domingo, 27 de septiembre de 2015
He pasado.....
Pero en fin. El dejar una historia pendiente al menos da pie para continuarla. Como ejemplo esta es una. Es un ejercicio para la memoria.
domingo, 3 de noviembre de 2013
Segundo tiempo.
jueves, 20 de enero de 2011
El Finiquito
sábado, 18 de septiembre de 2010
Que bochorno
sábado, 10 de abril de 2010
De novia
jueves, 1 de abril de 2010
QUE PLANCHA
Había invitado a dos niñas que querían conocer Santiago en plenas fiestas patrias,
A medio día nos juntamos y las llevamos al parque O´higgins, a conocer las fondas.
Grueso error. Eran muy finas estas niñitas.
El gentío las abrumaba. Comer anticuchos y empanadas era de rotos. Cerveza menos.
Caminábamos por entre las fondas pendientes de no usar palabras feas,
que nadie les toque sus blancos vestidos.
Al final pasamos frente a una fonda y enmudecimos,
sin cruzar palabras nos retiramos
nos despedimos sin ni siquiera mirarnos a las caras.
Recordábamos después la cumbia que tocaba la fonda que causó el disgusto:
"Un pajarito de metió
adentro de un convento
y las monjas oraban
con el pajarito adentro"
domingo, 21 de febrero de 2010
Viaje de negocios
sábado, 26 de diciembre de 2009
Que vergüenza
martes, 8 de diciembre de 2009
Lo cuento o no lo cuento
domingo, 15 de noviembre de 2009
Duelo
domingo, 21 de junio de 2009
Día del padre
Es el día del padre. ¿Qué escribo? No hay nada más inútil que el día del padre. Un invento comercial, nada más. Si lo que menos espero es que me regalen algo. Además se genera un montaje, porque el almuerzo en casa, asado y hasta la torta lo financio. Hasta el día de la madre uno termina saludando y regalando a la esposa, con la excusa que es la madre de los hijos. Si ni siquiera di a luz a mis hijos, ¿Cuál es la gracia entonces? Soy de la generación cuando la mujer podía mentir diciéndole que era el padre. Hoy existe el ADN. Mis dos hijas son espejo de su madre. Gotas de agua. Cuando niñas disfruté de ellas al máximo. Bañándolas y mudándolas, preparándoles su leche y meciéndolas para su profundo sueño. Luego peinándolas como muñecas de porcelanas, cantándoles, - Aló - quién es - soy yo - que vienes a buscar - a ti. Ellas formaban un trío unicelular y difícilmente podía contra ellas. Sólo las disfrutaba. A los veinticinco años, aun joven y chascón, irresponsable e irreverente, me sentaba con una hija en cada pierna, vestidas iguales. Nunca esperé que alguien me felicitara, simplemente cuando brindaba no lo hacía ni por dios ni por la patria sino que por mis hijas, agradecido por estar junto a ellas. Eran las más bellas del barrio. Cuando hablar de belleza era hablar de la mujer en general y de mis hijas en particular. Hasta que nació mi hijo diez años después. Nunca lo esperé. Ahí la casa se volcó hacia el conchito. Ahora era él el hombre de la casa. Su madre lo llamaba mi héroe, mi príncipe, mi cielo, mi campeón, mi esperanza, mi vida, mi respiro, mi razón de ser, y millones de cosas mas embriagada por su hijo. Recuerdo que los domingos, con apenas cinco o seis años, se metía muy temprano en nuestra cama. Su madre dale con preguntarle a quien quería mas, si a la mamá o al papá. Mi hijo no le contestaba. Que presión para él. Así que un día, a solas le dije: Cuando tú madre empiece con la tontera: ¿a quién quieres mas? Dile: a ti mamá, sólo a ti, a mi papa menos, es muy pesado. Ese será nuestro secreto. Así que los años siguientes, cada vez que su madre le preguntaba a quien quería mas, él respondía muy seguro de si mismo: a ti mamá, sólo a ti, tú eres todo para mí, sin ti sería nada, y su madre, al borde de las lagrimas lo abrazaba, lo acariciaba, plena ella. Mi hijo me miraba por sobre su hombro y me cerraba un ojito, mientras con su mano me dibujaba un cerito. Misión cumplida. Que fácil es ser papá.
sábado, 6 de junio de 2009
La fotografía
Cuando me deprimo mas de la cuenta, recurro a un pasatiempo poco común, tan simple y barato como mirar fotografías y recordar en que estábamos en ese momento, en que lugar, identificar las personas, en que trabajaba en ese entonces, que día era, etc.
