sábado, 25 de octubre de 2008

A las cinco

A veces el trabajo es duro. Tanto es así que no levanté la vista hacia las ventanas de los edificios del frente durante varios días. Pero hoy el insconciente me dice que alguien me llama. Me asomo y ahí estás. Los días siguen primaverales y veo que has agregado un elemento adicional a tú posición de descanso. Ahora lees sentada en el borde. En estos días que no estuve asomado ¿Se acordó de mi? Se lo preguntaré. Bueno, cuando la conozca. De pronto bajas el libro y me miras. Glup. Te ríes. Pero no de algo que he hecho, sino que de cortesía. Que tierna. Ahora me haces señas. Levantas tú mano derecha y mueves abriendo y cerrando tus deditos. Es un hola a la antigua. ¡Hola! Te respondo con el mismo gesto. ¿Cómo lo haces para estar cada día más bella? Digo como si me escucharas. Tu rostro brilla y te veo mas joven. ¿O estaré yo envejeciendo muy rápido? Tú pelo castaño vive. Tiene ondas que acompañan al vaivén de tus movimientos. Estás como contenta e irradias felicidad. Me haces señas. Un poco aturdido te respondo de nuevo. ¡Hola! No, no es eso. Te llevas la mano derecha empuñada a la cara, cerca de la boca. Algo me quiere decir. Frunzo el ceño para mirar mejor. No logro descifrar. Se ríe. Mueve la cabeza negativamente como diciendo ¿no me entiendes? Levanto ambos brazos, como diciendo me rindo, no entiendo. De nuevo te llevas la mano empuñada a la cara, cerca de la boca, en la mejilla, cerca del oído. Haces con el dedo como que revuelves la taza del te. No entiendo. Musito. Arrugo aun más el ceño. Y yo hago lo mismo: muevo el dedo índice como revolviendo la taza y diciendo ¡que es eso! Si. Hace señas entusiasmada. Si. De nuevo te llevas la mano empuñada a la cara y mueves la cabeza con un notorio gesto positivo. O sea me estas diciendo si ¡Pero SI de qué! Y de nuevo imaginariamente metes el dedo en la taza, como revolviendo, como si estuvieras marcando un teléfono antiguo. La verdad es que no entiendo. Te cruzas de brazos. No. No te rindas. Vamos dale. Te hago señas con las manos. Dale, sigue, continua. Ya, me dices. En la misma ventana y como si estuviera en la pizarra comienza a gesticular, como jugando “adivina el nombre de la película” me muestras ambas manos limpias, ha magia, digo, luego tomas imaginariamente un aparato en tú mano izquierda, con la derecha haces gestos elocuentes que estás apretando teclas sobre el artefacto, luego la mano empuñada la llevas al oído. Y haces mímica ¿adivinaste? Y yo pregunto, haciendo gestos, revolviendo con el dedo la taza de té, ¿Y, que pasó con la taza de té? Se rinde. Se entró. ¿Qué me estará tratando de decir? Ahí se asomó de nuevo. Trae su celular en la mano. Lo muestra y se lo lleva al oído. Y me dice, algo así como ¿entendiste ahora? Ha, digo, a lo mejor me quiere decir por teléfono que significa eso de revolver la taza. TELEFONO. ¡Que vergüenza! Me estuvo diciendo todo el rato que la llame por teléfono. Ahora entendí. Muy bien. Le muestro un cerito con los dedos. Ella aplaude. Tomo mi celular y busco su número mientras se me pasa el bochorno. Marco y espero su respuesta. No alcanza a sonar, escucho un Hola nítido, estaba atenta. ¿Cómo te llamas? Raúl. Y Tú. Paulina. Hola Raúl, costo comunicarnos. - Si - Raúl rápido, que viene un paciente. Mis compañeras van a celebrar mi cumpleaños y quiero invitarte. Hoy a las cinco en el casino que está en el primer piso – Encantado, ahí estaré - En el casino, no faltes. Chao. Cortó y se entró. Quedé de una pieza. A las cinco, repetía en voz alta, mientras caminaba como sonámbulo por el pasillo. Siento que la sangre se me hiela y comienzan a castañearme los dientes. Me invade esa nostálgica emoción que sólo se vive cuando uno es adolescente. Después no debería y si aparecen es porque son sueños inconclusos que quedaron de esos tiempos. Si es así uno desea volver a sentirlos más si yo nunca cerré los ciclos. Son cuentos inconclusos. Y son cuentos que de todas maneras deben ser terminados para cerrar los capítulos. A las cinco entonces.


