribo? No hay nada más inútil que el día del padre. Un invento comercial, nada más. Si lo que menos espero es que me regalen algo. Además se genera un montaje, porque el almuerzo en casa, asado y hasta la torta lo financio. Hasta el día de la madre uno termina saludando y regalando a la esposa, con la excusa que es la madre de los hijos. Si ni siquiera di a luz a mis hijos, ¿Cuál es la gracia entonces? Soy de la generación cuando la mujer podía mentir diciéndole que era el padre. Hoy existe el ADN. Mis dos hijas son espejo de su madre. Gotas de agua. Cuando niñas disfruté de ellas al máximo. Bañándolas y mudándolas, preparándoles su leche y meciéndolas para su profundo sueño. Luego peinándolas como muñecas de porcelanas, cantándoles, - Aló - quién es - soy yo - que vienes a buscar - a ti. Ellas formaban un trío unicelular y difícilmente podía contra ellas. Sólo las disfrutaba. A los veinticinco años, aun joven y chascón, irresponsable e irreverente, me sentaba con una hija en cada pierna, vestidas iguales. Nunca esperé que alguien me felicitara, simplemente cuando brindaba no lo hacía ni por dios ni por la patria sino que por mis hijas, agradecido por estar junto a ellas. Eran las más bellas del barrio. Cuando hablar de belleza era hablar de la mujer en general y de mis hijas en particular. Hasta que nació mi hijo diez años después. Nunca lo esperé. Ahí la casa se volcó hacia el conchito. Ahora era él el hombre de la casa. Su madre lo llamaba mi héroe, mi príncipe, mi cielo, mi campeón, mi esperanza, mi vida, mi respiro, mi razón de ser, y millones de cosas mas embriagada por su hijo. Recuerdo que los domingos, con apenas cinco o seis años, se metía muy temprano en nuestra cama. Su madre dale con preguntarle a quien quería mas, si a la mamá o al papá. Mi hijo no le contestaba. Que presión para él. Así que un día, a solas le dije: Cuando tú madre empiece con la tontera: ¿a quién quieres mas? Dile: a ti mamá, sólo a ti, a mi papa menos, es muy pesado. Ese será nuestro secreto. Así que los años siguientes, cada vez que su madre le preguntaba a quien quería mas, él respondía muy seguro de si mismo: a ti mamá, sólo a ti, tú eres todo para mí, sin ti sería nada, y su madre, al borde de las lagrimas lo abrazaba, lo acariciaba, plena ella. Mi hijo me miraba por sobre su hombro y me cerraba un ojito, mientras con su mano me dibujaba un cerito. Misión cumplida. Que fácil es ser papá.

sábado, 6 de junio de 2009

La fotografía

Cuando me deprimo mas de la cuenta, recurro a un pasatiempo poco común, tan simple y barato como mirar fotografías y recordar en que estábamos en ese momento, en que lugar, identificar las personas, en que trabajaba en ese entonces, que día era, etc.