Las fotos en blanco y negro siempre están escondidas. Uno no sabe que las tiene hasta que de pronto aparecen y produce risa. Cada persona tiene su propio recuerdo de la niñez.
En eso estaba cuando una foto llamó mi atención y sentí escalofríos. De inmediato reconocí el entorno, las personas, la época. Ahí estaban mi abuelo y su segunda mujer, sus hijos, o sea mis tíos, mis padres, y una docena de primos. Las tías sentadas en un sofá, los hombres atrás de pie y los niños sentados en el suelo. Ellos vestían corbata, se veían aun sobrios. No estaban posando, como es típico en estas fotos antiguas, sino que se miraban con risas y gestos extraños. Es probable que circulara una broma de grueso calibre, Recuerdo que entre las tías en vez de sus nombres se dirigían como prima, comadre, hermana. Por lo mismo, no recuerdo como se llamaban. Algunas para reírse se tapaban la boca, porque más de algún diente les faltaba. Mi padre lucía delgado. Mucho más bajo y moreno que el resto. Mi padre ahora me llega al hombro. De tez oscura, feo bigote y crespo. Mi madre joven, de risa amplia y fácil, considerando que ella le cargaba ir a la casa de mi abuelo, allá en Barrancas, por San Pablo al final. Casi cerca del aeropuerto. Para estas fiestas nos quedábamos toda la noche y por ende tenían licencia para emborracharse hasta quedar botados en los sillones. La música eran rancheras y cuecas. Era un ambiente campestre. Las calles eran todas de tierra, casi como sal, así la veía yo, y los vecinos también eran todos de ambiente campesino, también llegaban a la casa. No sentí nostalgia cuando vi la foto. No son gratos los recuerdos que tengo de las visitas a la casa de mi abuelo. En realidad no tengo gratos recuerdo de mi niñez en general. Frecuentemente mi padre me tomaba del pelo o de las orejas y procedía a darme golpes y patadas. Con orgullo les decía al resto que jamás me pegaba en la cara, sino que siempre en las piernas. Desde muy pequeño pude advertir que mi padre me pegaba sin razón alguna. Porque no me sentaba bien o no me comía toda la comida, si hablaba en la mesa, si me paraba antes o me sentaba primero, si pedía bebida, siempre respondía con golpes. Yo, con mis cinco años, veía como los otros padres le decían a sus hijos si, o no, o cuidado, o cómete toda la comida, o no vayas, o quédate aquí,. Eso mismo me decía mi padre pero lo hacía con golpes. Mi madre cooperaba con su actitud pasiva. A veces yo le pedía permiso a ella para algo, o le contaba algo, que no supiera mi padre, pero ella se encargaba de comunicárselo, resultado: más golpes. Mi madre en ese aspecto, nunca gozó de mi confianza. Jamás le comenté algo. Nunca la vi como protectora.
A los cinco años perdí la confianza de mis padres, terrible. Cuando él estaba en casa permanecía inmóvil, a la vista de él. No sabía cuando me podía llegar una patada. Si me cruzaba frente a la televisión, si me quedaba dormido en el sillón, si tocaban la puerta y yo me paraba abrir, o si no me paraba a abrir, si no hacía las tareas, si las hacía en la noche. En las mañanas no me despertaba, simplemente me botaba de la cama aun dormido. Una incertidumbre tormentosa. Además era sádico. Porque estando de visita me advertía que en casa me la iba a dar. En efecto, llegábamos a casa, y no de inmediato sino que al rato sacaba la tabla del ropero que ocupaba para estos menesteres y caminaba hacia mí. Yo lo esperaba estoico, porque si alguna vez arranqué, de mas está decir cómo se aseguró que nunca mas lo haría. Me agarraba del pelo o de un brazo y procedía a darme tablazos en las piernas. Gritos ahogados en medio de llantos que mas parecían bramidos de oveja degollada, no acababa hasta que se cansaba o la tabla se quebraba. Quedaba adolorido en el suelo ya sin llorar hasta dormirme. Obviamente después no podía quejarme ni cojear. Mudo tenía que enfrentar lo cotidiano. En la casa vivía también mi abuela, madre de mi madre, el hermano menor de mi madre, aun en el liceo, y dos primos. Las palizas me las daba delante de ellos, y con el tiempo pude comprobar que la intensidad y la estupidez del castigo era proporcional a las personas presentes.
