No podía acordarme de su nombre. Que lamentable. Me paré frente al curso, había una pequeña tarima que producía el efecto contrario, me disminuía en vez de enaltecerme. Pero proseguí con el protocolo. Era el día de la entrega final y por ende se sabría quien aprobaba o reprobaba. Los llamaría de a uno y le iría entregando la carpeta con sus proyectos. La nota estaba en la tapa de la carpeta.
Nunca había estado tan serio. Estaban obligados a venir de terno y corbata. Que absurdo. Se veían muy propios de esta juventud irreverente. Ninguno tenía bien puesta la corbata, casi ninguno estaba peinado, algunos se notaba que el traje no les pertenecía, y un par con zapatillas. A mi no me importaba, pero de seguro al rector si. Estaba ahí junto al director y el jefe de carrera. Se sentían muy incómodos. Seguramente pensaban que eso no era lo importante. Ellos se estaban graduando y muy pronto pasarían a formar parte de los profesionales de este país. Eso era lo que me preocupaba. Pronto saldrían a trabajar y ejercerían como contadores auditores. El rector, a medio semestre, se acercó a mi a conversar, en mi calidad de profesor jefe de la carrera. Estaba muy preocupado porque estos dos últimos años estaban desertando mucho alumnos, eliminados por repetir la cátedra que estaba dictando. No mas del 30 por ciento debe reprobar. El resto se gradúa como sea. Llegamos a la fecha final con el setenta por ciento graduados. Una verdadera multitud. Una ceremonia corta, habló el rector, algunos pifiaron, el rector se enojó, seguramente pensó que gracias a su recomendación se estaban graduando. Comencé a repartir las carpetas. Cada uno de ellos veía su nota y celebraba porque seguramente no se la esperaba. Llegué al personaje que rebasó la nota. Dicte su apellido, se paró, caminó, le di la mano, y se retiró. Este tipo, por la profesión que eligió, escucha la palabra empresa varias veces al día, la lee otras tantas veces. Quería pensar que solo fue una terrible coincidencia. Pero no, había cometido ese error en varias tareas e informes. Estaba totalmente desilusionado. No puede ser que escriba empresa con H.
Nunca había estado tan serio. Estaban obligados a venir de terno y corbata. Que absurdo. Se veían muy propios de esta juventud irreverente. Ninguno tenía bien puesta la corbata, casi ninguno estaba peinado, algunos se notaba que el traje no les pertenecía, y un par con zapatillas. A mi no me importaba, pero de seguro al rector si. Estaba ahí junto al director y el jefe de carrera. Se sentían muy incómodos. Seguramente pensaban que eso no era lo importante. Ellos se estaban graduando y muy pronto pasarían a formar parte de los profesionales de este país. Eso era lo que me preocupaba. Pronto saldrían a trabajar y ejercerían como contadores auditores. El rector, a medio semestre, se acercó a mi a conversar, en mi calidad de profesor jefe de la carrera. Estaba muy preocupado porque estos dos últimos años estaban desertando mucho alumnos, eliminados por repetir la cátedra que estaba dictando. No mas del 30 por ciento debe reprobar. El resto se gradúa como sea. Llegamos a la fecha final con el setenta por ciento graduados. Una verdadera multitud. Una ceremonia corta, habló el rector, algunos pifiaron, el rector se enojó, seguramente pensó que gracias a su recomendación se estaban graduando. Comencé a repartir las carpetas. Cada uno de ellos veía su nota y celebraba porque seguramente no se la esperaba. Llegué al personaje que rebasó la nota. Dicte su apellido, se paró, caminó, le di la mano, y se retiró. Este tipo, por la profesión que eligió, escucha la palabra empresa varias veces al día, la lee otras tantas veces. Quería pensar que solo fue una terrible coincidencia. Pero no, había cometido ese error en varias tareas e informes. Estaba totalmente desilusionado. No puede ser que escriba empresa con H.
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