sábado, 11 de octubre de 2008

Ya verás

Fin del horario de invierno. Son fome y tristes los días en que se oscurece temprano. No me gustan esos días grises donde los vientos enfrían el ambiente y las hojas se esparcen por las calles. Esos días en que la gente corre por las avenidas evitando que la lluvia los pille de improviso. Todos vuelven temprano a sus hogares, a refugiarse, a domesticarse. Hablar de las 10 de la noche ya es tarde. Para muchos es hora de acostarse. Solo salen los valientes.
En esta última semana laboral los días han sido entretenidos, ya que has estados sentada en el borde de la ventada tomando sol. Mira que sorpresa, has vuelto interesante mi costumbre de asomarme a la ventana a buscar temas para escribir. Es grato verte ahí pero lamentablemente no alcanzo a apreciar si estás mirando hacia mi ventana. No tengo los largavistas. Un patudo de la oficina del lado entró de improviso y me vio mirando para el frente, vio la consulta y sacó conclusiones. Me vi obligado hacerlo cómplice. “Toma, te los presto” le dije apurado. Así que él los tiene ahora. Es una pena no poder apreciar sus bellos ojos. Se veían tan lindos de cerca. ¿Pensarás en mí? ¿Me estarás viendo? Ya. No puedo más. La voy a llamar. Fui a buscar el celular al escritorio pero en lo que me demoré en buscar el número y subir la vista y ya no estaba. ¿Te habrás entrado porque me retiré de la ventana? ¿O llegó un paciente? ¿La llamo o no? Parecía que estaba inventando excusa. Apuesto que estoy deseando que su teléfono esté apagado. ¿Lo intento igual? ¿Aunque no esté en la ventana? Voy a esperar que se asome, quiero verla cuando conteste. - ¡No, ya, está decidido, la llamo! - Un escalofrío recorre mi cuerpo. Cuando era adolescente y me tocaba vivir algo similar de puro miedo me castañeaban los dientes. No era de cobardía, sino de nervios, de ansias. Ahora no me suenan los dientes pero siento que por el cuerpo me corre sangre helada. Ahí voy. Tengo la sensación que viene algo grande. Llamo. Acerco el celular a mi oído. Está marcando. Una vez. Dos veces. Ya. A la quinta lo corto. Calma. Calma. Ya, va a contestar. Dejó de sonar. Espero su voz suave…. Ba. No contesta. Suena ruido ambiental pero no contesta. Ha, debe estar con un paciente. ¿Y si sabe que soy yo y no me quiere contestar? Si, si sabe. Quedó grabado cuando la llamé la otra vez. ¿Y qué nombre puso si no me conoce? Qué gran incógnita. Habrá puesto papito, rico, huachón, o puso mirón, sapo, narigón. Ya. Ahí está. Se acercó a la ventana. Apareció sonriendo. Sabe que soy yo. Me está mirando. Tiene el celular en la mano pero el brazo caído. ¿Me veré ridículo con el celular en el oído esperando que me responda? Si, parece. Contesta, no me dejes esperando. Musito entre dientes. Pero sigue sonriendo. Pone ambos brazos en la cintura y ladeas un poco tú cabeza. ¿Qué pretendes? Eso me tratas de decir. Le hago señas ¿No vas a contestar? Poniendo cara de incógnita. Uf, que ridículo me siento, esto no lo esperaba. Levanta el celular y yo ansioso pensando que me vas a contestar lo llevo a mi oído, pero no se lo lleva al oído, si no que apunta hacia mi, como si fuera un control remoto y lo apaga. Luego mueve el dedo índice con un continuo no, no, no, no, no.
Guerra. Quiere guerra. Me encantan cuando me declaran la guerra y mas me gusta cuando después me piden “ya, basta, no quiero más guerra” Le hice señas con la palma de la mano, que esperara. “Te ríes satisfecha, he” Me saqué la corbata y me la anude en la frente. Luego fui al baño y busqué el lustrín en el mueble. Abrí el betún negro y con el dedo me dibujé dos líneas en cada mejilla, bien gruesas, y otras dos líneas en la frente, me saqué la camisa del pantalón, tomé la escoba y me planté en la ventana. Empecé a bailar en círculos a la usanza de los indios. En cada vuelta le mostraba el celular, como si fuera el hacha de guerra, seguía bailando. Estabas con ambas manos en la boca, al estilo Cecilia Bolocco, No lo crees, ya verás de qué soy capaz.