Desde pequeño pude advertir que ninguno de los presentes me defendió. No esperaba eso de los vecinos o sus compañeros de trabajo, porque en cada lugar que estábamos, se encargaba de pegarme delante de todos, pero si lo esperaba de los cercanos, mi abuela, mis tíos, los hermanos de mi padre, los hermanos de mi madre o mi propia madre, nada. Al contrario. Ellos también se sumaban a las amenazas "ha, ahora si te la van a dar". Recuerdo cosas tan insólitas y violentas como esa vez, sentados todos en la mesa, se me ocurrió decir que los tallarines no me gustaban. Mi padre tomó el plato y me lo puso de sombrero. La salsa y los tallarines, aun calientes, chorreaban por mi cara y mi ropa mientras yo observaba como todos, sin excepción, reían hasta la exageración. Otra vez mientras mi padre tocaba guitarra, yo hablé a uno de mis primos o no recuerdo bien si solo me paré de mi asiento, sin darme cuenta recibí un guitarrazo en la cabeza que me dejó semi aturdido en un sillón mientras todos rodearon a mi padre preocupados de ver si la guitarra lucía una trizadura.
También hubo visitas periódicas a valdivia donde las hermanas de mi padre. Cuatro tías, sus maridos y una incalculable cantidad de primos. La política de las palizas públicas era una constante. En la mesa, delante de todos me sacaba y me llevaba al pasillo o al patio, y la misma ceremonia. A cada tía lejana o amigas de mis tías que me encontraba simpático él se encargaba de repetir, cómo un discurso aprendido, que no era lo que parecía, era un flojo, vago, cochino porque que mojaba la cama.
No solo pude comprobar que ninguno de mis tíos o tías me defendió sino que cada uno de ellos, diría que sin excepción, tomaban ventajas y también procedían con agresiones. Yo era el de los mandados, yo me tenía que comer toda la comida sin pararme de la mesa, yo me quedaba sin postre y a veces recibía palmadas, sobre todos de mis tíos, que no eran los tíos, eran los esposos de las tías.
El maltrato duro hasta los trece años. Después se redujo solo a violencia sicológica. Uf. Realmente un alivio.
Con los años entendí que los familiares de mi madre y los de mi padre tenían que ser condescendiente con él. Tenían que justificar las palizas, el maltrato, porque el financiaba los asados, los cumpleaños, el pagó la universidad a algunos de mis primos, funerales, operaciones. Algunos viajaban a Santiago y el pagaba los viajes de vuelta. El prestaba su auto para movilizarse, el prestaba los cheques, el todo, por lo tanto cualquiera de los beneficiados opinaba que yo era terrible y merecía dichos castigos. A veces de familiares que ni conocía.
Tuve la mala idea de meterme en un negocio con él. Pusimos ambos dinero, pero el se apoderó de todo, mintiendo que yo no había puesto nada. Convenció a todo el mundo, primero a los familiares, después al contador, a los empleados, incluso a mi ejecutivo de cuenta en el banco que yo lo estafé. Su argumento para quedarse con todo era que yo joven tendría tiempo para ganar lo mismo de nuevo. El negocio se vendió y perdí todo, quedando con pésimos antecedentes comerciales y con una pérdida descomunal.
Seguí solo. Me fui a vivir lejos. Pero no bastó. Cuando los visito, ahora de viejo, sigo escuchando comentarios negativos. Por ellos yo viviera allegado en una casa, sin muebles, viviendo en barrios populares, los hijos que no asistan a la universidad y vistiendo ropa regalada. Tal cual como vivían mis primos o mi hermana y él si los ayudaba, con una caja de mercadería semanal, dinero para comprar o arreglar sus casas, plata para el bolsillo y financiando todas las fiestas, cumpleaños, veraneos.