Las fotos en blanco y negro siempre están escondidas. Uno no sabe que las tiene hasta que de pronto aparecen y produce risa. Cada persona tiene su propio recuerdo de la niñez.
En eso estaba cuando una foto llamó mi atención y sentí escalofríos. De inmediato reconocí el entorno, las personas, la época. Ahí estaban mi abuelo y su segunda mujer, sus hijos, o sea mis tíos, mis padres, y una docena de primos. Las tías sentadas en un sofá, los hombres atrás de pie y los niños sentados en el suelo. Ellos vestían corbata, se veían aun sobrios. No estaban posando, como es típico en estas fotos antiguas, sino que se miraban con risas y gestos extraños. Es probable que circulara una broma de grueso calibre, Recuerdo que entre las tías en vez de sus nombres se dirigían como prima, comadre, hermana. Por lo mismo, no recuerdo como se llamaban. Algunas para reírse se tapaban la boca, porque más de algún diente les faltaba. Mi padre lucía delgado. Mucho más bajo y moreno que el resto. Mi padre ahora me llega al hombro. De tez oscura, feo bigote y crespo. Mi madre joven, de risa amplia y fácil, considerando que ella le cargaba ir a la casa de mi abuelo, allá en Barrancas, por San Pablo al final. Casi cerca del aeropuerto. Para estas fiestas nos quedábamos toda la noche y por ende tenían licencia para emborracharse hasta quedar botados en los sillones. La música eran rancheras y cuecas. Era un ambiente campestre. Las calles eran todas de tierra, casi como sal, así la veía yo, y los vecinos también eran todos de ambiente campesino, también llegaban a la casa. No sentí nostalgia cuando vi la foto. No son gratos los recuerdos que tengo de las visitas a la casa de mi abuelo. En realidad no tengo gratos recuerdo de mi niñez en general. Frecuentemente mi padre me tomaba del pelo o de las orejas y procedía a darme golpes y patadas. Con orgullo les decía al resto que jamás me pegaba en la cara, sino que siempre en las piernas. Desde muy pequeño pude advertir que mi padre me pegaba sin razón alguna. Porque no me sentaba bien o no me comía toda la comida, si hablaba en la mesa, si me paraba antes o me sentaba primero, si pedía bebida, siempre respondía con golpes. Yo, con mis cinco años, veía como los otros padres le decían a sus hijos si, o no, o cuidado, o cómete toda la comida, o no vayas, o quédate aquí,. Eso mismo me decía mi padre pero lo hacía con golpes. Mi madre cooperaba con su actitud pasiva. A veces yo le pedía permiso a ella para algo, o le contaba algo, que no supiera mi padre, pero ella se encargaba de comunicárselo, resultado: más golpes. Mi madre en ese aspecto, nunca gozó de mi confianza. Jamás le comenté algo. Nunca la vi como protectora.
A los cinco años perdí la confianza de mis padres, terrible. Cuando él estaba en casa permanecía inmóvil, a la vista de él. No sabía cuando me podía llegar una patada. Si me cruzaba frente a la televisión, si me quedaba dormido en el sillón, si tocaban la puerta y yo me paraba abrir, o si no me paraba a abrir, si no hacía las tareas, si las hacía en la noche. En las mañanas no me despertaba, simplemente me botaba de la cama aun dormido. Una incertidumbre tormentosa. Además era sádico. Porque estando de visita me advertía que en casa me la iba a dar. En efecto, llegábamos a casa, y no de inmediato sino que al rato sacaba la tabla del ropero que ocupaba para estos menesteres y caminaba hacia mí. Yo lo esperaba estoico, porque si alguna vez arranqué, de mas está decir cómo se aseguró que nunca mas lo haría. Me agarraba del pelo o de un brazo y procedía a darme tablazos en las piernas. Gritos ahogados en medio de llantos que mas parecían bramidos de oveja degollada, no acababa hasta que se cansaba o la tabla se quebraba. Quedaba adolorido en el suelo ya sin llorar hasta dormirme. Obviamente después no podía quejarme ni cojear. Mudo tenía que enfrentar lo cotidiano. En la casa vivía también mi abuela, madre de mi madre, el hermano menor de mi madre, aun en el liceo, y dos primos. Las palizas me las daba delante de ellos, y con el tiempo pude comprobar que la intensidad y la estupidez del castigo era proporcional a las personas presentes.
Desde pequeño pude advertir que ninguno de los presentes me defendió. No esperaba eso de los vecinos o sus compañeros de trabajo, porque en cada lugar que estábamos, se encargaba de pegarme delante de todos, pero si lo esperaba de los cercanos, mi abuela, mis tíos, los hermanos de mi padre, los hermanos de mi madre o mi propia madre, nada. Al contrario. Ellos también se sumaban a las amenazas "ha, ahora si te la van a dar". Recuerdo cosas tan insólitas y violentas como esa vez, sentados todos en la mesa, se me ocurrió decir que los tallarines no me gustaban. Mi padre tomó el plato y me lo puso de sombrero. La salsa y los tallarines, aun calientes, chorreaban por mi cara y mi ropa mientras yo observaba como todos, sin excepción, reían hasta la exageración. Otra vez mientras mi padre tocaba guitarra, yo hablé a uno de mis primos o no recuerdo bien si solo me paré de mi asiento, sin darme cuenta recibí un guitarrazo en la cabeza que me dejó semi aturdido en un sillón mientras todos rodearon a mi padre preocupados de ver si la guitarra lucía una trizadura.
También hubo visitas periódicas a valdivia donde las hermanas de mi padre. Cuatro tías, sus maridos y una incalculable cantidad de primos. La política de las palizas públicas era una constante. En la mesa, delante de todos me sacaba y me llevaba al pasillo o al patio, y la misma ceremonia. A cada tía lejana o amigas de mis tías que me encontraba simpático él se encargaba de repetir, cómo un discurso aprendido, que no era lo que parecía, era un flojo, vago, cochino porque que mojaba la cama.
No solo pude comprobar que ninguno de mis tíos o tías me defendió sino que cada uno de ellos, diría que sin excepción, tomaban ventajas y también procedían con agresiones. Yo era el de los mandados, yo me tenía que comer toda la comida sin pararme de la mesa, yo me quedaba sin postre y a veces recibía palmadas, sobre todos de mis tíos, que no eran los tíos, eran los esposos de las tías.

El maltrato duro hasta los trece años. Después se redujo solo a violencia sicológica. Uf. Realmente un alivio.
Con los años entendí que los familiares de mi madre y los de mi padre tenían que ser condescendiente con él. Tenían que justificar las palizas, el maltrato, porque el financiaba los asados, los cumpleaños, el pagó la universidad a algunos de mis primos, funerales, operaciones. Algunos viajaban a Santiago y el pagaba los viajes de vuelta. El prestaba su auto para movilizarse, el prestaba los cheques, el todo, por lo tanto cualquiera de los beneficiados opinaba que yo era terrible y merecía dichos castigos. A veces de familiares que ni conocía.

