Fin del horario de invierno. Son fome y tristes los días en que se oscurece temprano. No me gustan esos días grises donde los vientos enfrían el ambiente y las hojas se esparcen por las calles. Esos días en que la gente corre por las avenidas evitando que la lluvia los pille de improviso. Todos vuelven temprano a sus hogares, a refugiarse, a domesticarse. Hablar de las 10 de la noche ya es tarde. Para muchos es hora de acostarse. Solo salen los valientes.
En esta última semana laboral los días han sido entretenidos, ya que has estados sentada en el borde de la ventada tomando sol. Mira que sorpresa, has vuelto interesante mi costumbre de asomarme a la ventana a buscar temas para escribir. Es grato verte ahí pero lamentablemente no alcanzo a apreciar si estás mirando hacia mi ventana. No tengo los largavistas. Un patudo de la oficina del lado entró de improviso y me vio mirando para el frente, vio la consulta y sacó conclusiones. Me vi obligado hacerlo cómplice. “Toma, te los presto” le dije apurado. Así que él los tiene ahora. Es una pena no poder apreciar sus bellos ojos. Se veían tan lindos de cerca. ¿Pensarás en mí? ¿Me estarás viendo? Ya. No puedo más. La voy a llamar. Fui a buscar el celular al escritorio pero en lo que me demoré en buscar el número y subir la vista y ya no estaba. ¿Te habrás entrado porque me retiré de la ventana? ¿O llegó un paciente? ¿La llamo o no? Parecía que estaba inventando excusa. Apuesto que estoy deseando que su teléfono esté apagado. ¿Lo intento igual? ¿Aunque no esté en la ventana? Voy a esperar que se asome, quiero verla cuando conteste. - ¡No, ya, está decidido, la llamo! - Un escalofrío recorre mi cuerpo. Cuando era adolescente y me tocaba vivir algo similar de puro miedo me castañeaban los dientes. No era de cobardía, sino de nervios, de ansias. Ahora no me suenan los dientes pero siento que por el cuerpo me corre sangre helada. Ahí voy. Tengo la sensación que viene algo grande. Llamo. Acerco el celular a mi oído. Está marcando. Una vez. Dos veces. Ya. A la quinta lo corto. Calma. Calma. Ya, va a contestar. Dejó de sonar. Espero su voz suave…. Ba. No contesta. Suena ruido ambiental pero no contesta. Ha, debe estar con un paciente. ¿Y si sabe que soy yo y no me quiere contestar? Si, si sabe. Quedó grabado cuando la llamé la otra vez. ¿Y qué nombre puso si no me conoce? Qué gran incógnita. Habrá puesto papito, rico, huachón, o puso mirón, sapo, narigón. Ya. Ahí está. Se acercó a la ventana. Apareció sonriendo. Sabe que soy yo. Me está mirando. Tiene el celular en la mano pero el brazo caído. ¿Me veré ridículo con el celular en el oído esperando que me responda? Si, parece. Contesta, no me dejes esperando. Musito entre dientes. Pero sigue sonriendo. Pone ambos brazos en la cintura y ladeas un poco tú cabeza. ¿Qué pretendes? Eso me tratas de decir. Le hago señas ¿No vas a contestar? Poniendo cara de incógnita. Uf, que ridículo me siento, esto no lo esperaba. Levanta el celular y yo ansioso pensando que me vas a contestar lo llevo a mi oído, pero no se lo lleva al oído, si no que apunta hacia mi, como si fuera un control remoto y lo apaga. Luego mueve el dedo índice con un continuo no, no, no, no, no.
Guerra. Quiere guerra. Me encantan cuando me declaran la guerra y mas me gusta cuando después me piden “ya, basta, no quiero más guerra” Le hice señas con la palma de la mano, que esperara. “Te ríes satisfecha, he” Me saqué la corbata y me la anude en la frente. Luego fui al baño y busqué el lustrín en el mueble. Abrí el betún negro y con el dedo me dibujé dos líneas en cada mejilla, bien gruesas, y otras dos líneas en la frente, me saqué la camisa del pantalón, tomé la escoba y me planté en la ventana. Empecé a bailar en círculos a la usanza de los indios. En cada vuelta le mostraba el celular, como si fuera el hacha de guerra, seguía bailando. Estabas con ambas manos en la boca, al estilo Cecilia Bolocco, No lo crees, ya verás de qué soy capaz.