Al tener la foto en mis manos, diviso un niño abajo. Junto a los otros primos. Identifico a mi hermana, crespa, gordita y hay un niño al lado que contrasta al resto, pelo liso, castaño, de cara fina, labios delgados. Pasaron cinco segundos sin reconocerme. Era yo. Indefenso como cualquier niño. De inmediato pensé: ¿Porque mi padre se ensañó conmigo? Si ese niño no le hacía daño a nadie. ¿Por qué, al revés de protegerme, me agredieron durante tanto tiempo?
Yo aprendí a leer a los cuatro años, a esa edad aprendí a sumar y restar, leía diarios, revistas y veía las películas completas y por cierto las entendía, leía libros y sabía quien era presidente, sabía los recorrido de los buses y me ubicaba en las calles, sabía el nombre de los lagos y los volcanes, los precios de las cosas, las marcas, jugaba y siempre ganaba (mi padre me obligaba a perder), sabía nadar y andar en bicicleta, usaba tenedor y cuchillo para comer y no hacía sonar la sopa. Nunca rompí una loza, nunca quebré un juguete, nunca fui insolente, nunca perdí plata en los mandados, nunca me llevaron al hospital, nunca una molestia, me las valía absolutamente solo, ¿por qué, entonces, para mi familia era imposible?
Mi padre me pegaba porque era distinto, yo jugaba ajedrez y escuchaba a The beatles. Leía: por lo tanto era un vago. Mi actitud ganadora en una familia chata y perdedora me sepultó, jugó en mi contra. Por eso aprobaban de cierta manera los castigos. Hace 20 años que no me he cruzado con ningún familiar.
sábado, 17 de enero de 2009
Escribir por escribir
Escribir por escribir. Recuerdo cuando tenía recién veintitrés años, haciendo la práctica en una institución pública,
martes, 13 de enero de 2009
Cortito. Entro y salgo.
Entonces yo. Aprendiendo de ellas, no quiero esperar tener sesenta para empezar hacer cosas de cuarenta. Sino que las comienzo hacer ahora mismo. Como todavía tengo el físico y la energía para meterme en lío y voltearme una mujer de, digamos treinta y cinco, allá voy.
sábado, 25 de octubre de 2008
A las cinco
A veces el trabajo es duro. Tanto es así que no levanté la vista hacia las ventanas de los edificios del frente durante varios días. Pero hoy el insconciente me dice que alguien me llama. Me asomo y ahí estás. Los días siguen primaverales y veo que has agregado un elemento adicional a tú posición de descanso. Ahora lees sentada en el borde. En estos días que no estuve asomado ¿Se acordó de mi? Se lo preguntaré. Bueno, cuando la conozca. De pronto bajas el libro y me miras. Glup. Te ríes. Pero no de algo que he hecho, sino que de cortesía. Que tierna. Ahora me haces señas. Levantas tú mano derecha y mueves abriendo y cerrando tus deditos. Es un hola a la antigua. ¡Hola! Te respondo con el mismo gesto. ¿Cómo lo haces para estar cada día más bella? Digo como si me escucharas. Tu rostro brilla y te veo mas joven. ¿O estaré yo envejeciendo muy rápido? Tú pelo castaño vive. Tiene ondas que acompañan al vaivén de tus movimientos. Estás como contenta e irradias felicidad. Me haces señas. Un poco aturdido te respondo de nuevo. ¡Hola! No, no es eso. Te llevas la mano derecha empuñada a la cara, cerca de la boca. Algo me quiere decir. Frunzo el ceño para mirar mejor. No logro descifrar. Se ríe. Mueve la cabeza negativamente como diciendo ¿no me entiendes? Levanto ambos brazos, como diciendo me rindo, no entiendo. De nuevo te llevas la mano empuñada a la cara, cerca de la boca, en la mejilla, cerca del