Tuve la mala idea de meterme en un negocio con él. Pusimos ambos dinero, pero el se apoderó de todo, mintiendo que yo no había puesto nada. Convenció a todo el mundo, primero a los familiares, después al contador, a los empleados, incluso a mi ejecutivo de cuenta en el banco que yo lo estafé. Su argumento para quedarse con todo era que yo joven tendría tiempo para ganar lo mismo de nuevo. El negocio se vendió y perdí todo, quedando con pésimos antecedentes comerciales y con una pérdida descomunal.
Seguí solo. Me fui a vivir lejos. Pero no bastó. Cuando los visito, ahora de viejo, sigo escuchando comentarios negativos. Por ellos yo viviera allegado en una casa, sin muebles, viviendo en barrios populares, los hijos que no asistan a la universidad y vistiendo ropa regalada. Tal cual como vivían mis primos o mi hermana y él si los ayudaba, con una caja de mercadería semanal, dinero para comprar o arreglar sus casas, plata para el bolsillo y financiando todas las fiestas, cumpleaños, veraneos.
Al tener la foto en mis manos, diviso un niño abajo. Junto a los otros primos. Identifico a mi hermana, crespa, gordita y hay un niño al lado que contrasta al resto, pelo liso, castaño, de cara fina, labios delgados. Pasaron cinco segundos sin reconocerme. Era yo. Indefenso como cualquier niño. De inmediato pensé: ¿Porque mi padre se ensañó conmigo? Si ese niño no le hacía daño a nadie. ¿Por qué, al revés de protegerme, me agredieron durante tanto tiempo?

Yo aprendí a leer a los cuatro años, a esa edad aprendí a sumar y restar, leía diarios, revistas y veía las películas completas y por cierto las entendía, leía libros y sabía quien era presidente, sabía los recorrido de los buses y me ubicaba en las calles, sabía el nombre de los lagos y los volcanes, los precios de las cosas, las marcas, jugaba y siempre ganaba (mi padre me obligaba a perder), sabía nadar y andar en bicicleta, usaba tenedor y cuchillo para comer y no hacía sonar la sopa. Nunca rompí una loza, nunca quebré un juguete, nunca fui insolente, nunca perdí plata en los mandados, nunca me llevaron al hospital, nunca una molestia, me las valía absolutamente solo, ¿por qué, entonces, para mi familia era imposible?

Mi padre me pegaba porque era distinto, yo jugaba ajedrez y escuchaba a The beatles. Leía: por lo tanto era un vago. Mi actitud ganadora en una familia chata y perdedora me sepultó, jugó en mi contra. Por eso aprobaban de cierta manera los castigos. Hace 20 años que no me he cruzado con ningún familiar.

sábado, 17 de enero de 2009

Escribir por escribir

Escribir por escribir. Recuerdo cuando tenía recién veintitrés años, haciendo la práctica en una institución pública, la Jefa de Personal me llamó a su oficina. En la empresa era considerada mujer culta y seria. Aunque separada y con una hija pequeña, iba para solterona, decían los torcidos. Cuarenta y tres años. Me increpó por lo tarde que llegaba y que me iba a descontar los minutos de retraso. Le respondí sin contemplación. Luego en mi oficina me arrepentí por el tono empleado, bajé a caminar y compré un chocolate. Nunca falla. Subí a su oficina y sin pasar por su secretaria me instalé frente a su escritorio. Mirándola fijamente a sus ojos me disculpé por mi comportamiento al tiempo que deslizaba suavemente la barra de chocolate sobre su escritorio. A los pocos días ya estaba en su departamento peinándola, poniendo crema en su espalda, hablándole. Todos los días me llamaba por teléfono muy temprano. Le gustaba oír mi voz ronca. Solo me decía háblame, dime algo. Me enseñó que algunas mujeres (yo aprendí que todas) necesitan que las acaricien, que las mimen, que las adulen. Cada vez que estaba con ella, le acariciaba su pelo, sus brazos, su rostro. Ante cualquier gracia acariciaba y besaba su mejilla. Me obligó a escribir un cuento diario y enviárselo en sobre cerrado con el auxiliar, no existían los mail. De profesión pedagoga en Castellano y Licenciada en Sociología. Yo hablaba poco, pero cada dos frases me corregía. Le encantaba como hablaba porque tiraba las frases con bastante lógica pero los verbos los conjugaba como yo quería. Y me corregía. En realidad le encantaba todo lo que hacía. Hacía sonar sus dedos y me tenía a su lado. Soy tu geisha me decía, mientras me zurcía, me pegaba los botones, que ella misma arrancaba, me planchaba la camisa, que ella misma arrugaba. Jugaba con mi barba, me revisaba los oídos, las uñas, los dientes, se admiraba porque yo era un ser silencioso e inodoro. Solo perfume brut. Como buena vegetariana cocinaba platos excéntricos. Yo pasaba al supermercado a comprar una hamburguesa. Con mucha paciencia me la freía. Me tiraba el i-ching y me leía el Tarot. Y yo creía. Le encantaba los puestos de libros usados. Después de la oficina pasábamos y siempre compraba uno. Sus paredes y sus repisas estaban llenas de libros, así que me entretenía sacándolos de su lugar y después nos sentábamos en su sillón de cuero a leer. Leíamos en voz alta. A veces veíamos películas. A veces se dormía en mis brazos, y a veces lloraba a mares.