En esta última semana laboral los días han sido entretenidos, ya que has estados sentada en el borde de la ventada tomando sol. Mira que sorpresa, has vuelto interesante mi costumbre de asomarme a la ventana a buscar temas para escribir. Es grato verte ahí pero lamentablemente no alcanzo a apreciar si estás mirando hacia mi ventana. No tengo los largavistas. Un patudo de la oficina del lado entró de improviso y me vio mirando para el frente, vio la consulta y sacó conclusiones. Me vi obligado hacerlo cómplice. “Toma, te los presto” le dije apurado. Así que él los tiene ahora. Es una pena no poder apreciar sus bellos ojos. Se veían tan lindos de cerca. ¿Pensarás en mí? ¿Me estarás viendo? Ya. No puedo más. La voy a llamar. Fui a buscar el celular al escritorio pero en lo que me demoré en buscar el número y subir la vista y ya no estaba. ¿Te habrás entrado porque me retiré de la ventana? ¿O llegó un paciente? ¿La llamo o no? Parecía que estaba inventando excusa. Apuesto que estoy deseando que su teléfono esté apagado. ¿Lo intento igual? ¿Aunque no esté en la ventana? Voy a esperar que se asome, quiero verla cuando conteste. - ¡No, ya, está decidido, la llamo! - Un escalofrío recorre mi cuerpo. Cuando era adolescente y me tocaba vivir algo similar de puro miedo me castañeaban los dientes. No era de cobardía, sino de nervios, de ansias. Ahora no me suenan los dientes pero siento que por el cuerpo me corre sangre helada. Ahí voy. Tengo la sensación que viene algo grande. Llamo. Acerco el celular a mi oído. Está marcando. Una vez. Dos veces. Ya. A la quinta lo corto. Calma. Calma. Ya, va a contestar. Dejó de sonar. Espero su voz suave…. Ba. No contesta. Suena ruido ambiental pero no contesta. Ha, debe estar con un paciente. ¿Y si sabe que soy yo y no me quiere contestar? Si, si sabe. Quedó grabado cuando la llamé la otra vez. ¿Y qué nombre puso si no me conoce? Qué gran incógnita. Habrá puesto papito, rico, huachón, o puso mirón, sapo, narigón. Ya. Ahí está. Se acercó a la ventana. Apareció sonriendo. Sabe que soy yo. Me está mirando. Tiene el celular en la mano pero el brazo caído. ¿Me veré ridículo con el celular en el oído esperando que me responda? Si, parece. Contesta, no me dejes esperando. Musito entre dientes. Pero sigue sonriendo. Pone ambos brazos en la cintura y ladeas un poco tú cabeza. ¿Qué pretendes? Eso me tratas de decir. Le hago señas ¿No vas a contestar? Poniendo cara de incógnita. Uf, que ridículo me siento, esto no lo esperaba. Levanta el celular y yo ansioso pensando que me vas a contestar lo llevo a mi oído, pero no se lo lleva al oído, si no que apunta hacia mi, como si fuera un control remoto y lo apaga. Luego mueve el dedo índice con un continuo no, no, no, no, no.
Guerra. Quiere guerra. Me encantan cuando me declaran la guerra y mas me gusta cuando después me piden “ya, basta, no quiero más guerra” Le hice señas con la palma de la mano, que esperara. “Te ríes satisfecha, he” Me saqué la corbata y me la anude en la frente. Luego fui al baño y busqué el lustrín en el mueble. Abrí el betún negro y con el dedo me dibujé dos líneas en cada mejilla, bien gruesas, y otras dos líneas en la frente, me saqué la camisa del pantalón, tomé la escoba y me planté en la ventana. Empecé a bailar en círculos a la usanza de los indios. En cada vuelta le mostraba el celular, como si fuera el hacha de guerra, seguía bailando. Estabas con ambas manos en la boca, al estilo Cecilia Bolocco, No lo crees, ya verás de qué soy capaz.
9 comentarios:
jajaja jajaj que wena.. que interesante y que emocionante!!
a todo esto una pregunta preguntona y alomejor desubicada pero debo hacerla... eres casado? pololeando?? o algo??
segun mi parecer no deberias ya si estas coqueteando de esa forma.. pero uds con los hombres es dificil saber..
aunq me gustaria saber que pretendes.. si ella hubiese contestado?
mmm una invitacion? ejale!!
bueno querido espero que sigas mirando y sintiendo esas cosas ricas del coqueteo...
un beso
Me encantó!! No hubiese imaginado que sigas con el tema, pero fue fantástico!. Por un momento te imaginé haciéndote el indio con la cara pintada de betún y bailando cerca del ventanal. Me gusta tu insistencia! creo que esa niña no se atreverá a decirte no... jajaja!!
Muy bueno el relato, bastante vívido, bien logrado.
Un abrazote!
Magui
Aquí saludándote y viendo como el que comienza a caer eres tú y no ella como decías en tu anterior relato. Te imagino haciendo esas piruetas para llamar su atención.
Gusto en leerte.
Celia
PD. te invito a leer mis relatos y cuentos en el blog adjunto a mis pensamientos y poesias
¡Ánimo buen hombre!, ya tienes la pintura de guerra, ahoro sólo te falta valor y... ¡al ataque!
A mí me gusta el otoño con sus días grises y sus hojas caídas, así es la vida, nunca llueve a gusto de todos.
Suerte con la vecinita de enfrente.
Un abrazo.
Buen hombre? Y te haces llamar buen hombre? pero si eres terrible amigo mio!
Caerá, digo yo. Cómo resitirse a una declaración, de guerra y de amor (o por lo menos ganas de conquista) así?
Yo creo que me muero de risa si me hacen esto. Y ya saben lo que dicen a veces, primero que me hagan reir.
Recibe un beso desde Cuba y no dejes de contarnos el final.
Mares
Buen hombre,cuanta magia en tu relato...
Una manera simpatica de enamorar...
Es importante saber disfrutar de la alegria de vivir ...Por eso, te leo..
Lindo escrito claro y con estilo. te seguiré de cerca besos
Me entretuve Buen hombre, me hizo acordar una experiencia parecida pero cuando iba a la primaria. Desde mi banco podía ver un chico en el balcón, no había forma de concentrarme en la clase. Si me hubiera pillado de mayor, le hubuera tocado el timbre del departamento...Si, lo hubiera hecho
jajajaja
Muy bueno A.R
Me gusta mucho tu estilo de narración.
Un abrazo caraqueño
Gizz
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