oído. Haces con el dedo como que revuelves la taza del te. No entiendo. Musito. Arrugo aun más el ceño. Y yo hago lo mismo: muevo el dedo índice como revolviendo la taza y diciendo ¡que es eso! Si. Hace señas entusiasmada. Si. De nuevo te llevas la mano empuñada a la cara y mueves la cabeza con un notorio gesto positivo. O sea me estas diciendo si ¡Pero SI de qué! Y de nuevo imaginariamente metes el dedo en la taza, como revolviendo, como si estuvieras marcando un teléfono antiguo. La verdad es que no entiendo. Te cruzas de brazos. No. No te rindas. Vamos dale. Te hago señas con las manos. Dale, sigue, continua. Ya, me dices. En la misma ventana y como si estuviera en la pizarra comienza a gesticular, como jugando “adivina el nombre de la película” me muestras ambas manos limpias, ha magia, digo, luego tomas imaginariamente un aparato en tú mano izquierda, con la derecha haces gestos elocuentes que estás apretando teclas sobre el artefacto, luego la mano empuñada la llevas al oído. Y haces mímica ¿adivinaste? Y yo pregunto, haciendo gestos, revolviendo con el dedo la taza de té, ¿Y, que pasó con la taza de té? Se rinde. Se entró. ¿Qué me estará tratando de decir? Ahí se asomó de nuevo. Trae su celular en la mano. Lo muestra y se lo lleva al oído. Y me dice, algo así como ¿entendiste ahora? Ha, digo, a lo mejor me quiere decir por teléfono que significa eso de revolver la taza. TELEFONO. ¡Que vergüenza! Me estuvo diciendo todo el rato que la llame por teléfono. Ahora entendí. Muy bien. Le muestro un cerito con los dedos. Ella aplaude. Tomo mi celular y busco su número mientras se me pasa el bochorno. Marco y espero su respuesta. No alcanza a sonar, escucho un Hola nítido, estaba atenta. ¿Cómo te llamas? Raúl. Y Tú. Paulina. Hola Raúl, costo comunicarnos. - Si - Raúl rápido, que viene un paciente. Mis compañeras van a celebrar mi cumpleaños y quiero invitarte. Hoy a las cinco en el casino que está en el primer piso – Encantado, ahí estaré - En el casino, no faltes. Chao. Cortó y se entró. Quedé de una pieza. A las cinco, repetía en voz alta, mientras caminaba como sonámbulo por el pasillo. Siento que la sangre se me hiela y comienzan a castañearme los dientes. Me invade esa nostálgica emoción que sólo se vive cuando uno es adolescente. Después no debería y si aparecen es porque son sueños inconclusos que quedaron de esos tiempos. Si es así uno desea volver a sentirlos más si yo nunca cerré los ciclos. Son cuentos inconclusos. Y son cuentos que de todas maneras deben ser terminados para cerrar los capítulos. A las cinco entonces.
sábado, 11 de octubre de 2008
Ya verás
En esta última semana laboral los días han sido entretenidos, ya que has estados sentada en el borde de la ventada tomando sol. Mira que sorpresa, has vuelto interesante mi costumbre de asomarme a la ventana a buscar temas para escribir. Es grato verte ahí pero lamentablemente no alcanzo a apreciar si estás mirando hacia mi ventana. No tengo los largavistas. Un patudo de la oficina del lado entró de improviso y me vio mirando para el frente, vio la consulta y sacó conclusiones. Me vi obligado hacerlo cómplice. “Toma, te los presto” le dije apurado. Así que él los tiene ahora. Es una pena no poder apreciar sus bellos ojos. Se veían tan lindos de cerca. ¿Pensarás en mí? ¿Me estarás viendo? Ya. No puedo más. La voy a llamar. Fui a buscar el celular al escritorio pero en lo que me demoré en buscar el número y subir la vista y