Fueron 15 meses intensos. Hasta que terminó la practica. Lo que más lamento es no haber guardado copia de los más de trecientos cuentos que le mandé.

martes, 13 de enero de 2009

Cortito. Entro y salgo.

Sufro de stress. Las deudas y las mujeres me tienen loco. Menos mal que ni fumo ni bebo. Todo el mundo habla de crisis y a mi la crisis me llegó ya hace harto tiempo. Aunque a mi me da cada cierto tiempo. Independiente de la cosa económica mundial. Digamos que cada 10 años. Por eso que mi vida la divido en décadas. Y como estoy en los cincuenta calza justo..
Vivo escribiendo proyectos y mi vida es un proyecto. Este último tiempo he visto como las mujeres se estiran la cara para parecer mas joven. Por ejemplo una de sesenta se estira la cara y queda como una de cuarenta y cinco, que es la edad de oro de las mujeres. (Lo digo y lo firmo). Y empieza a hacer cositas de mujer cuarentona. Y yo me pregunto, y porque no las hizo cuando efectivamente tenía los cuarenta. Las mujeres de mi generación están desfasadas. Por eso que se arriman a un joven, porque en su momento no vivieron su fantasía. Entre los quince y los veinte, que es cuando la mujer es gimnasia pura, prefirió estar al lado de la mamá. Luego se casó y se perdió la oportunidad de conocer hombres por docenas. No tiene nada que contar, sólo se los imagina.
Entonces yo. Aprendiendo de ellas, no quiero esperar tener sesenta para empezar hacer cosas de cuarenta. Sino que las comienzo hacer ahora mismo. Como todavía tengo el físico y la energía para meterme en lío y voltearme una mujer de, digamos treinta y cinco, allá voy.

sábado, 25 de octubre de 2008

A las cinco

A veces el trabajo es duro. Tanto es así que no levanté la vista hacia las ventanas de los edificios del frente durante varios días. Pero hoy el insconciente me dice que alguien me llama. Me asomo y ahí estás. Los días siguen primaverales y veo que has agregado un elemento adicional a tú posición de descanso. Ahora lees sentada en el borde. En estos días que no estuve asomado ¿Se acordó de mi? Se lo preguntaré. Bueno, cuando la conozca. De pronto bajas el libro y me miras. Glup. Te ríes. Pero no de algo que he hecho, sino que de cortesía. Que tierna. Ahora me haces señas. Levantas tú mano derecha y mueves abriendo y cerrando tus deditos. Es un hola a la antigua. ¡Hola! Te respondo con el mismo gesto. ¿Cómo lo haces para estar cada día más bella? Digo como si me escucharas. Tu rostro brilla y te veo mas joven. ¿O estaré yo envejeciendo muy rápido? Tú pelo castaño vive. Tiene ondas que acompañan al vaivén de tus movimientos. Estás como contenta e irradias felicidad. Me haces señas. Un poco aturdido te respondo de nuevo. ¡Hola! No, no es eso. Te llevas la mano derecha empuñada a la cara, cerca de la boca. Algo me quiere decir. Frunzo el ceño para mirar mejor. No logro descifrar. Se ríe. Mueve la cabeza negativamente como diciendo ¿no me entiendes? Levanto ambos brazos, como diciendo me rindo, no entiendo. De nuevo te llevas la mano empuñada a la cara, cerca de la boca, en la mejilla, cerca del oído. Haces con el dedo como que revuelves la taza del te. No entiendo. Musito. Arrugo aun más el ceño. Y yo hago lo mismo: muevo el dedo índice como revolviendo la taza y diciendo ¡que es eso! Si. Hace señas entusiasmada. Si. De nuevo te llevas la mano empuñada a la cara y mueves la cabeza con un notorio gesto positivo. O sea me estas diciendo si ¡Pero SI de qué! Y de nuevo imaginariamente metes el dedo en la taza, como revolviendo, como si estuvieras marcando un teléfono antiguo. La verdad es que no entiendo. Te cruzas de brazos. No. No te rindas. Vamos dale. Te hago señas con las manos. Dale, sigue, continua. Ya, me dices. En la misma ventana y como si estuviera en la pizarra comienza a gesticular, como jugando “adivina el nombre de la película” me muestras ambas manos limpias, ha magia, digo, luego tomas imaginariamente un aparato en tú mano izquierda, con la derecha haces gestos elocuentes que estás apretando teclas sobre el artefacto, luego la mano empuñada la llevas al oído. Y haces mímica ¿adivinaste? Y yo pregunto, haciendo gestos, revolviendo con el dedo la taza de té, ¿Y, que pasó con la taza de té? Se rinde. Se entró. ¿Qué me estará tratando de decir? Ahí se asomó de nuevo. Trae su celular en la mano. Lo muestra y se lo lleva al oído. Y me dice, algo así como ¿entendiste ahora? Ha, digo, a lo mejor me quiere decir por teléfono que significa eso de revolver la taza. TELEFONO. ¡Que vergüenza! Me estuvo diciendo todo el rato que la llame por teléfono. Ahora entendí. Muy bien. Le muestro un cerito con los dedos. Ella aplaude. Tomo mi celular y busco su número mientras se me pasa el bochorno. Marco y espero su respuesta. No alcanza a sonar, escucho un Hola nítido, estaba atenta. ¿Cómo te llamas? Raúl. Y Tú. Paulina. Hola Raúl, costo comunicarnos. - Si - Raúl rápido, que viene un paciente. Mis compañeras van a celebrar mi cumpleaños y quiero invitarte. Hoy a las cinco en el casino que está en el primer piso – Encantado, ahí estaré - En el casino, no faltes. Chao. Cortó y se entró. Quedé de una pieza. A las cinco, repetía en voz alta, mientras caminaba como sonámbulo por el pasillo. Siento que la sangre se me hiela y comienzan a castañearme los dientes. Me invade esa nostálgica emoción que sólo se vive cuando uno es adolescente. Después no debería y si aparecen es porque son sueños inconclusos que quedaron de esos tiempos. Si es así uno desea volver a sentirlos más si yo nunca cerré los ciclos. Son cuentos inconclusos. Y son cuentos que de todas maneras deben ser terminados para cerrar los capítulos. A las cinco entonces.