ya no estaba. ¿Te habrás entrado porque me retiré de la ventana? ¿O llegó un paciente? ¿La llamo o no? Parecía que estaba inventando excusa. Apuesto que estoy deseando que su teléfono esté apagado. ¿Lo intento igual? ¿Aunque no esté en la ventana? Voy a esperar que se asome, quiero verla cuando conteste. - ¡No, ya, está decidido, la llamo! - Un escalofrío recorre mi cuerpo. Cuando era adolescente y me tocaba vivir algo similar de puro miedo me castañeaban los dientes. No era de cobardía, sino de nervios, de ansias. Ahora no me suenan los dientes pero siento que por el cuerpo me corre sangre helada. Ahí voy. Tengo la sensación que viene algo grande. Llamo. Acerco el celular a mi oído. Está marcando. Una vez. Dos veces. Ya. A la quinta lo corto. Calma. Calma. Ya, va a contestar. Dejó de sonar. Espero su voz suave…. Ba. No contesta. Suena ruido ambiental pero no contesta. Ha, debe estar con un paciente. ¿Y si sabe que soy yo y no me quiere contestar? Si, si sabe. Quedó grabado cuando la llamé la otra vez. ¿Y qué nombre puso si no me conoce? Qué gran incógnita. Habrá puesto papito, rico, huachón, o puso mirón, sapo, narigón. Ya. Ahí está. Se acercó a la ventana. Apareció sonriendo. Sabe que soy yo. Me está mirando. Tiene el celular en la mano pero el brazo caído. ¿Me veré ridículo con el celular en el oído esperando que me responda? Si, parece. Contesta, no me dejes esperando. Musito entre dientes. Pero sigue sonriendo. Pone ambos brazos en la cintura y ladeas un poco tú cabeza. ¿Qué pretendes? Eso me tratas de decir. Le hago señas ¿No vas a contestar? Poniendo cara de incógnita. Uf, que ridículo me siento, esto no lo esperaba. Levanta el celular y yo ansioso pensando que me vas a contestar lo llevo a mi oído, pero no se lo lleva al oído, si no que apunta hacia mi, como si fuera un control remoto y lo apaga. Luego mueve el dedo índice con un continuo no, no, no, no, no.
Guerra. Quiere guerra. Me encantan cuando me declaran la guerra y mas me gusta cuando después me piden “ya, basta, no quiero más guerra” Le hice señas con la palma de la mano, que esperara. “Te ríes satisfecha, he” Me saqué la corbata y me la anude en la frente. Luego fui al baño y busqué el lustrín en el mueble. Abrí el betún negro y con el dedo me dibujé dos líneas en cada mejilla, bien gruesas, y otras dos líneas en la frente, me saqué la camisa del pantalón, tomé la escoba y me planté en la ventana. Empecé a bailar en círculos a la usanza de los indios. En cada vuelta le mostraba el celular, como si fuera el hacha de guerra, seguía bailando. Estabas con ambas manos en la boca, al estilo Cecilia Bolocco, No lo crees, ya verás de qué soy capaz.
domingo, 28 de septiembre de 2008
Día 22
Una de las jefas de proyectos, porque aquí todos somos jefe de proyectos, me tiene que entregar información importante. Es campeón mundial para no cumplir lo que promete. Cada vez una excusa diferente. Este mes se mostró despectiva y no encontró nada mejor que inventar que todo este mes estaría ocupada, que no le hablara hasta después del día 22. ¿Pero por qué? Pregunté yo, pensando lo exagerada para aplazar el compromiso. Es que el día 10 tengo que entregar esto, y el 12 esto otro, después el 15 los anticipos, luego el 22 el informe mensual, así que después de ese día hablamos. Muy bien, dije, pero esta vez le advertí que no se saldría con la suya. Por ahí por el 15 le hablé y no con buenas palabras me recordó que el 22. Era en serio.