sábado, 11 de octubre de 2008

Ya verás

Fin del horario de invierno. Son fome y tristes los días en que se oscurece temprano. No me gustan esos días grises donde los vientos enfrían el ambiente y las hojas se esparcen por las calles. Esos días en que la gente corre por las avenidas evitando que la lluvia los pille de improviso. Todos vuelven temprano a sus hogares, a refugiarse, a domesticarse. Hablar de las 10 de la noche ya es tarde. Para muchos es hora de acostarse. Solo salen los valientes.
En esta última semana laboral los días han sido entretenidos, ya que has estados sentada en el borde de la ventada tomando sol. Mira que sorpresa, has vuelto interesante mi costumbre de asomarme a la ventana a buscar temas para escribir. Es grato verte ahí pero lamentablemente no alcanzo a apreciar si estás mirando hacia mi ventana. No tengo los largavistas. Un patudo de la oficina del lado entró de improviso y me vio mirando para el frente, vio la consulta y sacó conclusiones. Me vi obligado hacerlo cómplice. “Toma, te los presto” le dije apurado. Así que él los tiene ahora. Es una pena no poder apreciar sus bellos ojos. Se veían tan lindos de cerca. ¿Pensarás en mí? ¿Me estarás viendo? Ya. No puedo más. La voy a llamar. Fui a buscar el celular al escritorio pero en lo que me demoré en buscar el número y subir la vista y ya no estaba. ¿Te habrás entrado porque me retiré de la ventana? ¿O llegó un paciente? ¿La llamo o no? Parecía que estaba inventando excusa. Apuesto que estoy deseando que su teléfono esté apagado. ¿Lo intento igual? ¿Aunque no esté en la ventana? Voy a esperar que se asome, quiero verla cuando conteste. - ¡No, ya, está decidido, la llamo! - Un escalofrío recorre mi cuerpo. Cuando era adolescente y me tocaba vivir algo similar de puro miedo me castañeaban los dientes. No era de cobardía, sino de nervios, de ansias. Ahora no me suenan los dientes pero siento que por el cuerpo me corre sangre helada. Ahí voy. Tengo la sensación que viene algo grande. Llamo. Acerco el celular a mi oído. Está marcando. Una vez. Dos veces. Ya. A la quinta lo corto. Calma. Calma. Ya, va a contestar. Dejó de sonar. Espero su voz suave…. Ba. No contesta. Suena ruido ambiental pero no contesta. Ha, debe estar con un paciente. ¿Y si sabe que soy yo y no me quiere contestar? Si, si sabe. Quedó grabado cuando la llamé la otra vez. ¿Y qué nombre puso si no me conoce? Qué gran incógnita. Habrá puesto papito, rico, huachón, o puso mirón, sapo, narigón. Ya. Ahí está. Se acercó a la ventana. Apareció sonriendo. Sabe que soy yo. Me está mirando. Tiene el celular en la mano pero el brazo caído. ¿Me veré ridículo con el celular en el oído esperando que me responda? Si, parece. Contesta, no me dejes esperando. Musito entre dientes. Pero sigue sonriendo. Pone ambos brazos en la cintura y ladeas un poco tú cabeza. ¿Qué pretendes? Eso me tratas de decir. Le hago señas ¿No vas a contestar? Poniendo cara de incógnita. Uf, que ridículo me siento, esto no lo esperaba. Levanta el celular y yo ansioso pensando que me vas a contestar lo llevo a mi oído, pero no se lo lleva al oído, si no que apunta hacia mi, como si fuera un control remoto y lo apaga. Luego mueve el dedo índice con un continuo no, no, no, no, no.
Guerra. Quiere guerra. Me encantan cuando me declaran la guerra y mas me gusta cuando después me piden “ya, basta, no quiero más guerra” Le hice señas con la palma de la mano, que esperara. “Te ríes satisfecha, he” Me saqué la corbata y me la anude en la frente. Luego fui al baño y busqué el lustrín en el mueble. Abrí el betún negro y con el dedo me dibujé dos líneas en cada mejilla, bien gruesas, y otras dos líneas en la frente, me saqué la camisa del pantalón, tomé la escoba y me planté en la ventana. Empecé a bailar en círculos a la usanza de los indios. En cada vuelta le mostraba el celular, como si fuera el hacha de guerra, seguía bailando. Estabas con ambas manos en la boca, al estilo Cecilia Bolocco, No lo crees, ya verás de qué soy capaz.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Día 22

Una de las jefas de proyectos, porque aquí todos somos jefe de proyectos, me tiene que entregar información importante. Es campeón mundial para no cumplir lo que promete. Cada vez una excusa diferente. Este mes se mostró despectiva y no encontró nada mejor que inventar que todo este mes estaría ocupada, que no le hablara hasta después del día 22. ¿Pero por qué? Pregunté yo, pensando lo exagerada para aplazar el compromiso. Es que el día 10 tengo que entregar esto, y el 12 esto otro, después el 15 los anticipos, luego el 22 el informe mensual, así que después de ese día hablamos. Muy bien, dije, pero esta vez le advertí que no se saldría con la suya. Por ahí por el 15 le hablé y no con buenas palabras me recordó que el 22. Era en serio.

Llegó ese día lunes 22 la llamé y su teléfono estaba ocupado. Dejé recado. Me pasee delante de ella y nada. Luego el martes y así. Nada. Una mujer cara dura. Llegó la reunión de directorio del viernes y me preparé. Cuando llegó mi turno me puse de pie, todos expectante porque advertí mi situación y el porque del atraso. Tome mi hoja manuscrita y comencé: “Esos días 22 que nacieron para dividirme el mes en dos. Desesperado espero con ansias ese día. Fija un antes y un después. Antes del 22 y después del 22. ¿Cuando llegará? Miro el calendario y me hace morisqueta. Tres días. Dos días. Maldigo. Es una eternidad. El calendario que tantas veces fue mi principal aliado, hoy es mi peor enemigo. ¿Quién habrá inventado ese maldito día 22? No es día de pago. Tampoco es el día que llega el buque, dichosa la esposa del marinero, o el día que bajan los mineros, a tocar mujeres con manos llenas de polvitos de oro. Tampoco es el día de inicio de vacaciones, esperando con los bolsos listos, el auto mecánicamente a punto, con agua en el radiador y los CD de música en la guantera. Alucinando ¿Y si rompo el calendario? Solo bastaría con sacar la hoja del mes. Pero no puedo. Qué culpan tienen los otros días. El 15 por ejemplo. Que amaneció con un lindo sol recordándome el día en que mi vecino, que quizá que intenciones tenía con mi mamá, me regaló un cuaderno, aunque usado tenía más de la mitad de las hojas libres. Y pude así escribir ahí mi primer cuento. Era un cuento que no mencionaba el calendario. Que feliz era en ese entonces. No sabía de días de visita ni de pago. Si alguien me hubiera dicho: escribe sobre el día 22, habría sido un Jesús para mí. En vez de escribir sobre la naturaleza o quizá que disparate, habría escrito sobre la importancia del día 22, y hoy sería un hombre totalmente distinto, renovado, preparado totalmente para la dureza que ya adulto viviría. Afrontaría con entereza lo que hoy me resulta tedioso. Hay dios, hay Edipo, Otero, Mostesco y la cacha de la espada, que historia de amor se escriben. Será esta la primera, no, y creo que tampoco será la última historia. Hablaré con mi hijo y junto con enseñarle las trivialidades de la vida, le enseñaré sobre el día 22. Dos números que caminan juntos como una marcha fúnebre. Así se cumplen lo plazos. No hay plazo que no se cumpla y deuda que no se pague. Viva el 22. Viva.”

He dicho, muchas gracias.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Necesito Vacaciones