Llegó ese día lunes 22 la llamé y su teléfono estaba ocupado. Dejé recado. Me pasee delante de ella y nada. Luego el martes y así. Nada. Una mujer cara dura. Llegó la reunión de directorio del viernes y me preparé. Cuando llegó mi turno me puse de pie, todos expectante porque advertí mi situación y el porque del atraso. Tome mi hoja manuscrita y comencé: “Esos días 22 que nacieron para dividirme el mes en dos. Desesperado espero con ansias ese día. Fija un antes y un después. Antes del 22 y después del 22. ¿Cuando llegará? Miro el calendario y me hace morisqueta. Tres días. Dos días. Maldigo. Es una eternidad. El calendario que tantas veces fue mi principal aliado, hoy es mi peor enemigo. ¿Quién habrá inventado ese maldito día 22? No es día de pago. Tampoco es el día que llega el buque, dichosa la esposa del marinero, o el día que bajan los mineros, a tocar mujeres con manos llenas de polvitos de oro. Tampoco es el día de inicio de vacaciones, esperando con los bolsos listos, el auto mecánicamente a punto, con agua en el radiador y los CD de música en la guantera. Alucinando ¿Y si rompo el calendario? Solo bastaría con sacar la hoja del mes. Pero no puedo. Qué culpan tienen los otros días. El 15 por ejemplo. Que amaneció con un lindo sol recordándome el día en que mi vecino, que quizá que intenciones tenía con mi mamá, me regaló un cuaderno, aunque usado tenía más de la mitad de las hojas libres. Y pude así escribir ahí mi primer cuento. Era un cuento que no mencionaba el calendario. Que feliz era en ese entonces. No sabía de días de visita ni de pago. Si alguien me hubiera dicho: escribe sobre el día 22, habría sido un Jesús para mí. En vez de escribir sobre la naturaleza o quizá que disparate, habría escrito sobre la importancia del día 22, y hoy sería un hombre totalmente distinto, renovado, preparado totalmente para la dureza que ya adulto viviría. Afrontaría con entereza lo que hoy me resulta tedioso. Hay dios, hay Edipo, Otero, Mostesco y la cacha de la espada, que historia de amor se escriben. Será esta la primera, no, y creo que tampoco será la última historia. Hablaré con mi hijo y junto con enseñarle las trivialidades de la vida, le enseñaré sobre el día 22. Dos números que caminan juntos como una marcha fúnebre. Así se cumplen lo plazos. No hay plazo que no se cumpla y deuda que no se pague. Viva el 22. Viva.”
He dicho, muchas gracias.
domingo, 14 de septiembre de 2008
Necesito Vacaciones
domingo, 24 de agosto de 2008
Reunión
Me tocó como compañera a Florencia.
Estaba molesto con ella porque en un proyecto anterior, cuando fue jefa de proyecto, me rechazó como compañero, diciendo en la reunión de directorio que yo era muy machista y siempre hacía comentarios fuera de lugar con respecto a las mujeres. Quedé fuera de ese proyecto y perdí un bono importante. Lo curioso es que nunca pensó que tarde o temprano me iba a tocar a mí.
¿Qué argumento daría para rechazarla ahora? Trataba de encontrar algo negativo en ella para argumentar. No solo es una dama, sino que lo parece, gana mas que todos, feliz en su matrimonio, usa desodorante, tiene buen aliento, saluda cuando llega y se despide cuando se retira, es medianamente bien informada, no aburre. Ya me estaba dando por vencido. Pero en una de las conversaciones sonó su celular y la llamó su hijo mayor.
- ¿Cómo, tienes otro hijo?
- Si, es mi hijo mayor, de mi primer matrimonio. Tiene dieciocho años.
- Y el menor tiene 4. O sea conoces a Roberto, hace cuatro años.
- No, lo conocí exactamente hace 8 años. Estamos el viernes de aniversario. Lo celebro en grande con mis amigos......
Alcanzó a notar que estaba hablando mas de la cuenta así que se retiró.
En la reunión del lunes, frente al directorio daba mi argumento para rechazar o aprobar la asignación de Florencia como mi compañera de proyecto.
Le pregunté:
- ¿Tú tienes un hijo de cuatro años, verdad?
- Si, ¿Y?
- Y tú conociste a Roberto hace 8 años.
- Si ¿Y?
- Y según se sabe, tú fuiste a la inauguración del nuevo edificio con tú primer esposo y eso fue hace exactamente 6 años.
- Si ¿Y? - Ya se estaba tostando, se veía en su rostro. - Te aclaro de inmediato. Después de esa fiesta me separé oficialmente y al año me fui a vivir con Roberto. O sea vivo con Roberto hace cinco años. ¿Que tiene de malo?
- Señores del directorio: ella dice que vivió con su primer esposo hasta hace 6 años. Y por otro lado dice que conoció a Roberto hace 8 años. Por lo tanto ella le puso los cuernos a su primer esposo durante dos años. Yo la rechazo como compañera de proyecto por ser poco confiable, si le hace eso a su esposo, que se puede esperar de un simple compañero de trabajo. No me arriesgo.
El directorio, morboso e igual de machista que yo, aprobaron el rechazo.