Vacaciones. Necesito vacaciones. Desde mi oficina me entretengo mirando el edificio del otro lado de la calle. Me recuerda la película La Ventana Indiscreta. Cada una de las oficinas es un mundo distinto. Se divisan abogados, consultas médicas, oficinas de contabilidades y otras donde vive gente. Tengo un prismático (larga vista) que me permite introducirme en sus espacios. Lo digo con mucha seriedad, como si estuviera describiendo un museo o el mismísimo Palacio Causiño, pero la realidad es muy diferente. Hay una consulta ginecológica donde el doctor descuidadamente deja las persianas con un poco de luz. Cuando ya es de noche se preocupa de cerrarlas bien, pero de día sólo la baja dejando las rejillas entreabiertas. A simple vista no se ve nada pero con mis larga vistas se ve todo. Me entretengo desde que las damiselas esperan en la recepción con sus faldas un poco largas. Desduzco que van sin nada debajo. Luego pasan a la consulta donde las atiende el doctor. Conversan un rato con el escritorio de por medio. Luego las invita a pasar atrás del biombo a prepararse mientras él se coloca sus guantes. Ni medio segundo se demoran en sacarse los calzones. Y las de faldas pasan por el biombo pero no se sacan nada. Obvio, van sin nada. Solitas se tienden en la camilla y solitas se suben la falda. Otras se las sacan para no arrugarla. El doctor primero se hace el tierno y se instala a un costado. Les sonríe, ellas entregadas también sonríen, se mueven las manos de ambos, seguramente ella le indica sus molestias y el doctor toca el abdomen, el bajo vientre, los senos. Luego se acomoda e introduce sus dedos, buscando el punto G, supongo. Conversan otro poco. No escucho nada pero leo los labios. ¿Y aquí duele? No, ahí no, tampoco, ahí si. cooperando en la búsqueda. Luego el doctor se instala entre las piernas, con sus pies arrastra el piso, sin tocar nada, ya que está con guantes quirúrgicos, se sienta a boca de lobo y comienza a escruñidar. Tanto cuidado y precauciones y pensar que quizás que pelafustán mete ahí sus dedos cochinos. Las piernas están levantadas. Que cuadro. Llevo mis estadísticas: el doctor se demora más con las mujeres jóvenes y buenas mozas. Terminan y siguen sonriéndose. Que vínculos aquellos. La mujer satisfecha, digo atendida se despide, se viste y se retira. Inmediatamente después aparece el doctor en la recepción y le pregunta a su secretaria, -yo solo leo los labios- ¿Pagó en efectivo? - Si - Entonces, por favor, vaya de inmediato a pagar los gastos comunes que nos van a cortar el agua. Que singular. La exibición y tocación de sus partes íntimas sirven para pagar alguna cuenta. En fin. Las veo salir del edificio. Las sigo con la vista largo rato, vitrinean, caminan lento, entran y salen de los negocios, como contentas. Veo otras ventanas. Es curioso, en los departamentos donde vive gente, los moradores aparecen como a las siete de la tarde, se duchan, se cambian ropa y vuelven a salir. En cambio en las oficinas, llegan temprano y están todo el día. La mayoría son secretarias, algunas doctoras, sin pausa se asoman cada cierto tiempo a mirar por la ventana. Algunas se quedan largo rato mirando hacia la calle, taciturnas, tristes, asimilando quizás que tragedia, otras hiper ventiladas se asoman, miran el entorno y siguen trabajando. Con el tiempo las tengo a todas identificadas. Conozco sus recorridos habituales. Sus horas de llegada, sus hábitos de mediodía y su hora de salida. Amén de todos los movimientos diarios. La chica del sexto piso, yo estoy en el tercero, se ve bien simpática. Es técnico dental y se luce con su delantal blanco enseñando a los pacientes como se deben lavar los dientes. Con un tremendo cepillo, bien didáctico, lo mueve de arriba hacia abajo y viceversa. En la mañana le da el sol así que en los ratos libres se sienta en el borde de la ventana a leer. Cuando el sol le daba de lleno, usa el borde de la ventana de respaldo y se broncea. - No se vaya a caer – Le decía mirando con el larga vista, ya que así la tenía a medio metro. Su compañera de consulta se acercaba y las dos se asomaban a la ventana haciendo señas a alguien del edificio mío. Miraban al frente, quizás al mismo sexto piso. “Que a que hora sales, que ahora, que bajes. Etc.” No entendía nada. Y parece que entre ellos tampoco, porque empezó a hacerle señas para que la llamen por teléfono. Le mostraba los dedos, nueve, cinco, tres, #####. Lo anoté. Ella tomó el teléfono y esperaba el llamado. Marqué. Si, le decía a su interlocutor moviendo su cabeza, está sonando. Se llevó el teléfono al oído y escuché. - Aló. Hola. - Hola respondí, con mi voz ronca. Cortante. - Te preguntaba a qué hora vas a bajar, para almorzar juntos. – me dijo, y yo respondía. ¿Y dónde quieres ir? - Ha pesado, donde mismo - Y parece que justo en ese instante vio a su par que le hacía señas que no estaba hablando. – ¿Quién es? – preguntó de golpe. Yo corté. Ya sabía su número así que esperaría a que esté mas tranquila para llamarla. Tomé de nuevo los larga vistas y seguí contemplándola. No supuse que era tan astuta. De inmediato advirtió que algo raro sucedía y mirando recorrió todas las ventanas hasta que pasó por la mía. Con los larga vista pude advertir que sus ojos daban de lleno en mi ventana. Ella seguramente veía sólo una silueta, pero yo tenía su rostro en la mira. Solté los larga vista. Indicó mi ventana a su amiga y se entraron, quizás molestas. Contemplé como atendía a otros pacientes y también noté como a cada rato miraba mi ventana. Yo permanecí ahí en mi escritorio frente al computador. Escribiendo. Seguramente ella no me veía. De vez en cuando tomaba los prismáticos y la contemplaba más de cerca. Miraba al paciente, le sonreía, le daba instrucciones y cuando éste se concentraba en lo suyo, ella de reojo miraba hacia mi ventana, sin que su gesto así lo delatara, como si siguiera en lo suyo. Que buenos son estos prismático. Incluso caben en el bolsillo. De vez en cuando me asomaba a la ventana, para darle a entender mí interés. Nos cruzamos la vista por unos segundos y seguíamos cada uno en lo suyo. Como era de esperar quedó sin paciente y se asomó a la ventana. Yo hice lo mismo. Relajado tomé los prismáticos y la contemplé con más detalle. El sol daba de lleno en su rostro y su pelo castaño brillaba. Ella miraba y no miraba, mientras se acomodaba los aros, el cuello de su camisa, el pelo. Como yo notaba la dirección de sus ojos, cada vez que ella me miraba, yo le hacía una pequeña seña con la mano izquierda. De inmediato miraba para otro lado. Y de a poco iba doblando la vista y cuando nuevamente me miraba, yo le hacía señas. Así estuvimos largo rato, jugando al gato y al ratón, pero sucumbió y en una de las miradas esbozó una sonrisa, apreciable sólo con los largavistas. Respiré hondo. Es el momento de llamarla. Tomé el celular, marqué el número y me lo llevé al oído. Ella tenía el celular en su bolsillo, lo sacó, miró el visor y se lo llevó al oído. Estábamos esta vez comunicados y al mismo tiempo la estaba viendo. Hola, - Hola - dijo, Ahora puedes hablar, dije sin preámbulos. – Si - Su voz sonaba alegre y sonreía, pues la estaba viendo. ¿Te preguntaba dónde quieres ir a almorzar? – No. hoy no puedo, tengo otro compromiso – Si, tiene razón, pensaba, es muy pronto, el jugueteo por la ventana era más entretenido. – Te corto, viene un paciente. Chao. – Se fue. Satisfecho me senté en el escritorio pensando lo entretenido que es salir de caza, mientras silbaba la mítica canción de los años ochenta “y va a caer, y va caer”.

domingo, 24 de agosto de 2008

Reunión

En la oficina somos como veinte jefes de proyectos y nos repartimos los proyectos sin ningún criterio, a lo mas por orden de aparición. Los dueños de la empresa idearon un esquema bastante entretenido para organizar grupos de trabajos. Asignan un jefe de proyectos y este mismo aprueba o rechaza a su compañero asignado convenciendo al directorio con argumentos válidos. El directorio no acepta argumentos técnicos ya que para ellos todos son competentes.
Me tocó como compañera a Florencia.
Estaba molesto con ella porque en un proyecto anterior, cuando fue jefa de proyecto, me rechazó como compañero, diciendo en la reunión de directorio que yo era muy machista y siempre hacía comentarios fuera de lugar con respecto a las mujeres. Quedé fuera de ese proyecto y perdí un bono importante. Lo curioso es que nunca pensó que tarde o temprano me iba a tocar a mí.
¿Qué argumento daría para rechazarla ahora? Trataba de encontrar algo negativo en ella para argumentar. No solo es una dama, sino que lo parece, gana mas que todos, feliz en su matrimonio, usa desodorante, tiene buen aliento, saluda cuando llega y se despide cuando se retira, es medianamente bien informada, no aburre. Ya me estaba dando por vencido. Pero en una de las conversaciones sonó su celular y la llamó su hijo mayor.
- ¿Cómo, tienes otro hijo?
- Si, es mi hijo mayor, de mi primer matrimonio. Tiene dieciocho años.
- Y el menor tiene 4. O sea conoces a Roberto, hace cuatro años.
- No, lo conocí exactamente hace 8 años. Estamos el viernes de aniversario. Lo celebro en grande con mis amigos......
Alcanzó a notar que estaba hablando mas de la cuenta así que se retiró.
En la reunión del lunes, frente al directorio daba mi argumento para rechazar o aprobar la asignación de Florencia como mi compañera de proyecto.
Le pregunté:
- ¿Tú tienes un hijo de cuatro años, verdad?
- Si, ¿Y?
- Y tú conociste a Roberto hace 8 años.
- Si ¿Y?
- Y según se sabe, tú fuiste a la inauguración del nuevo edificio con tú primer esposo y eso fue hace exactamente 6 años.
- Si ¿Y? - Ya se estaba tostando, se veía en su rostro. - Te aclaro de inmediato. Después de esa fiesta me separé oficialmente y al año me fui a vivir con Roberto. O sea vivo con Roberto hace cinco años. ¿Que tiene de malo?

- Señores del directorio: ella dice que vivió con su primer esposo hasta hace 6 años. Y por otro lado dice que conoció a Roberto hace 8 años. Por lo tanto ella le puso los cuernos a su primer esposo durante dos años. Yo la rechazo como compañera de proyecto por ser poco confiable, si le hace eso a su esposo, que se puede esperar de un simple compañero de trabajo. No me arriesgo.

El directorio, morboso e igual de machista que yo, aprobaron el rechazo.